Fotografía: Parque da Música, Santiago de Compostela
En 1961, Lionel Terray tituló su autobiografía Los conquistadores de lo inútil, y en ella escribió sobre sus orígenes y sus experiencias como escalador, y de la escalada como símbolo de vida, aunque había a quien le sorprendía que su oficio fuese el de guía de montaña, porque, en el mundo civilizado y sedentario donde se vive (o se intenta) en el acomodo y el confort, no le parecía un trabajo. El famoso escalador recordaba que su padre no comprendía como alguien pudiera ser alpinista, porque era un deporte en el que uno podía romperse la cabeza o alcanzar la cima donde no hallaría billetes de cien francos. Werner Herzog hizo lo propio con uno de sus libros, basado en su diario de rodaje de Fitzcarraldo (1982), lo llamó Conquista de lo inútil, consciente de que el inútil aludido es lo vital, lo que le hace sentirse vivo, aun en los momentos de mayor pesadilla, y lo que le invita a soñar: <<un sueño, no soñado por la noche, porque yo no sueño, sino al caminar>>. En ambos casos, lo inútil puede interpretarse como el camino en sí, pues, para estos dos aventureros, y para tantos cuyas aventuras no se elevan a las alturas ni transcurren haciendo cine, la vida es un recorrido de experiencias, de dudas, de contradicciones, de obstáculos, de caídas, de levantarse, de serenarse, de ilusiones y desilusiones, de cansancio, de revitalizarse mientras podamos, de plantearse qué montañas escalar y donde caminar ya no sobre el hielo o el fuego, sino en un continuo sinuoso que a veces nos desborda, pero que también invita a tomarse un tiempo entre el trabajo y la cotidiana toma de decisiones, no pocas de ellas ilógicas o que aparentemente puede pensarse como extravagancias, estupideces y locuras… En esto, aunque ficticio ¿hubo alguien más inútil que Quijote? Que se lanzó al camino e hizo de él su nuevo mundo, aquel que le hacía vibrar y latir porque lo había construido de lo inútil: para él, el ideal de caballería, los valores del caballero andante que nadie más valora porque ya son otras las realidades ajenas al hidalgo manchego. Claro que, aunque andante y caballero, Quijote era un enajenado, majadero o mentecato que atacaba el orden establecido; mas quién nos asegura que no lo seamos también. La enajenación no siempre va contra el orden, sino que a veces (muchas) lo sirve sin darse cuenta…
Lo inútil de los títulos no debería confundirse con lo infructuoso, ya que da fruto, o lo inservible, pues en los casos de Herzog y Terray, o en los de tantos otros como el de Nuncio Ordine, lo inútil es imprescindible en la existencia humana, al menos para que esta no se deshumanice. Sin lo inútil todo sería útil y de ahí se pasaría a un estado de constante utilidad que mermaría las posibilidades de libertad y de perderse para reencontrarse o descubrir, reduciéndolo todo a lo práctico, incluso a ser consumidores de lo inservible, que suele presumir de servir de algo… Si miran a su alrededor, ¿no encontrarían objetos o cosas que, de desaparecer de sus hogares y de sus vidas, no las alterarían? En la actualidad, que viene de lejos, pongamos décadas, parece haberse olvidado que lo inútil solo suele serlo en el pensamiento de quien no puede ver qué se esconde detrás, porque, sencillamente, no piensa más allá de la presunción de pensar. Hoy, para una mayoría creciente, todo ha de tener su uso en la inmediatez desechable, pues nada “necesario”permanece más que su segundo de “utilidad” y moda. De ahí que la imagen ya lo sea todo, porque es instantánea; incluso, en no pocos casos, el audio ha sustituido a la lectura porque mientras se escucha se puede seguir trabajando o haciendo lo que se esté haciendo, en todo caso algo que se considere útil, práctico o que tenga un sentido y resultado inmediato. El “problema” de la “practicidad” no es tanto la pretensión de que algo sea práctico como el que lo practico haya pasado de ser una opción, entre otras posibles, a ser un culto mayoritario, casi autoritario, que tiende a dictadura; y todo totalitarismo elimina o destierra (o esa semeja ser unas de sus metas para perpetuarse) cuanto considera que se le opone o amenaza, que sería todo lo demás; en este caso, lo elaborado, lo pasivo, lo negativo, lo “inútil”, la quietud y el aburrimiento que la mente llena de pensamientos y reflexiones, de fantasías e incluso de fantasmas, la propia aventura de la vida —para Herzog, por ejemplo, la que pretende caminar, conquistar y llevar al límite—, todo ello lejos de la inmediatez que exige y sube al altar lo práctico, que suele ser lo antes desechable. Lo “inútil”, lo que aparentemente no resulta “útil, a la larga es (o puede llegar a ser) más rentable para el pensamiento humano. O eso me parece y eso es lo que Ordine defiende en su popular libro La utilidad de lo inútil, en el que expresa e insiste en un mismo tema, el que da título a la obra. Sin aportar ideas nuevas, basándose, en sus innegables conocimientos literarios, filosóficos y pedagógicos, apuntando lo que otros dijeron antes y comentándolo para sus lectores, divide su texto en tres partes, aunque, en realidad, es un todo, breve, fácil de leer, que vuelve sobre un tema conocido, que va más allá de lo útil y de lo inútil, para situarse en el mundo actual, cuando <<aparentar cuenta más que el ser: lo que se muestra —un automóvil de lujo o un reloj de marca, un cargo prestigioso o una posición de poder— es mucho más valioso que la cultura o el grado de instrucción>>. En una de sus páginas (la 86, en la edición de Acantilado), a partir de lo expuesto por Alexis de Tocqueville, lo deja claro al decir que <<en una sociedad utilitarista, los hombres acaban amando las “bellezas fáciles”>>, que son aquellas que no exigen esfuerzo ni roban tiempo a menesteres más placenteros e inmediatos para la gran mayoría de los utilitarios y usuarios, que a eso nos han y nos hemos reducido…
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