jueves, 24 de octubre de 2024

Mallrats (1995)

La primera mitad de los 90 fue la del debut en la dirección de una serie de cineastas estadounidenses que, nacidos entre 1960 y 1970, fueron disparados a la popularidad que les abrió de par en par las puertas de Hollywood, gracias a los éxitos de su primer o de su segundo largometraje. En los primeros casos, los más representativos (o los que me vienen ahora a la memoria), los de Quentin Tarantino (1963), Robert Rodriguez (1968) y Kevin Smith (1970), sorprendieron con su primer film de larga duración y esto animó a más de uno a encumbrarlos a lo más alto del panorama cinematográfico, como si fueran nuevos niños prodigios; tal como, cinco décadas atrás, otros habían dicho de Orson Welles, antes y después del estreno de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941). Más desapercibidos se estrenaban Paul Thomas Anderson (1970) con Sidney (Hard Eight Sidney, 1995), Alexander Payne (1961) en The Passion of Martin (1991) o Richard Linklater (1960) en It’s Impossible to Learn Plow by Reading Books (1988), aunque este último rodó su primer largometraje a finales de la década de 1980. Pero todavía les quedaba mucho recorrido para demostrar si la maestría que se les atribuía a los primeros, y a partir de Boogie Nights (1997), Ruth, una chica sorprendente (Citizen Ruth, 1996) y Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993), a los siguientes, correspondía con la realidad —Welles, lo demostró sobradamente, superando no pocas trabas ajenas y excesos propios (del artista y del divo que fue), y aún hoy se le recuerda por su genialidad y su rebeldía creativas— o solo era parte de una moda o de una operación de marketing con la que llamar la atención para sucesivos films.

Entre estos directores nacidos durante los años del decenio que separa e incluye a 1960 de 1970, Quentin Tarantino filma su primer largo, Reservoir Dogs (1991), y, para mí, junto Pulp Fiction (1994), su mejor película en 1991; Robert Rodriguez hace su primer largometraje, El mariachi (1992), por un puñado de dólares y, sorprendentemente, recauda algún que otro millón que le permite el paso a presupuestos más holgados; y Kevin Smith realiza su primer largo en 1994 y ya introduce en él a personajes juveniles que denotan un nivel cerebral perfectamente adaptado a su entorno. Los tres exhibían intereses distintos, aunque, en los casos de los dos primeros, hayan sido en ocasiones coincidentes e incluso cómplices gamberretes en Abierto hasta el amanecer (From Dust Till Dawn, 1996), Four Rooms (1995), Sin City (2005) o en el díptico Grindhouse (2007). Pero los tres sí parecen tener en común el pertenecer a la generación de la MTV, del cómic, del videoclub, del centro comercial y de los “Mcloquesea”… influencias setenteras y ochenteras que, según quién, resaltan más unas que otras.

En el Kevin Smith de Mallrats (1995) parece evidente que debe no poco a la verborrea hueca, que pone en boca de sus personajes (salvo en el que él interpreta), y su cine al de John Hughes, al humor grotesco de John Belushi, a Stan Lee y los cómics Marvel (y los de otras editoriales y autores), y a Lucas y su galaxia lejana y palomitera,… aunque haga referencias cómicas a otros films —por ejemplo: Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), cuando T. S. (Jeremy London) y Brodie (Jasón Lee) entran en el centro comercial y este último imita al coronel amante del surf, <<Me encanta el olor del comercio por la mañana>>, o cuando Smith introduce unos acordes musicales que remiten a la banda sonora de Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975)—, lo cual me genera la idea, quizá equivocada, de que sustituye la ironía (inexistente) por el chiste fácil y soez: el caca, culo,… de mi adolescencia, supongo que también de la suya, que quiere pasar por humor gamberro y desenfadado —en Tarantino, pienso que mejor cineasta que Smith, el humor incluso pretende pasar por inteligente—, pero que no deja de ser el infantilismo en el que vive el cine de Hollywood desde finales de la década de 1970, aunque con anterioridad ya había asomado en no pocas producciones. En este segundo largometraje, realizado después del inesperado éxito que supuso Clerks (1994), una comedia de bajo presupuesto en la que ya asoman dos personajes que reaparecen en sucesivas comedias y que, en retrospectiva, indican por dónde camina el humor de Smith… realiza una comedia de adolescentes y de centro comercial que, en cierto modo, pretende ser satírica, donde los héroes y las heroínas del film acuden a pasar el tiempo (y la mayoría de púberes de ciudades estadounidenses como la Nueva Jersey de los 90) y a aprender a ser buenos compradores mientras hablan de sus problemas amorosos, suben y bajan en las escaleras mecánicas, recorren una y otra vez los mismos pasillos, participan en un concurso de parejas o un par de ellos atiza al conejo de Pascua; actividades que, desde unos años atrás, y con excepciones, han heredado los adolescentes del lugar donde vivo, quienes si dieran una oportunidad a una película del siglo pasado, tal vez, se sorprendiesen con el resultado o confirmasen sus afirmaciones, pero ya con conocimiento de lo referido. Equivocado o no, sospecho que estos adolescentes de mi ciudad, que rondan entre los doce y los sesenta años, preferirían seguir hablando de “ya llega Halloween, habrá que disfrazarse” y preguntado cuándo celebramos aquí “Acción de Gracias”…



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