Hay realizadores que encuentran en los certámenes internacionales un aliado para darse a conocer y promocionar sus películas, y que estas llamen la atención de distribuidores que las estrenen lejos de las fronteras de los respectivos países de producción. Este es el caso del cineasta turco Nuri Bilge Ceylan cuyo idilio con el festival de Cannes le ha proporcionado diversas nominaciones y distintos premios, entre los cuales destaca la Palma de Oro recibida por Sueño de invierno (Kis uykusu, 2014). Sus más de tres horas de duración la convierten en la película de mayor metraje que, hasta la fecha, se ha alzado con el máximo galardón del mediático festival francés. Son ciento noventa y cinco minutos de silencios, de aparente inmovilidad, de reflexiones y conversaciones, complejas, sencillas y todas ellas esclarecedoras, que permiten a quien las contempla y escucha acercarse a la interioridad de personajes como Aydin (Haluk Bilginer), el protagonista masculino, cuya altivez menosprecia la valía de Nihal (Melisa Sözen), su joven mujer, y el pensamiento crítico de su hermana Necla (Demet Akbag) o a cualquiera que no considere a su altura moral. Y por supuesto, nadie está a la altura de su pensamiento, de su manera de interpretar el entorno, el cual considera suyo, un espacio donde el virtuosismo por él asumido lo distancia del exterior que contempla desde el plano teórico e idealizado que le permite reflexionar sobre aspectos de la vida que mantiene fuera de su despacho-refugio, donde da la espalda a las palabras de Necla y desde donde rehuye el contacto con el paisaje desolado que delega en su escudero Hidayet (Ayberg Pekcan). <<Un necio es para mí este sabio, con sus cuarenta pensamientos. Creo, sin embargo, que entiende bien de dormir. [...] Un dormir como el suyo es contagioso, incluso a través de un espeso muro>>. Zaratustra habló para sí mismo, para unos pocos y para multitudes que no escuchaban sus palabras, aunque las aquí entrecomilladas son las que Nietzsche atribuyó al personaje homónimo de su obra más popular, palabras que me sirven para definir, mejor o peor, a Aydin y al sueño invernal que contagia a Nihal y a Necla. Su voz interior nos descubre la soledad y el aislamiento que cobran cuerpo en su hotel, espacio físico cerrado, donde el vacío y la distancia entre los distintos personajes, y entre estos y el paisaje humano que se contempla fuera del recinto, nublan la realidad circundante que, rodeado de libros y de escritos, el protagonista ignora, quizá rechace, convencido de la superioridad moral e intelectual que se atribuye. Su alejamiento de las dos mujeres, que se marchitan en su prisión de insatisfacción, y del mundo exterior se evidencian a lo largo de más de tres horas de un metraje que fluye sin prisa, pero armonioso y elegante, frío y estático como frío y estático es el reino de Aydin, un reino donde lo tangible y lo intangible se equilibran con gran acierto en las palabras y en las emociones que, sin necesidad de ser expresadas de viva voz, desvelan las interioridades de espectros humanos frente a la inmensidad del paisaje existencial que los amenaza y los separa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario