No me cabe duda de que existen límites creativos que condicionan las posibilidades de quien se enfrenta a un espacio virgen donde quiere encontrar formas literarias, musicales, pictóricas… que se encuentran delimitadas por las propias limitaciones y creatividades personales; algo así como una pescadilla que se muerde la cola mientras se decide si se estará empachando de sí misma o si el principio es el final y viceversa. El encabezamiento me sirve para introducirme en esta espléndida novela de Gonzalo Torrente Ballester que indaga en las posibilidades creativas, en las formas que adquieren, a través de la puesta en escena de una idea que conlleva la creación de unos personajes y de una ubicación, Villasanta de las Estrellas —que viene a ser el nombre imaginario que da a Santiago de Compostela—, que no entienden de fronteras temporales ni argumentales. La excusa de la que se vale el escritor ferrolano para dar rienda suelta a su innegable derroche imaginativo, el que viaja por cada una de las páginas de “Fragmentos de Apocalipsis” (Premio de la Crítica 1977), no son más que dos palabras a las que pretende encontrar hueco en el argumento: isotopo y parámetros. Ahí es nada, pues, a partir de esa divagación, del cómo introducirlas, el autor irreal —personaje con no pocos aspectos que remiten al escritor real— irá dando forma a una serie de sucesos que se entremezclan en una originalidad que le permite no solo introducir las dos palabras citadas, sino desarrollar cualquier situación, personaje o idea que llegue a la mente de su alter ego literario. Esta situación, fruto de la desbordante creatividad de Torrente, permite que su novela circule por un mundo real (que no lo es) y por otro imaginario, nacido en la mente del escritor anónimo (el de la ficción novelística), que le permite viajar sin moverse de su sillón o trasladar en el tiempo a un famoso arquitecto que pretende copiar unos planos que no le convencen y que él mismo crea centurias atrás, para dar forma a la catedral que se erige en una de las localizaciones de la historia. A lo largo de las páginas, Torrente Ballester evidencia que en el arte en general, y en la literatura en particular, lo imaginable puede cobrar forma, ya que existe la libertad suficiente para deambular por universos varios en busca del tiempo y de lo atemporal, de hechos y vacíos, de personajes, adaptando estos a aquellos y todos a las necesidades de cada situación creada por el autor; y una vez cobrada su existencia, su pensamiento, su conciencia de ser más allá de su creador —pues ya es también en el lector—, son, sin duda, la atractiva y desbordante mezcla de realidad e ilusión que nos abre y traslada a nuevos mundos…
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