miércoles, 16 de junio de 2021

Labios sellados (1957)


Un año antes de que Karl Malden realizase Labios sellados (Time Limit, 1957), su única película como director —excepción que le agrupa junto los míticos Marlon Brando y Charles Laughton, quienes respectivamente dirigieron El rostro impenetrable (One Eyed Jacks, 1961) y La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955)—, Arthur Laven había realizado Traidor a su patria (The Rack, 1956), cuya trama y temática son similares a las expuestas por Malden. Aparte de evidente, la similitud es fácil de explicar. La propia época la aclara: guerra fría, caza de brujas, lucha ideológica… En el film de Laven, Paul Newman interpreta a un soldado acusado de traición por colaborar con el enemigo durante su cautiverio en la Guerra de Corea, situación que también sufre el oficial interpretado por Richard Basehart en la película dirigida por Malden. Pero el primero asume que ha fallado a su patria, y aceptará que la bandera está por encima de todo, mientras que el segundo se decanta por priorizar a los seres humanos. No obstante, en ambos casos son juzgados moralmente —solo el personaje de Newman se enfrenta en pantalla a un consejo de guerra— por quienes no han sufrido cautiverio, ni sus circunstancias. En los dos acusados, y se podría generalizar, la traición depende más de los intereses y de los códigos escritos y no escritos, que establecen límites ideológicos, legales y morales, que del acto en sí. Pues, en realidad, la traición de uno y otro no deja de ser el cambio en el rumbo trazado y aceptado, o la transgresión del marco establecido fuera del individuo a quien se acusa de traicionar a un sistema, un bando o una banda. Lo dicho hasta ahora no tiene la función de convencer a nadie, tampoco pretende establecer dogma ni dictar sentencia, pero sirve para abordar el caso del mayor Cargill (Basehart), cuyas ideas (previas a caer prisionero en Corea) sufren una transformación durante su encierro en el campo de prisioneros donde al inicio de Labios sellados, más compleja y lograda que la película de Lavenes testigo de la muerte de uno de sus compañeros de cautiverio. Tras ese instante, del que sabremos más gracias a una analepsis posterior, Cargill hace lo que hace por humanidad. Sin embargo, las ideologías y los códigos no entienden de humanidad, pues, aunque humanas, son inhumanas. El oficial lo hace por salvar a sus compañeros, por evitar la muerte de más mundos, como comprenderá el oficial encargado de investigar si hubo o no traición.


<<Quien mata a un hombre, mata al mundo entero. ¿Cuántos mundos habré matado yo?>>, escucha el coronel Edwards (Richard Widmark) de voz de la mujer de Cargill, que le dice que esas palabras son de su marido. Esa escena, de las pocas escenas en las que la acción abandona el despacho del coronel, hace sospechar al investigador que el mayor no puede ser un traidor o, al menos, que oculta algo que le impulsó a aceptar ser parte de la propaganda comunista. Ese instante y las frases remiten al campo donde los presos estadounidenses sufrieron torturas físicas y psicológicas, pero su condicionamiento difiere al de los prisioneros de
El mensajero del miedo (The Manchurian Candidate, John Frankenheimer, 1962). Durante su encierro, el sospechoso de traición, aunque las pruebas señalen lo contrario, es quien mostró mayor resistencia al encierro que sometió a los presos a una presión que nadie que no estuviese allí puede comprender. Él la comprende, la vivió, y comprendió que no deseaba más muertes sobre su conciencia. Su necesidad de salvaguardar las vías de otros, y no el miedo o la cobardía que presume el general Connors (Carl Benton Reid), provoca la transformación de sus ideas previas. Y ese cambio no es una traición, aunque se declare culpable en el presente durante el cual Edwards investiga el caso y va entendiendo la naturaleza del hombre. Edwards es el héroe de Labios sellados, es el oficial íntegro, el que llagará hasta el final a pesar de las trabas que ponen en peligro su carrera militar. Aunque inicialmente también prejuzgue, el coronel evoluciona su pensamiento a medida que avanza en su labor, lo cual le decide a buscar la verdad y asume que no puede presentar su investigación a medias, como parece que todos quieren, incluso el acusado.

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