Interesada en desarrollar su faceta de cineasta, Ana Mariscal regresó a la dirección cinco años después de rodar el cortometraje documental Misa en Compostela (1952), película que realizó mientras promocionaba en Galicia Segundo López, aventurero urbano (1952), una de sus cumbres cinematográficas y un film que no obtuvo ni el éxito ni la distribución que merecía. Con el fin de no sufrir la misma calificación de tercera categoría, que reducía al máximo la exhibición en las salas comerciales, en Con la vida hicieron fuego (1957) la realizadora madrileña optó por abandonar el realismo descriptivo que sobresale en su primera película y se decantó por un drama conciliador que encuentra su mayor atractivo en los momentos que retraen la acción al pasado y en el tono espectral, más que nostálgico, de la voz de Quico (Jorge Rigaud), a quien no vemos al inicio, pero de quien escuchamos sus palabras sobre las imágenes de Ferraras, su pueblo natal, adonde regresa después de su larga ausencia. Se pregunta si ha cambiado, si aún viven las mismas gentes de su juventud y si lo recordarán. Quico no tarda en cobrar presencia, momento que sirve para mostrar la alegría que implica el retorno, pero también el motivo que precipitó el abandonó de su tierra: el dolor que enraizó en él tras la muerte de la mujer amada. Quiso poner un océano de por medio, pero esa aflicción la llevó consigo y aún no ha remitido. Intentó olvidar en el pasado y lo intenta de nuevo en el presente, sustituyendo la ausencia con la idea de un matrimonio con Armandina (Ana Mariscal), la viuda de su mejor amigo, y, ante el rechazo de esta, con Isabelita (Malila Sandoval), la hija de otro amigo, también víctima de la Guerra Civil. Como solía suceder con los personajes secundarios que la directora, guionista, productora y actriz se reservaba en sus películas, Armandina posee una sabiduría que no se observa en el resto, aunque más que sabiduría, en este caso, podríamos hablar de una interpretación moral del conflicto y, desde ella, reflexiona sobre los fantasmas pretéritos que los alcanza en el presente, espectros que se hacen más fuertes y cercanos con el regreso del hijo pródigo al hogar. La voz del protagonista sobre las imágenes es en sí misma un espectro del ayer, el primero de los que asoman en pantalla y de otros que se descubren en las alusiones de los personajes. Pero esto que apunta posibilidades, se queda en eso, ya que Con la vida hicieron fuego dista de ser un film redondo, lo más que puedo decir, es que se trata de una película que expone ideas pero que no se arriesga a cruzar límites, quizá por un talante conservador, por temor a un choque frontal con la censura, porque la adaptación a la pantalla de la novela de Jesús Evaristo Casariego en la que se basa -y que abarca una narración lineal que va desde 1913 a 1952- así lo exigía o por miedo a sufrir un nuevo fracaso comercial. Cualquiera de estas posibilidades u otras provocaron que lo que pudo haber sido un film que abordase las heridas de la Guerra Civil sin emitir juicios, se quedase en un intento moralizador de acercar las dos posturas representadas por las imágenes del pasado: la de la novia fusilada por el bando republicano, la de Falín (figura central de una de las analepsis), y aquella otra que Armandina retiene en su memoria, en su día a día, en el recuerdo de Rafael, su marido, diputado republicano fusilado y amigo de la infancia de Quico y de Fernando (Roberto Rey), quien también recuerda los sueños perdidos desde la amargura y el escepticismo con los que afirma que <<fuimos una generación trágica. Prendimos el fuego y ahora somos supervivientes del incendio>>.
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