martes, 16 de mayo de 2023

Posición avanzada (1965)

Como narrador cinematográfico, Pedro Lazaga era muy bueno; el mejor ejemplo bien podría ser Cuerda de presos (1955), su película preferida, pero un fracaso comercial que le decantó hacia un tipo de cine de consumo fácil. Otro cantar es si aprovechó o desaprovechó su talento en películas y temas que, en su mayoría, estaban destinados a todos los públicos, es decir, a no tener el menor encontronazo con la censura y a hacer buenas taquillas. No era una cuestión de ego ni de política, carecía de las pretensiones de renovar el cine español que podrían encontrarse en un tipo Portabella o Saura, o ideológicas a lo Bardem. Tampoco perseguía un humorismo combativo y berlanguiano ni la suya era la pronunciada personalidad cinematográfica de un Regueiro, por no insistir en que Buñuel solo hubo uno y ese grandísimo “uno” rodó casi toda su filmografía fuera de España. Menos aún pretendía pasar por “autor”. Pero autor ¿de qué?, en una cinematografía controlada por la censura y, como cualquier otra, por los intereses económicos. En aquella España (en la actual también, pero democráticamente), intentar un cine personal era sinónimo de pasar hambre y condenarse al ostracismo. Para alguien como Lazaga, cuya necesidad de hacer películas era vital, estaba claro el camino a seguir. Él era un cineasta y, como tal, hacía cine, que era su finalidad. Honesto al respecto, le confesó a Antonio Castro: <<Si hubiera seguido haciendo película como Cuerda de presos ahora estaría depauperado y hambriento. En cambio así tengo una mujer, cuatro hijos, una casa y me lo paso muy bien haciendo cine.>> (1) Mas que pasarlo bien, Lazaga era feliz rodando, como demuestra el número de películas que rodaba al año: <<Hay que estar rodando una película, montando otra, doblando otra y preparando otra. Es la razón por la que prefiero rodar ocho películas al año cobrando la cuarta parte, que rodar una o dos, cobrando un millón y medio. El día que deje de rodar estoy seguro que envejeceré más de diez años. Será terrible para mí.>> (2) Quien hoy recuerda a Lazaga, sobre todo lo asocia a sus comedias, posiblemente las que dirigió a Paco Martínez Soria, la mayoría exitosas, pero en su febril y abultada filmografía se descubren otros géneros, entre ellos el bélico en varias películas que se desarrollan durante la guerra civil. Posición avanzada (1965) es una de ellas. Aunque tampoco tuvo éxito comercial. no se trata de una mala película, guste o no su posicionamiento; por otra parte, el único posible en un film de guerra rodado en aquella España, quizá, con la salvedad, del antibelicismo pretendido por Antonio Isasi-Isasmendi en Tierra de todos (1961).

El film se inicia años después de la guerra civil, cuando un niño desentierra un casco que, por obra del destino —y del guion de Ángel del Castillo—, pertenecía a un compañero de su padre (Manuel Zarzo), que le cuenta los hechos. La historia retrocede hasta el periodo bélico y se centra en el pelotón del sargento Ayuso (Antonio Ferrandis), del cual forman parte Juan Ruiz, el evocador protagonista, y Vélez (Enrique Ávila), el dueño del casco; un pelotón que el comandante (Tomás Blanco) pone en manos de un joven e inexperto alférez (Manuel Manzaneque), recién salido de la academia militar de Granada, a quien encarga la misión de relevar a los soldados que se encuentran en “Villa Sartén”, la posición avanzada. El pelotón y la defensa del lugar son los ejes del film. No hay oficiales de alta graduación, aquellos heroicos y grandes nombres, ni gestas que acaparen titulares ni las exclamaciones que abundaban en los primeros films bélicos del franquismo, sino que ahora son los soldados anónimos o ese inexperto a quienes se les entrega el protagonismo, sin pavonearse demasiado, solo sometidos a una responsabilidad que pone a prueba su valor.

