viernes, 2 de septiembre de 2011

J.F.K. caso abierto (1991)



La década de 1960 fue un periodo convulso, marcado por las protestas civiles, la guerra fría, la de Vietnam, el breve deshielo y la posterior congelación soviética, el mayo de 1968 y otros enfrentamientos entre fuerzas opuestas, la mayoría desarrollados en la sombra. Pero, quizá por lo mediático de los sucesos, el país que vivió mayor agitación fue Estados Unidos. Tres décadas después, en la de 1990, algunos cineastas estadounidenses, que en los años sesenta eran jóvenes, adolescentes o niños, volvieron su mirada hacia ese pasado sombrío que dejaba muchas cuestiones sin aclarar. Oliver Stone era uno de aquellos jóvenes y ya asentada su carrera cinematográfica quiso encontrar respuestas, más bien, plantear preguntas y lo hizo en este thriller en el que mezcló realidad e hipótesis —la que involucraba a los grandes organismos de seguridad y poder— para arrojar luz sobre el asesinato de Kennedy. La intención de Stone no era novedosa, con anterioridad Henri Verneuil había realizado en I... como Ícaro (I... comme Icaro, 1979) una ficción que barajaba una hipótesis similar a la planteada por el cineasta estadounidense, que apuntaba a los supuestos responsables, que, con la muerte del presidente, eliminarían el obstáculo que los apartaba de sus intenciones y ambiciones. La mayoría de los documentos sobre el caso permanecen en secreto y no serán desvelados hasta después de 2029, aunque, según las palabras del incansable fiscal interpretado por Kevin Costner, es posible que la fecha se retrase.


Toda la información e investigación llevada a cabo no pudo aclarar un hecho que conmovió al mundo, tampoco 
Stone ofrece nuevas pruebas, pero sí señala que la Comisión Warren, encargada de la investigación, obvió muchas circunstancias y presentó una conclusión que inculpaba a un solo hombre, que Jim Garrison considera que podría haber sido la cabeza de turco de un complot que, de descubrirse, podría hacer tambalear los cimientos del país. Esto explicaría el por qué se intenta evitar a toda costa que Garrison consiga reabrir un caso que tres años después del suceso a nadie interesa recordar. J.F.K. caso abierto (J.F.K., 1991) mira hacia esa época combinando realidad documental y teoría de la conspiración, haciendo hincapié en el por qué del asesinato y en la lucha del hombre que intentó llevar a juicio un caso que nunca fue investigado ni presentado ante los tribunales. El asesinato de John Fitzgerald Kennedy fue un hecho, y Garrison no lo pone en duda, pero sí duda de la versión oficial, la expresada por la Comisión y la aceptada por la mayoría de la sociedad. Con la teoría del asesino solitario, Lee Harvey Oswald (Gary Oldman), ya no hay más preguntas y el caso se cierra. Sin embargo, a Jim Garrison, fiscal de Nueva Orleans, las conclusiones oficiales no le convencen porque ha descubierto anomalías, pruebas inconclusas y detalles que apuntan hacia una conspiración para deshacerse del presidente electo, quien pretendía cambiar el rumbo político-militar de la nación y el acercamiento con el rival soviético, para poner fin a la Guerra Fría. ¿Mafia? ¿C.I.A.? ¿Anticastristas? ¿Ejército? ¿Fabricantes de armas? ¿Todos? ¿Ninguno? Son preguntas que no importan, le dice un ex-militar de alto rango (Donald Sutherland), porque la que realmente importa es por qué, no quién. Garrison y su equipo investigan, encuentran pistas y testigos que les conducen hacia una hipotética verdad, sin embargo los testigos mueren o cambian de opinión, circunstancias que apuntan a un complot que alcanza a las grandes instituciones del país. La teoría de Oswald como asesino resulta increíble, cuestión que no pasa desapercibida para el fiscal (y para su equipo), sobre todo tras el asesinato del sospechoso, cuarenta y ocho horas después del asesinato de J.F.K. Este nuevo crimen impide la realización del juicio; ¿qué se habría descubierto de haberse celebrado la vista? La falta de notas del interrogatorio al sospechoso, tras unas doce horas encerrado; la aparición de una conexión entre Oswald y la C.I.A; los intereses en Cuba; la carrera armamentística o la intervención estadounidense en el conflicto vietnamita, son algunas de las circunstancias que confieren al caso contradicción y oscurantismo. Tres años después de la muerte de Kennedy, el fiscal se decide a descubrir la verdad de los hechos; no lo hace por prestigio o por falsedad, sino porque la verdad debe prevalecer en un país que merezca considerarse una gran nación. La verdad de Garrison apunta a una conspiración en las más altas esferas del país, un golpe de estado encubierto por la muerte de Kennedy, un asesinato que lo cambió todo; la retirada de Vietnam se tornó en un envío masivo de tropas, las compañías armamentísticas continuarían obteniendo beneficios, la guerra fría seguiría y los comunistas continuarían siendo el enemigo contra quien luchar y contra quien amedrentar a una población que desconoce y no necesita conocer.



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