La ola (2008)
Un breve repaso a la Historia nos descubre repetidos intentos de eliminar, sea mediante la fuerza, la censura, el adoctrinamiento, la seducción o la alienación, la individualidad que da forma a una sociedad plural y en movimiento. Esta intención contradice la necesidad básica para el buen funcionamiento de cualquier grupo, pues, a nadie escapa, los individuos autónomos, libres y pensantes -conscientes del yo, del nosotros, del tú,... y de las distintas circunstancias que lo rodean y afectan- enriquecen su entorno y al conjunto del cual forman parte. Además de implicar un retroceso social, cultural y humano, eliminar este elemento básico y diferenciador acarrea el riesgo de la irracionalidad, pues eliminadas las mentes pensantes y constructivas, potencialmente críticas y creativas, solo queda la uniformidad y el acatamiento (consciente o inconsciente) de las directrices dictadas por el uno o por la minoría que ostenta el poder y pretende desterrar cuanto no se adapte al orden homogéneo establecido, el cual imponen, potencian y guardan con sumo celo. Borrada la capacidad crítico-analítica, las inquietudes, la diversidad, la identidad y la consciencia del ser, el individuo se estanca, se adapta y asume, cual miembro de un rebaño, su acomodo dentro del conjunto que transita por la senda señalada sin plantearse el por qué lo hace o el hacia dónde lo conduce, porque lo que importa es la sensación de aceptación (pertenencia) y de bienestar dentro del todo en el que se reconoce como parte integrante, aunque dicho todo sea la mentira cultural, económica, moral, social o política que oculta aspectos que escapan a la percepción adulterada por quien controla el sistema. Esto sería parte de la autocracia que el profesor Reiner (Jurgen Vogel) comenta con sus alumnos durante la semana de proyectos en la que se desarrolla La ola (Die Welle, 2008), aunque inconsciente de que él mismo cae y fomenta el adoctrinamiento que pone en peligro la individualidad y el buen desarrollo de los adolescentes que componen el grupo de trabajo. A primera vista, La ola podría emparejarse con su contemporánea La clase (Entre les Murs; Laurent Cantet, 2008), pero nada más lejos de la realidad, ya que el film de Dennis Gansel difiere en forma y en fondo de la menos ornamental propuesta de Cantet, la cual toma el ámbito escolar, la relación alumno-docente y la marginalidad educativa como centros de interés de su muy estimable acercamiento a un entorno educativo desfavorecido. Por su parte, Gansel asume la escuela y la figura del profesor Reiner como dos medios que le permiten introducir su discurso, si bien reflexivo, superficial, sobre los peligros de la autocracia y su asentamiento en la sociedad, un discurso cuyo estilo visual conecta con el público al que seduce por las formas empleadas. De tal manera, el fin último de La ola parece encontrarse en el cómo y no en el qué narra, circunstancia que por momentos resta a la sensación de estar contemplando dos películas: aquella que se observa en la pantalla y aquella otra que apunta y no concreta en su plenitud, al supeditar el contenido a la legítima búsqueda del aplauso popular.
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