La época en la que Lazaga rueda Posición avanzada, 1965, es un periodo en el que España, todavía bajo el control de la dictadura, se modernizaba y vivía el boom económico que llegaba con las divisas del turismo y de la emigración. Dicho de otro modo: los tiempos habían cambiado respecto a los años cuarenta, cuando en la posguerra el cine bélico no disimulaba su propaganda. Al contrario, la enfatizaba en frases y diálogos cargados de odio y alabanzas, en las manos alzadas y en las banderas, que resultaban insistentes en títulos como Sin novedad en el Alcazar (Augusto Genina, 1940) o Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941), dos ejemplos de la propaganda franquista, aunque la primera fuese una producción italiana (de la Italia dictada por Mussolini). En el ahora de los años 60, las democracias habían aceptado la dictadura española como mal menor, incluso la miraban con buenos ojos, al menos a sus playas, sus platos, su alcohol y sus saraos. El país se estaba convirtiendo en uno de los más visitados y eso, se quisiera o no, empujaba a un cambio de imagen. Ya no se podía ir dando palos a diestro y siniestro, aunque se continuasen dando; ni era necesario hacer un cine marcadamente propagandista. Salvo algún grupo clandestino o el PCE en el exilio, cuya oposición al franquismo no había cambiado la marcha de la Historia, y ya nadie creían ni esperaba que lo hiciese, el régimen apenas tenía enemigos que eliminar en 1965. De modo que la insistencia de marcar dos bandos irreconciliables, unos angelicales y otros demoniacos, carecía de sentido, o ya no convenía, era algo que había que dejar atrás. Dicha insistencia prácticamente desaparece en films como Posición avanzada, que pretende no hurgar en viejas heridas, había pasado un cuarto de siglo desde el final de la guerra, pero que aún estaban por cicatrizar; lo harían con la muerte de Franco y una vez consolidada la democracia en la década de 1980. 

Con todo, no desaparece del cine bélico franquista la postura partidista, a esas alturas de la dictadura, una postura (en los cineastas) más por imposición que por devoción (si es que alguna vez la hubo, ¿o solo había sido miedo, supervivencia u ocasión?). Pero su simpatía hacia uno de los bandos no empaña los mejores momentos de la película: esa pesca fluvial o la cotidianidad y camaradería, quizá demasiado cordial para sentirse real, de los soldados en las trincheras. Recordaba Lazaga que Posición avanzada <<es la primera película española en que los rojos y los nacionales pasean juntos, hablan, se reparten la comida y hasta mueren abrazados al final.>> (3) No le falta razón, hay acercamiento o, dicho de otro modo, hay una escena que acerca. Se trata de un alto el fuego que paisanos como Ayuso y el capitán Trueba (José Villasante) aprovechan para saludarse y darse noticias de casa. Mientras, algunos de sus muchachos, de uno y otro bando, arrojan unas grabadas al río y se lanzan a pescar en las aguas que separa ambas posiciones, y donde también Ruiz y un igual del otro lado aprovechan para intercambiar papel de fumar y tabaco —una escena que dos décadas después repiten en secano y en tono satírico Alfredo Landa y Antonio Gamero en La vaquilla (Luis García Berlanga, 1985)—. Además, ese instante de fraternidad entre “vecinos” sirve como contrapunto para el que no se produce al día siguiente. No, porque ya no están Trueba y sus hombres. Cuando la escuadra de Ayuso regresa al Jarama, el soldado García (Ricardo Buceta) pleno de confianza enarbola la señal de alto el fuego y recibe el impacto de una bala explosiva. En ese segundo, la relativa calma desparece, pero Lazaga no tarda en indicar que quienes han disparado no son españoles, sino miembros de la <<doce brigada internacional>>. Lo remarca en el arrebato del sargento, quien, fuera de sí, exclama <<¡Cochinos extranjeros!>> La reacción obedece al dolor por la muerte de su soldado, que exige el guion; pero también a la reconciliación buscada al otro lado de la pantalla. Si el disparo sobre un soldado español nacional, con bandera blanca, hubiese sido abatido por un soldado español gubernamental, ¿qué pensarían los adeptos a cualquiera de los bandos? Señalar que la bala es extranjera, permite a Lazaga salir airoso, sin hurgar en la herida, y así encarar la parte bélica propiamente dicha sin necesidad de un enfrentamiento fratricida: la defensa de la vanguardia se realiza frente a brigadistas. Por otra parte, Posición avanzada también se da el lujo de introducir un tono más íntimo en la figura de Ruiz, quien, oriundo del pueblo cercano, abandona “Villa Sartén” sin ánimo de desertar, solo empujado por el deseo de volver a abrazar a Ana (Ángela Bravo) y conocer a su hijo de cinco meses, el mismo niño a quien contará la historia. Y a nosotros ¿qué nos cuenta? ¿Que los tiempos habían cambiado, que más cambiarían, más han cambiado y más cambiarán?

(1) (2) (3) Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Fernando Torres Editor, Valencia, 1974.

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