jueves, 1 de septiembre de 2011

La Vía Láctea (1968)


<<Imagínese ustedes lo que sería si no tuviera rasgos de humor. Resultaría insoportable, como una conferencia. Y a pesar del humor, sé que para alguna gente ha sido un latazo.>>1 No fue mi caso, le diría a Buñuel, a quien se agradece la osadía de realizar su propio camino por el Camino donde toma a dos peregrinos como hilo conductor para su tránsito atemporal y onírico por la realidad, la fantasía, el humor y el misterio, por su universo personal y el mundo de cultura cristiana que lo rodea, por herejías y herejes, por personajes como Prisciliano, Cristo, el Diablo, la Virgen o el Marqués de Sade… Le agradecería a Luis Buñuel el ser él mismo, sin pretender que seamos él, y el realizar una personal reflexión sobre el catolicismo y las bases que lo sustentan. Pero Buñuel no debate entre ciencia y religión, ni busca explicaciones científicas, ni en las casualidades, para los sueños y fantasías que salen al paso de sus dos vagabundos; solo deja entrever que pueden ser explicadas o no, o quizá, dependiendo de quien lo intente con vaguedades o dogmas, palabras que nada explicarían, ni demostrarían, algo que por otra parte tampoco el cineasta pretende. Buñuel prefiere ser un espíritu burlón que, con humor, pillería y sobrada cultura, se divierte e ironiza durante su camino por situaciones históricas y mitos como la vía espiritual y física que sus protagonistas no emprende por convicción religiosa, ni por visitar el sepulcro que aguarda al final del trayecto; sencillamente, caminan al servicio del irrepetible director aragonés que, para dar cuerpo al viaje, se basó en textos extraídos de la biblia, en sueños e ideas propias, en herejías y en escritos de teólogos clásicos y modernos.


Inicialmente, se muestra como pretexto el viaje de esos dos peregrinos a Santiago de Compostela, donde supuestamente se encuentra la tumba de uno de los dos Apóstoles de mismo nombre: Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo, cuyos restos, según la leyenda, fueron trasladados a Galicia. Así pues, los primeros minutos de metraje los dedica a explicar qué es el camino y por qué recibe el nombre “
Campo de Estrella”. Este principio podría hacer pensar, si no se conociese el pensamiento del autor, que la película alabará la Fe que impulsa a miles de peregrinos a realizar el Camino; sin embargo, no tarda en descubrirse que el director aragonés no toma ese camino, sino que realiza un repaso al catolicismo y a las creencias en las que se basa desde una perspectiva crítica, descreída y puede que hasta cínica, similar a la realizada en El fantasma de la libertad (en este caso analizaba el bienestar de una clase social engañada por su propia condescendencia). <<Se me dice: ¿Y la ciencia? ¿No intenta, por otros caminos, reducir el misterio que nos rodea? Quizá. Pero la ciencia no me interesa. Me parece presuntuosa, analítica y superficial. Ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la contradicción, cosas todas que me son preciosas. Un personaje de La Vía Láctea decía: “Mi odio por la ciencia y mi desprecio por la tecnología me acabarán conduciendo a esta absurda creencia en Dios”. No hay tal. En lo que a mí concierne, es incluso totalmente imposible. Yo he elegido mi lugar, está en el misterio. Solo me queda respetarlo>>.2


El film se plantea desde diferentes momentos históricos que hacen referencia a Jesús, a la Inquisición o a la herejía (constante en el catolicismo y eje del film), entre otras cuestiones que van presentando numerosos personajes con quienes se encuentran los peregrinos en su caminar hacia Santiago. Según plantea
La Vía Láctea (La Voie Lactee, 1968) existe un constante choque y enfrentamiento entre creencias consideradas ortodoxas y las acusadas de herejías, así como deja entrever que las ideas sobre las que se sostienen unas y otras son dogmáticas —en el estéril duelo a espada y verbal entre el conde jansenista y el jesuita—, a menudo inexplicables y que han sido forjadas al gusto de quienes las utilizaron para mantener su postura y su control sobre una masa que ignora y acepta las verdades que alguien decide inamovibles. ¿Qué es la herejía, sino ir a contracorriente de lo que se dicta verdadero? ¿Ha sido adulterada la verdad a lo largo de los siglos? ¿Han sido correctos los métodos utilizados para hacer prevalecer unas creencias sobre otras? ¿Quien posee la verdad y quien no? ¿O solo existen verdades a medias y el resto es misterio? Voltaire escribió en su Diccionario filosófico que la religión Cristiana pudo sobrevivir y afianzarse porque existía libertad de pensamiento en el Imperio Romano, de haber sido perseguida, y de haberle impedido su transmisión y difusión escrita, habría acabado por desaparecer. No obstante, se convirtió en la religión oficial del Estado con Constantino y, desde aquella, se asentó en el poder que le permitió reducir esa libertad de pensamiento hasta llegar a señalar como hereje a cualquier disidente de su dogma. Buñuel parecía totalmente convencido de que la teología (y la ciencia) es incapaz de explicar, dotando la explicación de un sentido comprensible, o demostrar los dogmas católicos —la doble naturaleza de Cristo, la existencia de Dios, la virginidad y la Asunción de la Virgen o La Santísima Trinidad—, por eso son dogmas que, a lo largo de los siglos, se exigió creer a pies juntillas. Buñuel, en colaboración con Jean-Claude Carriére, amigo y habitual guionista en su etapa francesa, realizó una película poco convencional, más cercana al ensayo de un sueño que a la ficción, una película que nace en Buñuel y camina por su manera de entender el mundo y la existencia humana, un film que extraña a muchos, disgusta a algunos, e invita a la reflexión, a pensar por nosotros mismos y, con humor y fortuna, sacar nuestras propias conclusiones, que ni tienen que coincidir con las del cineasta ni ser opuestas.


1.Tomás Pérez Torrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel. Entrevistas y conversaciones. Plot Ediciones. Madrid, 1993.


2.Luis Buñuel: Mi último suspiro (traducción Ana María de la Fuente). Random House Grupo Editorial, Barcelona, 1982.


2 comentarios:

  1. Recuerdo ver esta película en DVD en casa con Inma. Y quedar encantado de su teología cachonda y su carnalidad mundana y su paisaje. Y además en francés. Felicidades maestro Antonio

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  2. Gracias, Francisco. De la etapa francesa de Buñuel, “La vía láctea” es de las que más me gustan. De hecho, hablo de Buñuel y de esta película en un libro que escribí este invierno pasado (y que ya veré qué pasa con él). Saludos

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