lunes, 24 de julio de 2017

El código criminal (1931)


Hacia finales del periodo silente e inicios del sonoro, estudios cinematográficos como Paramount y sobre todo Warner Brothers encontraron en la figura del gángster una fuente de inspiración para algunas de sus películas, que aún no habían desarrollado ni el pesimismo ni la negrura que caracterizarían al cine negro posterior. A la espera de ese género que brillaría en sus claroscuros formales y temáticos, aquellos primeros films se dedicaban a exponer con brillantez el submundo criminal en La ley del hampa (UnderworldJoseph von Stenberg, 1927) o La horda (The RacketLewis Milestone, 1928). Poco después, incorporado el sonido, llegarían las sobresalientes Hampa dorada (Little CaesarMervyn LeRoy, 1931), El enemigo público (The Public Enemy,  William A. Wellman1931) y Scarface (Howard Hawks, 1932). Por aquel entonces, a medida que el cine gangsteril se iba desarrollando y cobrando nuevas perspectivas, surgió el penitenciario, cuyas tramas se alejaban de los grandes hampones (de sus ascensos y sus inevitables caídas) para adentrarse en correccionales como el expuesto por George Hill en El presidio (The Big House, 1930) y Howard Hawks en El código criminal (The Criminal Code, 1931), dos películas que pueden considerarse pioneras del subgénero que algunos expertos señalan su origen en la posterior (y también espléndida) Soy un fugitivo (I Am a Fugitive from Chain Gang; Mervyn LeRoy, 1932). Pero, más que de cine negro, habría que hablar de (melo)drama carcelario no exento de cierta crítica social, aunque lejana de la contundencia crítica y de la crueldad física de Fuerza bruta (Brute Force, Jules Dassin, 1947), Sin remisión (Caged; John Cromwell, 1950) o Motin en el pabellón 11 (Riot in Cell Block 11; Don Siegel, 1954). El penitenciario de los primeros años de la década de 1930 mostraba a delincuentes corrientes, a inocentes confinados por error o a víctimas de su mala suerte y de la mala gestión de sus defensores legales. Este último caso, el de la mala fortuna y el de un abogado incompetente, conduce al joven protagonista de Código criminal a su reclusión y a la desesperanza, la cual parece abandonar cuando su camino se cruza con el de Mary Brady (Constance Cummings), la hija del nuevo alcaide (Walter Huston), quien a su vez había sido el fiscal que lo envió a presidio.


Al tratarse de una producción de la 
Columbia de Harry Cohn, por aquel entonces un estudio sin prestigio que se dedicaba a producciones baratas, Hawks contó con pocos medios materiales, aunque esto se vería compensado por una mayor libertad a la hora de poner en marcha su cruda exposición del sistema penal. Para ello, el cineasta dividió la película en dos momentos y dos espacios alejados. El primero se desarrolla fuera del correccional y expone con brevedad la detención y la condena de Robert "Bob" Graham (Phillips Holmes) por el homicidio involuntario de un cliente del local donde celebraba su cumpleaños. El segundo espacio, la prisión donde el joven ha pasado los seis últimos años, gana en protagonismo, de hecho, se convierte en un personaje más de la trama y anuncia constantes definitorias del cine penitenciario (las duras condiciones, el abuso por parte de carceleros como el capitán Gleason, los intentos de fuga, las armas clandestinas o los ajustes de cuentas). Allí se produce el reencuentro del reo con Mark Brady, el fiscal que, siguiendo la ley, le dijo en su primer encuentro que <<alguien tiene que pagar>>, aunque el delito fuera una cuestión de mala suerte. La frase de Brady resume el código penal, basado en el ojo por ojo, y también sintetiza el código criminal que reina entre los prisioneros, un código que Galloway (Boris Karloff) expresa de la misma manera que el abogado-alcaide cuando alude a Runch (Clark Marshall), el delator que debe pagar por su chivatazo. Esta circunstancia iguala ambos ámbitos, lo cual apunta hacia la crítica de un sistema que, cometido el crimen, busca un culpable aunque sea inocente, pues alguien debe responder por el delito; la ley, la política, la prensa y la opinión pública así lo exigen. Este es el sino de Bob, que, a pesar de ser inocente, se ve envuelto en un nuevo homicidio, el mismo día que espera recibir su libertad por buen comportamiento. La mala fortuna vuelve a llamar a su puerta, situándolo en el lugar y en el momento inadecuados. Aunque no es testigo del asesinato de Runch, la presencia de Graham en el despacho del alcaide le permite descubrir a Galloway, su amigo y compañero de celda. Este hecho provoca que, tanto para salvar su carrera como para salvar al joven, el alcaide le presione para que delate al asesino, pues muerto el delator, Brady ve como su éxito al evitar la fuga se trasforma en una situación delicada que lo pone entre la espada y la pared, presionado por la fiscalía, la opinión pública y el sistema penal que seguiría siendo cuestionado en sucesivos títulos del subgénero penitenciario.



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