Una enésima novela olvidada en la actualidad, escrita por Morton Thompson, pero en su momento la de mayores ventas en Estados Unidos, apuntaba que la película que iba a adaptarla —a partir del guion de Edna y Edward Anhalt— sería un éxito comercial, más si cabe al leer los nombres que encabezaban el reparto: Olivia de Havilland, Robert Mitchum, quien, al parecer, debido a su imagen de “tipo duro” no era una elección que agradase al público, Frank Sinatra, Gloria Grahame, Broderick Crawford y Charles Bickford; por allí, también asomaba Lee Marvin, pero todavía no era una estrella. Sin embargo, el nombre del director era nuevo en esas lides, aunque no en el mundo del cine donde ya se había labrado una imagen de productor liberal e independiente en títulos como El ídolo de barro (The Champion, Mark Robson, 1949), Hombres (The Men, Fred Zinnemann, 1950) o Solo ante el peligro (Highnoom, Fred Zinnemann, 1952), aunque su independencia habría que entrecomillarla, pues siempre contó con el respaldo de distribuidoras como United Artists, con presupuestos más holgados que los de cualquier serie B, cuando no de primer orden, y con la presencia en sus películas de estrellas de primera fila. Cabe recordar que el debut de Marlon Brando se produjo en Hombres, y que el actor ya era una estrella teatral a quien Zinnemann y el propio Kramer convencieron para que diese el salto al cine. Tal como apunto, cuando se sentó en la silla del director, Stanley Kramer no era ningún recién llegado, de lo que se deduce que No serás un extraño (Not as a Stranger, 1955) no es el debut de un inexperto, aunque se trate de un film de aprendizaje, no suyo claro, que también, sino el de un hombre de cine, <<en una época de alarma comunista, listas negras y ultrapatriotas vengadores, cuando Hollywood parecía ahuecar el ala y huir de los argumentos que trataban sobre los problemas de conciencia de la sociedad>>. (1) Sin embargo, en sus películas, tal vez críticas sociales cinematográficas ligeras y bienintencionadas, nunca llegó a traspasar los límites aceptados por la sociedad que le servía los temas en bandeja, desde el mccarthismo hasta el racismo, pasando por la amenaza atómica que da forma en La hora final (On the Beach, 1957), ni por la industria que vio en el una especie de un productor-director que osaba hablar por los silenciados. Divida en dos partes, No serás un extraño se centra en el oficio médico —de las primeras en hacerlo detallándolo y reflexionándolo— a través de la figura de Luke Marsh (Robert Mitchum), un estudiante de medicina idealista, orgulloso, pobre, sin lazos afectivos, con tendencia a confundir el orgullo con la intransigencia. Es decir, capaz de morir por su idea y rechazando las que la pongan en duda. Pero su situación económica le posiciona en un callejón sin aparente salida. Necesita dinero para continuar en la facultad y no tiene donde encontrarlo, salvo en una enfermera madura que le mira con buenos ojos y que él empieza a mirar de forma distinta, cuando comprende que es la vía de acceso a su sueño médico. Así, Luke y Kristina (Olivia de Havilland) se casan, y no es que él no la quiera, es que le resulta imposible amar más que a la idea que tiene de la medicina y de él como médico “andante”, cual caballero; de ahí el camino recorrer y el descenso que debe sufrir para alcanzar su triunfo, que es el reconocer que también él necesita ayuda, que precisa a esa mujer que le humaniza sin que él se percate. En su único encuentro en la pantalla con su padre (Lon Chaney, Jr.), este le dice a Luke que le falta corazón, aunque no se trata de eso, pues sí tiene, aunque solo enfoca sus latidos hacia la misión vital-profesional que se ha cargado a la espalda… Esa figura paternal, que rechaza por el alcoholismo del padre, la rellena en la primera parte del film con la del doctor Aarons (Broderick Crawford), y en la segunda, ya en el destino rural adonde llega para ejercer, en el doctor Runkleman (Charles Bickford), personaje fundamental en la explosión emocional de Luke, durante la mayor parte de su camino, incapaz de exteriorizar más emociones que sus arrebatos de violencia frente a cuanto contradiga su visión de la medicina. Más allá del oficio, parece que nada le interesa, ni su relación marital ni la que mantiene con Harriet (Gloria Grahame), en quien busca, tal vez, una pasión sexual inexistente en el lecho matrimonial…
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