Los mares de aventuras no tenían secretos para un viejo lobo de cine como Raoul Walsh, que hacía de los géneros rutas que se comunicaban o por las que podía navegar, romper barreras y abrir nuevas vías que le permitiesen adentrarse por confines que pertenecían a otros lares, como sería el cine de espionaje que introduce con el personaje de Yvonne de Carlo, el más activo de cuantos asoman en Los gavilanes del estrecho (Sea Devils, 1953). Ella juega con ventaja, con engaños y apariencias maneja la situación a su antojo, incluso logra que el resto semejen peleles en sus manos, aunque también es cierto que cuesta creerse la relación de atracción-rechazo que establece con el contrabandista interpretado por Rock Hudson, a quien nunca llego a sentir en su aventurero, aunque, para ser honesto, cuesta creerse a cualquiera del reparto, salvo quizá a de Carlo, cuyo personaje, sin duda, es el más atractivo y el centro de atención de un film que Walsh mantiene a flote a base de narrativa sin pretensiones artísticas, ni vergüenza de ser tal cual es. Cierto que se trata de una película menor respecto a sus hermanas marítimas El hidalgo de los mares (Captain Horatio Hornblower, 1951) y El mundo en sus manos (The World in His Arms, 1952), El pirata Barbanegra (Blackbeard The Pirate, 1952) es otra cuestión más negra, pero Los gavilanes del estrecho logra su propósito de entretener, sobre todo cuando uno se deshace de la sombra de los films nombrados y, ya sin prejuicios, se une en complicidad al entretenimiento propuesto por un cineasta experimentado que comprende el significado de espectáculo cinematográfico como nadie; Walsh sabe que una de las máximas aspiraciones del cine es divertir a su público, al que invita al drama, a la comedia o a la fantasía, en este caso al viaje por el Canal de la Mancha y territorio francés durante el periodo napoleónico. Lo que menos importa para un film como Los gavilanes del estrecho son los hechos históricos o su alteración o si el guion de Borden Chase bebe directamente del que escribió para El mundo en sus manos e indirectamente de la novela de Victor Hugo Los trabajadores del mar (Les travailleurs de le mer, 1866). Lo que importa son las peleas, un personaje femenino fuerte, los engaños, las traiciones, los mares y los barcos, la competición entre los distintos personajes, entre rivales marítimos o entre un hombre y una mujer que se atraen y, sobre todo, que el ritmo de la aventura, con toques de intriga y envuelta en historia, no decaiga una vez puesta en marcha.
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