Veinticuatro años después de filmar Romola (1924), Henry King volvió a rodar en Italia, lo hizo con una historia ambientada en el Renacimiento, y con el protagonismo de Tyrone Power —actor a quien dirigió en once películas— y con el antagonismo de Orson Welles, que dio vida a César Borgia, uno de los políticos más destacados de su momento. Maquiavelo, que estuvo a su servicio, lo escogió como uno de los modelos de El príncipe, donde escribe que <<reunidas, pues, todas las acciones del duque, nada encuentro en ellas digno de represión. Al contrario, creo poder proponerlo, como he hecho, como modelo a cuantos por fortuna o con la ayuda de fuerzas extranjeras llegan al poder>>. Pero si Borgia encaja en el modelo del político que el florentino propone como ejemplo de alcanzar el poder mediante armas y fortunas ajenas —<<ni encontrará ejemplos más vivos que los hechos del duque quien quiera, en su nuevo principado, prevenirse contra enemigos, ganarse amigos, vencer por la fuerza o por el engaño, hacerse amar y temer por los pueblos, ser seguido y reverenciado por los soldados, eliminar a quienes pueden o quieren oponerse a ti, renovar las antiguas leyes, ser severo y bondadoso, magnánimo y liberal, acabar con un ejército desleal y crearse uno nuevo...>>—, el arribista que interpreta Tyrone Power no le anda a la zaga, puesto que, para alcanzar fortuna y su ascenso político-social, asume como principio motor <<el fin justifica los medios>>
Los escenarios reales, siempre que fue posible, procuran mayor profundidad de campo y realismo a la aventura renacentista de Henry King, aunque, siendo exactos, no estamos ante un film de aventuras, al menos en el sentido épico del género. El príncipe de los zorros (Prince of Foxes, 1949) intenta o abre varios frentes que transitar —romance, melodrama, cine histórico, etc.— y se posiciona a medio camino, en la encrucijada donde también se dan cita el clasicismo y la modernidad. King se decanta por una narrativa clásica, intenta dotar de subjetividad a los personajes y aprovecha los espacios reales, que convierte en parte imprescindible de la historia. Desaparece el cartón-piedra, ya no se trata de construir un decorado que evoque o sueñe ser Venecia, por ejemplo. La Venecia donde Andrea Orsini (Tyrone Power) conoce a Camila Varano (Wanda Hendrix) nada tiene que ver con los canales construidos en estudio para rodajes como los de Sombrero de copa (Top Hat, Mark Sandrich, 1934) o Las aventuras de Marco Polo (The Adventures of Marco Polo, Archie Mayo, 1938). No, en el film de Henry King los espacios son reales y realistas, y esto resulta positivo para la credibilidad de los distintos momentos y enfrentamientos que se producen en la pantalla, sobre todo, el de dos hombres que inicialmente coinciden en pensamiento y comportamiento, o así nos lo quiere hacer creer el realizador. No obstante, no tardamos en comprobar que uno es un político total y el otro no. Cesar Borgia (Orson Welles) es un hombre hecho por y para la política, entregado a ella en cuerpo y alma, entregado a la consecución del poder y de unificar los estados italianos bajo su dominio; de ahí que, como político profesional, no se rija por la ética y los valores comunes a quienes son ajenos al oficio de la política. Por contra, Orsini es un romántico que acalla su romanticismo, y no está por encima de la ética, aunque sea un zorro que se gana la vida mintiendo y engañando (también engañándose) para escalar desde lo más bajo a lo más alto de la sociedad renacentista. El fin de Orsini es su ascenso social y económico; pretende alcanzar la buena vida y, para conseguirlo, decide rebelarse contra el orden establecido —que no le permite como campesino abandonar la base piramidal. Posiblemente, sus pinturas fueron el primer medio empleado para sus fines, pero la falta de éxito le llevarían a asumir otros caminos para llegar a vivir bien mientras viva. De modo que opta por emular a Odiseo y valerse de cualquier ventaja y treta, sin importar el número de víctimas que vaya dejando por el camino. Sin embargo, su amoralidad es una fachada, puesto que, al contrario que Borgia, el poder no es su principio y fin, Orsini posee valores que ha estado acallando o que despiertan tras su encuentro con el conde Varano (Felix Aylmer) y su joven esposa Camila. Al inicio, César y Andrea pueden parecerse e igualarse en su amoralidad, aunque solo es una apariencia momentánea, puesto que el primero es lo que aparenta ser y el segundo aparenta ser lo que no es. Desde el encuentro del protagonista con su madre o su contacto con Camila tanto su pensamiento como su comportamiento se transforma, aunque más que una transformación se trata de una liberación de su verdadero yo, un yo que, por naturaleza, resulta opuesto al político maquiavélico representado por Borgia.
Pero, más que una aventura, un melodrama o una recreación renacentista, El príncipe de los zorros es una historia de amores que enlazan a los personajes, los pone a prueba y los enfrenta. Son el amor materno-filial de Orsini y su madre (Katina Paxinou), el paterno-filial en el matrimonio Varano, el platónico entre Camila y Andrea (posteriormente será un amor sensible y carnal), la amistad entre Orsini y Belli (Everest Sloane), y la pasión de Borgia por el poder, que le corresponde porque —como hombre de Estado y Estado hecho hombre— él se entrega a su conquista.
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