Hay que ser quijotesco para pretender trasladar a la pantalla el clásico universal escrito por Miguel De Cervantes, pero, quizá, resulta más quijotesco tomar a sus dos personajes principales y realizar o filmar fragmentos de su monotonía, fragmentos que se unen y que, en su sucesión, establecen la conexión entre la naturaleza y el ser humano, fragmentos que captan vida, comedia y drama (así los interpreto), fragmentos en los que parece no suceder nada, y sin embargo sucede la no aventura, los tiempos muertos y, para quien conecte con ellos (supongo que seremos minoría), estos entretienen. Albert Serra crea sus propios Quijote (Lluís Carbó) y Sancho (Lluís Serrat) y los ubica en un espacio abierto natural, rodeados de sonidos, de iluminación natural, golpeados por el viento o refrescando sus cuerpos en corrientes fluviales. Son dos personajes silenciosos, prácticamente los únicos que asoman en las imágenes en las que Sancho guarda silencio mientras escucha como el caballero repite su nombre, esos <<Sancho, Sancho,...>> pausados con los cuales el hidalgo introduce sus reproches -acusa a su acompañante de estar siempre dormido-, sus indicaciones espirituales, su interpretación del camino a seguir por alguien que pretenda ser caballero o las palabras que dirige al cielo y ordena repetir a su joven e ingenuo escudero. La relación entre ambos personajes, si así puede llamarse a compartir o transitar un mismo espacio en común compañía sin llegar a conectar, es principio y fin de una no aventura de caballería que se desarrolla irónica, a veces cercana al documental y otras a la mínima expresión de cualquier lenguaje, sin que el movimiento parezca tener importancia; no obstante, esta aparente inmovilidad es la que da sentido a Honor de cavalleria (2006) y la diferencia de otras adaptaciones o, en este caso concreto, inspiraciones de la novela cervantina, y al tiempo del cine contemporáneo, más centrado en artificios y subterfugios que buscan la espectacularidad de las imágenes. Las imágenes filmadas por Serra captan la realidad natural por donde transitan sus protagonistas; son fragmentos de la naturaleza que los envuelve, son el baño en el río, el deambular por el bosque, el cortar hojas con el acero o el tumbarse sobre la hierba mientras el tiempo parece detenerse. Cuanto observamos podría estar sucediendo en el ahora, pero también hace cuatrocientos o dentro de otros tantos años; es la atemporalidad que solo se puede poner en duda por la vestimenta del hidalgo y el siervo, aunque bien podrían ser disfraces de una representación o los trajes elegidos por dos individuos que dan la espalda al resto del mundo. Pocos encuentros se suceden en el film de Serra, mínimos e igual de silenciosos que su ausencia, y el más determinante lo encontramos cuando Sancho, a la espera del regreso de Quijote, se entretiene con la espada cortando la maleza y un caballero sin nombre (Albert Pla) aparece de la nada y le pregunta si <<habría un Sancho sin Quijote>> o si <<crees que te aprecia>>. El escudero apenas responde con monosílabos, expresiones que lo caracterizan a lo largo de un film en el que la alucinación de Quijote se muestra en sus palabras, en la ingenuidad con la que explica -a alguien más ingenuo que él- la perfección alcanzada durante la Edad de Oro o que la caballería es la civilización, que premia la verdad y castiga la mentira. Esa es su distorsión de la realidad, la ironía de Serra, y no la fantasía de luchar contra molinos de viento o rebaños de ovejas. Su lucha es la no lucha, la aceptación de su transitar sin que nada ocurra, salvo en la imaginación del ideal que pretende inculcar en la figura que siempre lo acompaña.
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