miércoles, 1 de agosto de 2018

Sucker Punch (2010)


Una de las ideas expuestas por Zach Snyder en Sucker Punch (2010) nos dice que la libertad se genera y se alcanza en la mente, pero el realizador no profundiza en aquello que insinúa y se recrea en el artificio audiovisual que solapa la idea central del film. Condicionada por aquello que el pensamiento fantasea y modifica según los conocimientos adquiridos, la imaginación es la vía de acceso al estado idealizado por la protagonista, un estado para ella real y que plantea interrogantes como ¿qué es fantasía y que es realidad? ¿Dónde empieza la una y termina la otra? ¿O quién las delimita? Para Baby Doll (Emily Browning) la realidad es el gris encierro que sufre antes y durante su estancia en el centro psiquiátrico que su mente transforma en el colorido físico y musical donde sumerge su mente para alcanzar la libertad. Tanto en el espacio opresivo donde vive su encierro como en aquel otro que ella transforma en fantasía prima el barroquismo formal de Snyder, quien parece sentirse cómodo filmando un híbrido —videoclip, videojuego, cómic— discontinuo y artificioso en su narrativa
.


Como espectáculo audiovisual, Sucker Punch puede resultar atractivo a la vista y al oído de quienes disfrutan de la pirotecnia cinematográfica, aquella que capta la atención por su apariencia, pero, más allá de la estética, ¿qué queda? ¿Una reflexión posmoderna o la sensación de que el realizador intenta ocultar sus carencias narrativas con prolongadas escenas de acción y con la música que las acompaña? ¿Qué sucede con la idea de la libertad insinuada? ¿Se pierde por el camino que debería conducirnos a ella? ¿Es real o solo forma parte de la fantasía de quien la sueña y la persigue? ¿Por qué Baby Doll escoge escenarios a los que (se presupone) no ha tenido acceso y sin embargo imagina seres que sí conoce? ¿Cómo puede imaginarlos? ¿Los ha visto similares en el cine, en la televisión o en la literatura? Estas preguntas y sus correspondientes respuestas me llevan a pensar que en el cine de 
Snyder no importan ni las unas ni las otras y sí el aspecto externo y los abusivos movimientos de cámara, movimientos vertiginosos o el ralentí que señalan la presencia del realizador, que se posiciona por encima de la interesante propuesta planteada a raíz del encierro de la adolescente protagonista.


El estilo cinematográfico de Snyder provoca que en ocasiones la idea de alcanzar la libertad en la imaginación sea desterrada de la pantalla, lo cual provoca cierto desequilibrio entre lo que se ve (y escucha) y aquello que se esconde detrás de la espectacularidad que se impone desde el inicio de Sucker Punch, un film que si bien encuentra su demiurgo en el subconsciente de Baby Doll, quizá de Sweet Pea (Abbie Cornish), nunca llega a ser una película narrada desde el punto de vista de sus protagonistas. La subjetividad de Sucker Punch se traslada al público, que observa el encierro de las heroínas en la institución donde supuestamente se tratan trastornos psíquicos, pero donde cabe la posibilidad que
 ni siquiera el marco espacial sea real. El tono oscuro, la lentitud de las imágenes y la música (que se convertirá en otra de las protagonistas de la película), así como la constante presencia de la lluvia en los minutos iniciales, provocan la sensación de que Baby Doll se encuentra atrapada en un mundo de sombras, aquel dominado por la figura del padrastro-villano que, sin escrúpulos, acaba con la vida de la hermana pequeña y a ella la encierra en el centro donde se le practicará la lobotomía. Durante su estancia en el hospital psiquiátrico, el color sustituye a los tonos grises, pues, en ese instante, la protagonista idea su fuga, y que Snyder muestra como una ilusión de la misma, pues sustituye los hechos reales, que se producen en el espacio físico al que no tenemos acceso, por la fantasía ideada por la imaginación de la heroína.

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