miércoles, 18 de mayo de 2011

La colina de los diablos de acero (1957)



Habrá quien piense que es exagerado afirmar que Anthony Mann logró en La colina de los diablos de acero (Men in War, 1957) una de las mejores producciones bélicas de la historia. No es mi caso. Pero pocos serían los que rebatirían que su narración es impecable, dura y no necesita de alardes técnicos para reflejar lo que quiere contar. El interés de Mann simplemente se centra en la parte humana, alejándose de una visión de la guerra en la que los hombres son valientes y no temen por sus vidas. No hay lugar para una exaltación de la grandeza del ejército, algo que resulta un acierto, pues refleja la verdadera guerra a la que se encuentran sometidos este puñado de hombres, una guerra contra sí mismos y contra un enemigo siempre presente, la muerte. Corea, 6 de septiembre de 1950. Un pelotón al mando del teniente Benson (Robert Ryan) se encuentra rodeado por las fuerzas enemigas. Sus órdenes son alcanzar una colina en la que se encontrarán a salvo, pero para ello deben avanzar entre un enemigo, prácticamente, invisible y mortal. La aparición de un jeep en el que viajan un sargento y un coronel, que sufre las secuelas psíquicas de la contienda, es un rayo de esperanza para el pelotón. El vehículo significa no cargar con los pesados fardos y así poder avanzar más rápido hacia la salvación. El sonido del viento les acompaña durante todo el sufrimiento al que se ven sometidos, parece como si quisiera recordarles la soledad en la que se encuentran y la imposibilidad de alcanzar un objetivo que semeja inalcanzable.


La guerra es un infierno, el terreno, la obligación y la responsabilidad, son amenazas constantes que hace que sus mentes vayan adentrándose en un estado de lucha que no pueden ganar. El miedo a la muerte les acecha, les domina y provoca que actúen como niños asustados (algo que, en situaciones de este tipo, sería normal, no son Rambo, ni tan siquiera, Chuck Norris). La guerra acaba con el espíritu humano, son animales acorralados que saben que pueden morir en cualquier instante. Este descubrimiento resulta duro de aceptar, ninguno lo desea, desean escapar. Pero es esa ansiedad la que puede provocar que no salgan con vida, y es ahí donde el teniente pretende asumir sus galones y mostrar una confianza que tampoco él siente. Este oficial ve como sus hombres mueren poco a poco, esta visión marca su estado de ánimo. ¿Para qué? ¿Por qué?, parece preguntarse. Él es el líder del grupo y como tal asume sus responsabilidades, aunque no le guste. En el polo opuesto se presenta el sargento Montana (Aldo Ray), individualista, duro, profesional y con un instinto para la lucha que no le hace dudar. En caso de dudas, dispara (un lema que no gusta al teniente). Este suboficial, aparentemente ajeno a la situación que vive el grupo, se desvive por proteger y cuidar a su coronel (representación en la mente del sargento de la imagen paterna y del afecto que se le había negado). La visión de ambos protagonistas se antepone, no comparten las mismas ideas. Benson encuentra en el sargento a un hombre carente de escrúpulos, amoral, capaz de cualquier cosa con tal de sobrevivir. Piensa que si la guerra se debe ganar con hombres como Montana es mejor no ganarla. Los valores que rigen la mente del teniente le llevan a contemplar a los enemigos como seres humanos, no como a animales que hay que eliminar. Sin embargo, su moralidad le conduce al desánimo (consigue minar su mente), algo que se refleja en su rostro. Pero el personaje que mejor refleja la maldición de la guerra es, sin duda, el coronel, interpretado a la perfección por Robert Keith. Sin emitir una palabra a lo largo del metraje, es capaz de transmitir la inestabilidad emocional a la que le ha conducido el conflicto. Su mirada perdida, sus gestos faciales, en los que asoma un deseo de regresar del estado en el que se encuentra atrapado, un quiero y no puedo que indica que ha sido derrotado por los acontecimientos que ha vivido, le obligan a alejarse de todo cuanto sucede a su alrededor. Y sin embargo, no se ha rendido, continúa con su lucha, algo que también hacen aquellos que le acompañan.

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