viernes, 2 de septiembre de 2011

Los profesionales (1966)



Un primer vistazo apunta que Los profesionales (The Professionals, 1966) es un western crepuscular, de desencanto, de sueños perdidos, ya no de una época que se acaba, sino de las ilusiones que dejan su lugar a la desorientación, al no saber cuál es la causa de la lucha, o a saberlo y comprender que es una causa perdida, en ocasiones traidora e incluso imperfecta. Pero más que de desencanto, Richard Brooks realiza un western romántico, abierto a esos mismos sueños perdidos, a volver a ellos, aunque de un modo distinto, ya no buscando causas, sino a sí mismos. <<La revolución no es una diosa, sino una mujerzuela. Nunca ha sido virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero solo son asuntos mezquinos. Lujuria, pero no amor. ¡Pasión! Pero sin compasión. Y sin un amor, sin una causa, ¡no somos nadie! Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable>>, dice Raza (Jack Palance) a Dolworth (Burt Lancaster) cuando este se queda a cerrarle el paso. Las palabras del líder revolucionario hablan claro, hablan de ellos, de todos ellos, de sus ilusiones y decepciones, de sentirse vivos, desengañados y perdidos, pero siempre necesitados de una causa que consideren justa, pero cuál es ese causa, si es que existen las causas no perdidas.



Años atrás, Dolworth y Fardan (Lee Marvin) creían saberlo, pero ahora quizá ya no sepan nada más que están de vuelta en México; quizá se encuentren allí por dinero, quizá porque se sienten perdidos y regresan a lugar donde dejaron sus sueños, sus ideales. Lo cierto es que, tras las decepciones y la imagen presente, ambos todavía  son idealistas y románticos, Dolworth, también mujeriego y Fardan, un sentimental, como le recuerda María (Claudia Cardinale), la mujer que, supuestamente, ha sido secuestrada y deben devolver a su marido, el señor Grant (Ralph Bellamy), el hombre de negocios que los contrata al inicio de este magistral western de Richard Brooks. El cineasta estadounidense no esconde sus simpatías, y las concede a los en apariencia perdedores, a esos hombres fuera de tiempo, a soñadores que han dejado de soñar y que transitan de regreso al lugar donde pudieron hacerlo. Quizá ese viaje a México signifique un viaje hacia sí mismos, al menos en los personajes de Lancaster y Marvin, ya que los interpretados por Woody Stroode y Robert Ryan son ajenos a ese retorno. Su viaje es diferente y, aunque resulte de menor entidad dentro de la historia, también implica una evolución que les acerca. El personaje de Ryan resulta interesante en su desarrollo, el cómo pasa de una comprensión moral limitada, de blanco y negro, a otra más compleja, que asume a medida que avanza el trayecto y su contacto tanto con el medio como con los hombres que lo acompañan. Inicialmente, accede con su moral estadounidense, con la ingenuidad de quien desconoce la ambigüedad humana y con la ignorancia de quien cree saberlo todo. Es un hombre que, asentado en su concepto de bien y mal, lleva consigo prejuicios, de los que se desprende aprendiendo sobre la marcha. En un momento de Los profesionales, le pregunta a Bill Dolworth <<¿Qué hacían dos estadounidenses en una revolución mexicana?>>. Y la respuesta le hace comprender más de lo que dice, puesto que permanece en silencio. <<Tal vez solo halla una revolución, desde siempre. La de los buenos contra los malos. La pregunta es quiénes son los buenos.>>



En manos de Brooks y en compañía de Los profesionales el western evoluciona un paso más  y lo da hacia la inexistencia de héroes inmaculados, ya no quedan ingenuos, pero es precisamente esa ausencia de ingenuidad la que remarca el romanticismo que se esconde tras la apariencia, el que se descubre en el comportamiento y las decisiones de quienes saben o sospechan que hagan lo que hagan no podrán cambiar el mundo y, aún así, no dejan de ser quijotescos. En el film de Brooks no existe un lugar de buenos y malos, ahora solo hay espacios para los hombres de negocios y para los desencantados, para quienes venden sus habilidades, para los que están perdidos, como aparenta el inicio del film, cuando todos ellos se dedican a sobrevivir o, en el caso de Dolworth, a vivir en camas que nunca podrán ser la propia. Los profesionales se inicia con la presentación por separado de los cuatro mercenarios que participarán en la arriesgada misión de devolver a María al hombre que les contrata. Así descubrimos que Fardan es experto en armas automáticas y conocedor del terreno en el que se desarrollará la acción, porque luchó durante seis años en la revolución mexicana. Estas características le convierten en el líder y en el cerebro del rescate, así como le responsabiliza de la labor de conjuntar al resto de sus compañeros. Ehrengard (Robert Ryan) es un ganadero, su experiencia se limita a los caballos; posiblemente, su contacto y dedicación a los caballos le haya mantenido apartado de la ambigüedad humana, ausente en los equinos. Jake (Woody Strode), cuyas habilidades son el lazo, el rifle y el arco, es el tercer personaje, y el último, el mujeriego y, aparente, viva la vida interpretado por Lancaster. Dolworth y Fardan son viejos camaradas, han compartido experiencias y les une la amistad que se convierte en otro de los ejes del film. Ese lazo sentimental posiblemente se fortaleció durante la revolución mexicana durante la que conocieron a Raza, el hombre que ahora retiene a María, y quien se convierte en el objetivo por el que atraviesan la frontera y continúan cabalgando hacia las Montaña Pintadas —el lugar donde Raza, alguien que ni Fardan ni Dolworth habrían calificado de secuestrador, tiene su campamento. Observan el emplazamiento, es un lugar difícil de asaltar, sin embargo, son unos profesionales y logran su objetivo, secuestrar a María, puesto que no la liberan, la apartan del hombre que ama y este no tardará en seguir la pista de los mercenarios de Brooks, un excelente guionista y director que aborda complejidades al tiempo que que desarrolla una aventura violenta, sucia, mortal que permite a los Fardan y Dolworth continuar siendo unos románticos, aunque ya sin causas perdidas ni por ganar.

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