En muchos casos, la realidad social que se vive en el momento marca las tendencias cinematográficas, así pues, la época en la que se filmó Soy un fugitivo (I am a fugitive from a chain gang, 1932) queda plasmada en el pesimismo que destila una producción cuyo protagonista sería uno de esos miles de jóvenes anónimos que regresan a su hogar tras combatir en La Gran Guerra. James Allen (Paul Muni) ha cambiado tras el conflicto en el que ha participado, su regreso al hogar viene marcado por la idea de construir puentes y carreteras, sin embargo, por no contrariar a su madre, acepta su antiguo empleo en una fabrica donde realiza una tarea que contradice todo cuanto desea para su futuro; cuestión que le convence para dejarlo y buscar un trabajo en la construcción del que no tarda en ser despedido. La oferta de empleo se ha reducido considerablemente, hecho que le obliga a recorrer diversas zonas del país en busca de esa ocupación laboral que le permita asentarse, sin embargo, allí donde pregunta encuentra la misma respuesta. Sin comida y sin poder hacer más que trasladarse de un lado a otro de la nación tropieza con un desconocido (Preston Foster) que amablemente le invita a una hamburguesa, ofrecimiento que James no rechaza, porque sólo de pensarlo se le hace la boca agua. Por desgracia, el concepto que Pete tiene de comer una hamburguesa difiere del que tiene James, quien, sin saborear lo prometido, se convierte en cómplice a la fuerza de un atracador que muere abatido por la policía, mientras que a él le detienen y condenan a diez años de trabajos forzados. James Allen sufre una condena injusta en la que se le aplican métodos que atentan contra cualquier derecho humano, una violencia que le desespera hasta el punto de fugarse a la primera oportunidad que se le presenta y que le conduce al norte, al estado de Illinois, donde consigue un empleo de peón. De ese modo se inicia un periodo de paz y de ascenso laboral que concluye con su nombramiento de supervisor general de obras, puesto que le permite alcanzar su sueño de construir puentes y carreteras. No obstante, la vida de Allen James (su nuevo nombre) no resulta como espera, atrapado por la amenaza que le obligó a aceptar un matrimonio no deseado con una mujer que conoce su verdadera identidad. Cuando Helen (Helen Vinson) aparece en su vida descubre en ella aquello que no existe en Marie (Glenda Farrell), quien además de engañarle, le denuncia a las autoridades, porque no está dispuesta a concederle un divorcio que implicaría la pérdida de la comodidad que le proporciona la situación laboral de su esposo. Todo cuanto James ha realizado hasta entonces parece no importar, ni siquiera el hecho de ser uno de los ciudadanos más respetados del estado, ni que la opinión pública y la presa se posicionen a su favor, permitiendo que cuente su historia y los métodos empleados en el penal del que escapó. Sus declaraciones no son del gusto de los responsables políticos del estado donde fue condenado, pero éstos no tienen más remedio que ofrecerle un trato por cuestiones jurisdiccionales, que consiste en noventa días de reclusión si regresa voluntariamente, cuestión que acepta tras hablar con Helen. Sin embargo, la promesa se incumple y James es condenado a un año de trabajos forzados, tras el cual le aguardaría la libertad; pero transcurrido su supuesto periodo de reclusión se le informa de que su puesta en libertad se posterga indefinidamente, ese momento resulta terrible para él y reafirma la injusticia cometida y marca el final de la esperanza de James Allen, confirmando el título de la película de Mervyn LeRoy: Soy un fugitivo; pues, tras una segunda fuga, un hombre honrado se transforma en lo nunca había sido.
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