martes, 7 de septiembre de 2021

Carrie (1951)


En sus memorias, Laurence Oliver recordaba que <<William Wyler, el gran director de Cumbres borrascosas, me llamó para preguntarme si quería hacer una película con Jennifer Jones. Se trataba de Sister Carrie, de Theodore Dreiser, y me puse a leer ese maravilloso libro>>. Bravo por Olivier, que daba siempre lo mejor de sí en su trabajo y que realizó una excelente interpretación, tan espléndida fue, que Wyler la consideró el mejor retrato de un estadounidense hecho por un actor inglés. Pero, aparte del incuestionable talento de Olivier, en Carrie (1951) destaca por enésima vez la capacidad del cineasta responsable de la magistral Los mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Life, 1947) para sacar lo mejor de sus actores y actrices: Jennifer Jones dota de vida a su Carrie, le confiere emoción, dolor, esperanza, brillo, derrota; logra una de sus grandes interpretaciones. Su filmografía demuestra que la dirección de Wyler es de las más brillantes de la historia de Hollywood, fuese por su insistente perfeccionismo o por la visión que poseía del conjunto de la obra que llevaba a cabo, como demuestra este drama que apunta directamente a la hipocresía de una sociedad que no perdona a quien osa enfrentársele.



El resultado del segundo encuentro entre el actor y el director, el primero se produjo en la ya mencionada Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1939), es una muestra más del talento cinematográfico y narrativo de un cineasta que logra con aparente sencillez retratar la sociedad de la época, equilibrando crítica, drama y personajes, sus emociones, sus pasiones y su derrota. Los primeros minutos de Carrie (1951) exponen de manera sencilla y precisa la sociedad de la época. Lo hace a través del devenir de la joven protagonista, desde que abandona el pueblo hasta que, para sobrevivir, acepta la hospitalidad del amistoso Charlie Drouet (Eddie Albert), sin ser consciente de que la generosidad del vendedor no es gratuita. Durante ese paréntesis introductor, Wyler apunta la hipocresía, el machismo y la ambigua moralidad de la sociedad que, poco después de que Carrie sea despedida sin motivo y “repudiada” por su hermana mayor, la juzga. Inicialmente pueblerina, ingenua e indefensa en la gran ciudad, Carrie irá descubriendo un entorno hostil para una mujer joven, soltera, desempleada y amante de un hombre que, aunque bebe los vientos por ella, no le propone el matrimonio que ella ansía para legitimarse socialmente, ya que la vía matrimonial es una de las pocas opciones para la mujer en ese Chicago de finales del siglo XIX. Debido a esa reducida lista de posibilidades, otras serían trabajar en una fábrica de la que la despiden sin miramientos ni motivos o, más adelante, el ámbito teatral, para ella el enlace matrimonial no es una cuestión de amor, sino la vía para ser aceptada, la que de algún modo le permitiría dignificarse ante la sociedad que la mira y la juzga, una sociedad capaz de destruir —como se irá viendo— a quien se aparte del camino marcado. El entorno de Carrie es tradicional, pero, sobre todo, es de un moralismo depredador. Es un lugar donde los hombres son vendedores de humo e ilusiones, como Charlie, trabajadores que asumen la moral del orden, como el marido de la hermana de Carrie, o atrapados  como George Hurstwood (Lawrence Olivier), a quien se descubre atado por matrimonio a Julia (Miriam Hopkins), una mujer que él no ama ni ella le ama, una mujer que asume el rostro de la intolerancia y de la falsa superioridad moral. George persigue la felicidad y rompe con la vida de insatisfacción, distancia y rechazo en la que se ha convertido su matrimonio con Julia, a quien dice, después de que esta le niegue cualquier opción de libertad y de compensación económica —ya que han puesto todos sus bienes a nombre de Julia. <<¡A cambio yo conseguiré la felicidad!>>, pero su coste es elevado, tanto que solo logra un suspiro de felicidad, como confirman las imágenes y situaciones expuestas por Wyler, desde que la pareja es descubierta en Nueva York hasta que su cámara muestra las camas del albergue de mendigos donde se descubre la miseria y al personaje de Olivier, el hombre que se enfrentó a la sociedad porque soñó su felicidad junto a Carrie y quiso alcanzarla, creyendo que el amor lo superaría todo y la haría eterna.




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