Robert Ryan nunca llegó a ser una gran estrella de Hollywood y, sin embargo, fue uno de los actores más destacados de su época. No existe contradicción alguna en lo escrito, sencillamente su imagen no se vendió con brillo porque no era la del típico galán, ni la del héroe inmaculado que tan buenos dividendos dio a los grandes estudios cinematográficos. Sus personajes carecían de glamour, cierto, aunque no de atractivo; de esto último tenían de sobra y, para confirmarlo, solo hay que ver a sus tipos duros y hombres derrotados, sus villanos con o sin matices, sus antihéroes y héroes sin heroicidad. Son los numerosos hombres sin brillo a quienes confirió personalidades que abarcan numerosas emociones y contradicciones. Violencia, derrota, odio, redención, racismo, traición, nostalgia, coraje, imposibilidad, y a añadir otras tantas, salpican su amplia galería de indispensables del cine hollywoodiense. Resulta evidente que su físico, 1,93 metros, mirada penetrante y complexión fuerte, lo encasilló en papeles de villano, antihéroe o tipo duro. Pero esto no resta a su carrera, sino que suma, gracias a la feliz unión de características físicas y aptitudes actorales con las que compuso grises, claros u oscuros, la mayoría memorables. ¿Quién podría precisar qué se oculta detrás de esos ojos qué clava en sus rivales mientras guarda silencio, muestra un rictus que hiela o una sonrisa que podría ser una amenaza? Si algo se puede decir de sus villanos o duros de cine, es que los hizo distintos, les dio carácter. Robert Ryan dio vida a rostros pétreos y personalidades ambiguas, atractivas y repulsivas, en interpretaciones veraces y contundentes que no encuentran una línea divisoria que separe al ser racional del irracional; de ahí que lo cerebral y lo visceral, o lo moral e inmoral, se mezclen y formen el todo que les hace ser como son. Viven en sus zonas lumínicas y sus grises, incluso de tonos tan oscuros que su fondo se turbia y ennegrece como le sucede al villano de Encrucijada de odios (Crossfire; Edward Dmytryk, 1947), quizá, de sus papeles más famosos y contrario a la personalidad del actor —activista por los derechos civiles, liberal que no dudó en oponerse a las listas negras o contra el armamento nuclear—. Su debut en la pantalla se produjo en 1940. Durante ese año apareció en cinco películas en las que apenas tuvo presencia y tendría que esperar hasta Bombardier (Richard Wallace, 1943) para asumir un rol de mayor relevancia, aunque secundaria. Su primer papel importante (de coprotagonista) no tardaría en llegar, aunque la estrella de Compañero de mi vida (Tender Conrade; Edward Dmytryk, 1943) fue Ginger Rogers. Su lista de grandes actuaciones se prolonga desde este film de Dmytryk hasta su rol en Acción ejecutiva (Executive Action; David Miller, 1973), pasando por títulos imprescindibles del cine.
Filmografía (parcial)
1. Montgomery, Encrucijada de odios (Crossfire, Edward Dmytryk, 1947)
2. Scott, Una mujer en la playa (The Woman on the Beach, Jean Renoir, 1947)
3. Smith Ohrig, Atrapados (Caught, Max Ophüls, 1948)
4. Robert Lindley, Berlín Express (Jacques Tourneur, 1948)
5. “Stoker” Thompson, Nadie puede vencerme (The Set-Up, Robert Wise, 1949)
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