Realizada por uno de los mayores especialistas del género, Budd Boetticher, Horizontes del Oeste (Horizons West, 1952) se presenta como un western de dimensiones trágicas y, como la mayoría de sus películas, con una narrativa envidiable e impecable en la que se enfrentan dos hermanos condicionados por una guerra que les ha mantenido cuatro años lejos de casa. El mayor Dan Hammond (Robert Ryan) y su hermano Neil (Rock Hudson) regresan a Austin (Texas), pero la ciudad ha cambiado, a penas la reconocen porque ha prosperado y enriquecido. La riqueza que Dan observa en las calles, en las personas y en todo cuanto está relacionado con la floreciente urbe lo absorbe, le empuja a desear ser el más rico entre los ricos, pero para ello deberá decepcionar a su familia y decirles que no desea continuar en el rancho. Sin blanca, pero con ideas fijas, acude a un antiguo conocido, ahora importante miembro del gobierno de la ciudad, para que le presente contactos que le proporcionen esa oportunidad. Dicho y hecho, Dan es invitado, no de muy buenos modos, a una partida de cartas que se celebra en casa de Cord Hardin (Raymond Burr), el hombre más influyente de Austin, casado con Lorna (Julia Adams), la mujer que llamó la atención de Dan, tan pronto como éste puso el pie sobre las calles de Austin. No obstante, los planes iniciales del mayor se ven entorpecidos por una mano de poker que le hace perder 5000 $, pero eso no es lo peor, sino la humillación a la que le somete Hardin, celoso tras saber que su esposa y su rival ya se conocían. Herido en su orgullo, sin blanca, sin poder regresar al rancho de su padre (John McIntire), porque su deseo se lo impide, acude a un campamento cercano, donde se esconden desertores y soldados de ambos bandos, a quienes convence de un futuro mejor si le ayudan en su empresa: crear desde la nada la compañía más grande de Texas, tan sólo con la pequeña aportación de aquellos a quienes roben. En un principio, Dan y sus hombres sólo roban el ganado de Hardin, quien se descubre como un ser violento y cobarde. Sin embargo, el terrateniente sospecha de los Hammond, y utilizando métodos peores que los de Dan secuestra a Neil. Tras la tortura que sufre el menor de los hermanos, y la intervención del propio Dan para salvarlo, todo cambia. El antiguo Dan desaparece por completo, el afán de poder le domina, ni siquiera el amor que Lorna siente hacia él logra aplacar su voracidad, que le lleva a hacerse con muchas tierras mediante argucias legales, aunque inmorales. Alcanza la gloria, consigue el amor de una mujer que le ama, pero él quiere más, mucho más, y esa ambición desmedida se antepone a sus sentimientos hasta alcanzar la tragedia de enfrentar a un padre contra hijo y a un hermano contra su hermano.
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