Un año antes de que Karl Malden realizase Labios sellados (Time Limit, 1957), su única película como director —excepción que le agrupa junto los míticos Marlon Brando y Charles Laughton, quienes respectivamente dirigieron El rostro impenetrable (One Eyed Jacks, 1961) y La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955)—, Arthur Laven había realizado Traidor a su patria (The Rack, 1956), cuya trama y temática son similares a las expuestas por Malden. Aparte de evidente, la similitud es fácil de explicar. La propia época la aclara: guerra fría, caza de brujas, lucha ideológica… En el film de Laven, Paul Newman interpreta a un soldado acusado de traición por colaborar con el enemigo durante su cautiverio en la Guerra de Corea, situación que también sufre el oficial interpretado por Richard Basehart en la película dirigida por Malden. Pero el primero asume que ha fallado a su patria, y aceptará que la bandera está por encima de todo, mientras que el segundo se decanta por priorizar a los seres humanos. No obstante, en ambos casos son juzgados moralmente —solo el personaje de Newman se enfrenta en pantalla a un consejo de guerra— por quienes no han sufrido cautiverio, ni sus circunstancias. En los dos acusados, y se podría generalizar, la traición depende más de los intereses y de los códigos escritos y no escritos, que establecen límites ideológicos, legales y morales, que del acto en sí. Pues, en realidad, la traición de uno y otro no deja de ser el cambio en el rumbo trazado y aceptado, o la transgresión del marco establecido fuera del individuo a quien se acusa de traicionar a un sistema, un bando o una banda. Lo dicho hasta ahora no tiene la función de convencer a nadie, tampoco pretende establecer dogma ni dictar sentencia, pero sirve para abordar el caso del mayor Cargill (Basehart), cuyas ideas (previas a caer prisionero en Corea) sufren una transformación durante su encierro en el campo de prisioneros donde al inicio de Labios sellados, más compleja y lograda que la película de Laven, es testigo de la muerte de uno de sus compañeros de cautiverio. Tras ese instante, del que sabremos más gracias a una analepsis posterior, Cargill hace lo que hace por humanidad. Sin embargo, las ideologías y los códigos no entienden de humanidad, pues, aunque humanas, son inhumanas. El oficial lo hace por salvar a sus compañeros, por evitar la muerte de más mundos, como comprenderá el oficial encargado de investigar si hubo o no traición.
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