jueves, 26 de mayo de 2011

Un marido rico (1942)



Desde el primer momento,
Un marido rico (The Palm Beach Story, 1942) asume, presume y confirma ser una locura de altura, de las que el enredo y las confusiones viven un desenfreno y una comicidad ya imposibles, porque imposible sería otro Preston Sturges igual a este maestro de la comedia, quien, sin discusión posible, es uno de los grandes nombres que ha dado el género desde la irrupción del sonoro hasta, supongo, cualquier tiempo cinematográfico por venirSturges abre el film con una rápida sucesión de escenas entremezcladas, aparentemente sin sentido (que encontrarán explicación al final de la película) y que finalizan en la boda de Gerry (Claudette Colbert) y Tom (Joel McCrea). ¿Vivieron felices? Esta pregunta sirve para evidenciar ironía, o cierto cinismo escéptico, y avanzar la acción cinco años, aunque las imágenes no se detienen en el matrimonio; no todavía. Quienes asoman en pantalla son una pareja de ricos texanos y el agente inmobiliario que les muestra el apartamento de aquellos recién casados. Se trata de un instante para nada gratuito, uno que combina humor —el peso cómico recae en el personaje del rey de las salchichas— y una realidad de la sociedad estadounidense que se ha asentado en todo el globo: el triunfo y el éxito se miden en la cantidad de dinero que se posea. Así, bromeando con el fajo de billetes y la sordera del magnate y la falta de liquidez de Tom y Gerry, Sturges se burla de la idea estadounidense del éxito al tiempo que ofrece la respuesta a la pregunta planteada al inicio.


¿Vivieron felices? El amor continúa, pero la felicidad ha dejado su lugar a los apuros económicos que han decidido a Gerry
 a poner fin a cinco años de matrimonio, a pesar de la disconformidad de Tom. Aprovechando que duerme, ella lo abandona. Pretende hacerlo sin despedirse, y también sin dinero, aunque lo primero le resulta difícil y lo segundo no parece preocuparle, ya que está convencida de que su encanto le permitirá llegar a Palm Beach (Florida), donde pretende conseguir el divorcio y un marido rico que sufrague el aeropuerto que Tom pretende construir. La fuga de Gerry eleva la comicidad, que alcanza cotas de humor tan elevadas como las escenas del tren donde la esposa en fuga se encuentra con un club de caza, aparentemente tranquilo, formado por un grupo de cazadores educados, millonarios y serenos que pierden la compostura tras unas cuantas copas en el vagón-bar. Sí con anterioridad fue el rey de las salchichas quien le sacó del apuro económico, ahora son estos “deportistas” quienes la rescatan, pagándole el billete. También son quienes, en su fiesta desenfrenada en el coche bar, la obligan a buscar un lugar más adecuado donde descansar —precipitando de este modo su encuentro con J. D. Hackensacker III (Rudy Vallee). Sin embargo, los cazadores la echan en falta y, como si de una jornada de caza se tratase, toman sus escopetas, sueltan a sus perros y realizan una batida por los vagones de un tren tan alocado como el que años después empleará Billy Wilder en Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959). Otra de las características de la screwball comedy se presenta cuando la protagonista conoce a Hackensacker, el multimillonario que viaja en clase turista y quien no da propina porque lo contrario sería antiestadounidense. Él la invita a realizar el resto del viaje en su yate y a permanecer en su mansión en Palm Beach, pero Tom les aguarda en el muelle donde, para evitar decirle que se trata de su marido, después de haber mentido sobre él, Gerry lo presenta como su hermano, parentesco que genera la confusión de identidad que hace feliz a la hermana de Hackensacker (Mary Astor), que se encapricha de ese marido fracasado y soñador que únicamente quiere recuperar su vida conyugal al lado de Gerry.

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