Sabrina (1954)
Erase una vez una mansión rodeada de vastos jardines y bellas fuentes. Allí vivía la soñadora, romántica y frágil Sabrina (Audrey Hepburn), pero esta jovencita no era la princesa de un cuento de hadas, ni siquiera era el hada de un cuento. Ella era la hija del chófer de la familia Larrabee. Y lo más importante para ella era su idea y su ideal de amor, uno tan imposible como inevitable, pues toda su vida había estado enamorada de David (William Holden), el más joven de los hermanos Larrabee. Sin embargo, este don Juan, vividor e irresponsable, como corresponde a un buen don Juan, ni siquiera advertía la presencia de la inocente muchacha, ya que la única preocupación de este príncipe de cabellos dorados residía en preparar el ambiente propicio para que sus conquistas se rindiesen a sus encantos. Desde lo alto de un árbol, Sabrina observaba, sufría y deseaba. Mas era consciente de que la Luna quedaba fuera de su alcance. Triste, dominada por una terrible sensación de fracaso, intentó acabar habiendo apenas comenzado, pero la accidental y oportuna intervención de Lainus (Humphrey Bogart), el mayor de los hermanos Larrabee y Bestia del cuento, evitó la desgracia.
Como confirman las imágenes, Billy Wilder optó por un arranque romántico para desplegar su ingenio y su sentido del humor, no exento de un toque maligno con el que se burla, entre otras cuestiones, de las diferencias entre las clases sociales que se descubren en Sabrina, una de sus comedias más conocidas (que no la mejor), y una película que gana a medida que avanza su metraje, alcanzando su punto álgido cuando la historia se centra en el dúo Bogart-Hepburn. Sus personajes, sus diálogos, con frases que profundizan más allá de la mera comedia, o su humor, sutil e irónico, confirman que Wilder era un experto en crear sensaciones y situaciones, en las que también hay cabida para la presencia del típico personaje cómico que abunda en sus películas, en este caso, el ejemplo más claro se encuentra en el padre de los Larrabee. Y también, como era habitual en sus comedias, sería la utilización de un tema central que realza, en esta ocasión, el romanticismo, y que no es otro que La Vie en Rose (escrita por la cantante francesa Édith Piaf y que ella misma inmortalizó). Pero ¿qué fue del cuento?
Sabrina fue enviada a París, su padre así lo decidió, convencido de que su pequeña no debía intentar alcanzar la Luna, y de que dos años alejada de la mansión le ayudarían a olvidar. Transcurrido ese tiempo, la soñadora regresó convertida en una hermosa mujer, algo que David advirtió al instante, pues ante él, se presentó la mujer de sus deseos, y así se lo hizo saber. La felicidad colmó a Sabrina, su sueño se había cumplido, esa Luna antaño intocable intentaba alcanzarla, pero (en los cuentos de hadas siempre lo hay) Lainus, trabajador incansable, práctico y, aparentemente, sin más interés que el enorme reino financiero que dirigía, no pudo permitir que el idilio continuase, porque David debía cumplir su compromiso y casarse con la hija de un magnate de la caña de azúcar. Este “malvado” perpetra un plan que pretende perfecto para alejar a Sabrina de su príncipe. ¿Cuál es el plan? Que más da, es un cuento de hadas, lo único que importa es que Sabrina siempre será Sabrina (y por suerte ésta fue Audrey Hepburn).
El almibar que rezuma no empalaga, la dulzura, en este caso, es todo un placer para nuestro paladar de espectadores.
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