La historia no es fría, pero no puede traer las sensaciones calientes y vivas en el pasado al presente que la estudia, ni recuperar la atmósfera de los días pretéritos. Tampoco puede hacerlo el cine, ni la literatura, pero estas tienen “licencia poética” y ante ellas se abre la posibilidad de recrear y representar lo ya ocurrido (lo que está sucediendo o, ya entrando en terreno de la ciencia-ficción, lo que podría venir). Por lo general, una novela o una película “histórica” suele gustar y entretener más que la historia en sí, a la cual, sin darle la oportunidad de defenderse ante quienes, ignorando sus atractivos y el estar viviéndola en uno de sus instantes, la tildan de aburrida o la confunden con una mala lección escolar. Cualquiera de las tres, cine, historia, literatura, puede mirar el pasado, sin embargo, el periodismo, llamado el cuarto poder, por su capacidad de sacar a la luz verdades ocultas y de inventar allí donde no se encuentran o de enterrar hechos bajo otras realidades, de guiar, controlar y manipular la opinión, de deponer y poner gobiernos, de destruir vidas o encumbrarlas, de inventar y propagar “causas bélicas”, resulta más limitado, pues está condenado a mirar el presente y encontrar la verdad que debe desvelar. Aunque se valga de la hemeroteca para apoyar su noticia, la naturaleza de esta la “condena” a ser actual, a fijar su mirada en el ahora. Así, la labor periodística (la que se le atribuye desde su nacimiento) consiste en informar —el artículo de opinión y el editorial son cuestiones aparte—, tras cerciorarse de que sus fuentes, sus informes y sus informaciones son veraces; aunque no siempre lo hace. La prueba: el nacimiento de la prensa amarilla de la mano de empresarios como Hearst y Pulitzer.
Pero al contrario que a cineastas y a novelistas, a quien ejerce el periodismo o a quien estudia la historia se le exige la verdad, que luego exponga tal verdad, o cómo se incline a la hora de hacerlo, es otro cantar que entra dentro de la ética y de la profesionalidad, la cual presume de quedarse al margen de cualquier sesgo. Sin embargo, finalmente, lo que determina cualquiera de las áreas nombradas es la parte humana que la recorre. Esta no puede permanecer al margen de sí misma, ni de los intereses e influencias, por mucho que comprenda que no debe dejar aflorar sus emociones ni sus sentimientos. Esa parte humana es aquella que la protagonista de Civil War (Alex Garland, 2023), Lee Smith (Kirsten Dunst), pretende mantener alejada de su trabajo; claro que sin lograrlo, pues establece lazos con quienes la acompañan y, aunque pretenda lo contrario, no deja de verse impresionada por la realidad que capta a través de su cámara.
Ella es humana y la historia y las noticias son hechos, aunque muchos se tergiversen, omitan, exageren u olviden cuando se hace historia o se le da forma periodística al instante; de ahí que ambas sean una cuestión viva, obviamente influenciadas por las distintas miradas y realidades que les afectan; la literatura y el cine, también. Así, los personajes que emprenden el camino hacia Washington, para entrevistar al presidente de un país en plena guerra civil, se arriesgan para obtener un titular, más que la verdad de la que informar; como Lee dice “para que otros piensen”. Asume que su función como reportera fotográfica es la de ser el ojo, no la razón ni el humanitarismo. Lee está dispuesta, como también lo estuvo (en la realidad) Lee Miller, que abandonó la pasarela para adentrarse con su cámara en la Segunda Guerra Mundial y dar a conocer el rostro oculto sin renunciar a su personal mirada, o Gerda Taro, la mitad de Robert Capa durante la guerra civil española, —famosa es la fotografía “muerte de un miliciano”, que resultó ser una instantánea preparada para recrear un instante emocional que recorrió el mundo—, pero a cambio de qué. ¿De deshumanizarse o de contener hasta el límite su humanidad frente a la barbarie que fotografía permanece impasible? Al final, la realidad acaba por afectar, porque nadie vivo logra escapar de ella. Con todo, Civil War se adapta al cine espectáculo, prefiriendo la pirotecnia al sosiego, que resulta mucho más radical por las posibilidades que ofrece, y encuentro mejores ejemplos cinematográficos de reporteros de guerra en También somos seres humanos (Story of G. I. Joe, William A. Wellman, 1945), El año que vivimos peligrosamente (The Year of Living Dangerously, Peter Weir, 1982), Bajo el fuego (Under Fire, Roger Spottiswoode, 1983), Los gritos del silencio (The Killing Fields, Roland Joffé, 1984) o Salvador (Oliver Stone, 1988), cinco títulos en los que sus protagonistas son reporteros, la mayoría gráficos igual que Lee Smith y su pupila Jessie (Cailee Spaeny), en conflictos bélicos que desvelan locura, criminalidad, muerte y miserias, al tiempo que afectan al “ojo impasible” impidiéndole mantenerse a la distancia de insensibilidad, establecida para no sentir; a saber cuál es esta y en qué medida existe en los seres humanos, suma de cuerpo y de emociones, de lo que percibimos y experimentamos a través de los sentidos, así como de lo que aflora en sentimientos y pensamientos…
La prensa destruye tanto como construye, es una mano que se ciñe al poder de turno, en la época actual, el dinero es el componente motivador del gran porcentaje de la prensa, se manejan como compañías. Las elecciones son manipuladas por la prensa, recuerdo la técnica inglesa de distribuir mentiras en lugares públicos como ferias para que una mentira se popularizara. Por ejemplo, en contra de un estado o persona, de esta manera se destruye la verdad y se construye un muro de Fake news en la actualidad esta tan exacerbada la mentira, solo vasta con ver todo el tema del COVID19 o las elecciones en EEUU, el mundo actual formara a personas sin poder de decisión personas que caen en las redes de personajes como “Milei” que son muñecos de gobiernos como el de EEUU. El caso de Brasil donde se implementó un freno a este sistema me parece resaltable que un gobierno le ponga freno a esta prensa que ha perdido el rumbo me parece elogiable, en mi país no se habla de esto todo lo tapan en la prensa actualmente, no se menciona a Brasil ni su apuesta por una verdad y no un puñado de mentiras.
ResponderEliminarComo bien dices Toño durante el siglo XX todo se digitaba a favor o en contra de un factor económico los casos de Hearst y Pulitzer son embrionarios del mundo actual, todo se repite, pero con mas fuerza, ahora desde un celular el mundo puede ser una tormenta cuando tenemos un sol que podemos ver le creeremos más al mundo que sale del celular que al mundo que existe realmente.
Como siempre saludos y Gracias Toño.
Gracias a ti, Marcelo. Tus comentarios y reflexiones enriquecen esto. Amplían y aportan. Hoy, parece que todo se reduce al titular, a la instantánea, como si ya no pudiéramos interesarnos o centrarnos en algo que nos exija un pensamiento más allá del momento. A lo sumo, unos cinco minutos y a otra cosa. Creo que la velocidad y la inmediatez no juegan a favor de un pensamiento ya no crítico, sino curioso, que te plantee preguntas y anime a buscar respuestas, que, probablemente, planteen nuevos interrogantes y vías hacia otras. Pero lo más cómodo es no plantearse nada, asumir que la razón es nuestra y que lo que dice el medio en el que confiamos (por el motivo que sea) siempre dice la verdad. Y así, todo va bien.
ResponderEliminarSaludos.