Cuando crezcan seré libre
Cuando crezcan podré volar
Cuando crezcan iré a tu lado
Cuando crezcan, mañana.
Hoy, eres un instante,
un deseo constante,
un reflejo pasajero,
una idea peregrina.
Hoy, eres eso y más,
bajo cielo gris,
y sobre piedra mojada.
Eres suma y resta,
fantasía jamas realizada,
cierta o equivocada.
Allí, aquí, venga o vaya,
vive en tu mirada.
Cuando crezcan será ahora
Cuando crezcan, mañana.
—Previamente Un vaso de whisky lleno de té—
Quiero que conste en acta que sin ella difícilmente habría encontrado el poema y al hombre sin oreja que, más temprano que tarde, se presentó en la oficina y asumió la autoría de la poesía. Lo hizo aquí mismo, justo enfrente de donde ahora escribo el informe naranja. Empezó a cantar poco después de despedirme de mi colaboradora, con quien no mantengo la hermosa amistad que aventuré días atrás. Sencillamente, vivimos existencias que se distancian cuando se acercan y se aproximan cuando suspiran en la distancia que las separa. Esto último no constará en el informe de la entrevista que a continuación transcribo.
Recupero imágenes de mi memoria fotográfica, ya lo tengo enfrente. Fijo mi mirada en sus ojos claros. Él desvía la suya de los míos almendrados. Mira el techo, el suelo, a un lado, al otro. Repite la secuencia y entra en bucle.
—No busques más, aquí solo estamos esta, esto, este, tú y yo.
Detiene la cabeza, ahora mueve la lengua. Se lleva la mano a la oreja, se rasca y vuelta a empezar.
—¿Y ahora qué?
No le respondo, no de inmediato, y durante varios minutos vacilo al compás. Guardo silencio. Lo estudio. Tampoco trato de imponerme ni quiero ponerle nervioso, sencillamente actúo así porque todavía ignoro qué preguntarle. Por su parte, quizá piense <<que tortura, aguantar a este>>. Amaga, mueve los labios, como quien dice pero sin llegar a decir.
—Es ahora o mañana —tararea al tiempo que tamborilea con sus dedos—, tal vez ayer, cuando salí de aquí y nunca más volví...
—Nada, tú ni caso —le digo en confianza—. Repite el estribillo, que yo doy palmas. O si prefieres... —Le ofrezco la posibilidad—. Y ahora, responde o contesta...
—¿A qué? ¿Y a quién? —contesta y responde.
—Esto no es un juego; y de serlo, ¿quién interroga primero? Venga, decide: ¿poesía o fiesta?
Me basta señalar la garrafa que hay sobre la mesa para que comprenda y, tras explicarme que descalzo le resulta más cómodo, canta de plano. Aunque no suena ningún “cuando crezcan seré libre” ni “es ahora o mañana”. En este instante, los acordes son los míos y así lo comprende cuando entona <<¡Cantaré lo que quieras! ¡Los grandes éxitos, los grandes fracasos...!>>
Vaya si lo hizo. Le di palmas con la diestra y la siniestra. Bailó la mitad de la noche; la otra bebió del porrón, charlamos y me recitó el poema. Finalmente, cantó esperanzas, triunfos, que no éxitos, fracasos y letras que ignoro si tendrán algún valor. Pero antes de redactarlas, dejaré por escrito que la fiesta se detalla en el informe marrón. También adjunto lista de negaciones en el folio amarillo, que remito junto al informe verde donde copio y pego el azul, aunque solo en su parte marina, la celeste la reservó para dejar constancia de que confesó que ni la poesía ni la confesión eran suyas, que ambas eran mías. <<Pero>>, dijo, <<como los menos leen versos, párrafos, estudios y declaraciones, y que en vista de tanta marcha diría lo que fuera, suspiro un ¿quién va a enterarse o quién va a creerme?>> Y Finalmente, suspiró otros sonidos que sonaron así:
No se puede estar en todas partes, dijo un día una aparición que ignoro si era sabia o si sabía que viajar más allá de los límites de sueños y fantasías implica ensanchar fronteras y transitar espacios inexistentes donde las verdades, igual de verídicas que las mentiras, se acumulan a la espera de que el total supere el cero y alcance horizontes donde el viento me susurra que viaja en mi ahora, no en el ayer donde ya fui o en el mañana donde seré otros, hasta que finalmente deje de ser cualquiera de los “yo”, “tú” y “él” posibles y disponibles... Mientras tanto, se acumulan en mi deriva onírica señales de humo y sueños que se consumen, ideas nunca enviadas por palomas mensajeras que sobrevuelan la colina artificial de enfrente, cuyos cegadores destellos en la distancia me impiden olvidar los cuatro papiros y los cien pliegues donde varios majas y majos de la Antigüedad inmortalizaron sus impresiones desnudas. Pero no las puedo leer, ese es mi pena; su mal, el deterioro lingüístico provocado por los siglos luz que me separan de caras sin rostro que reducen miles de imágenes mentales a una sola. No les puedo agradecer de uno en una tantas muestras de nada o quién sabe qué, pues, como dijo la insustancia, somos como el recién nacido que respira por primera vez y siente el flujo vital recorriendo su cuerpo, sin saber que ese instante de dolor, también es precioso y preciso: es el inicio de su breve inmortalidad, de su gran comedia y drama...
Inspector ~. Borrador del informe naranja, extracto, copia y pega, del azul, y fragmento del violeta.
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