Fotografía tomada en Vía Sacra, Santiago de Compostela
Esta mañana me desperté recordando un sueño; algo inusual, diría que inaudito, porque no logro recordar ninguno. Incluso, de no saber que se sueña inconsciente, aseguraría que no sueño dormido; solo despierto y no pocas veces pesadillas. El caso es que del sueño recuerdo una calle sombría, estrecha, en exceso silenciosa para ser real, y una extraña figura sin rostro que se acerca en la distancia y me regala flores. Nada me dice, pero se queda allí, delante de mí, inmóvil. Su quietud me incomoda, aparte me impide el caminar por un corredor de un solo transeúnte y que, de repente, se eleva diez metros sobre la piedra. Tal vez solo me incomode lo justo para querer espantar tal sensación y también su figura desconocida, que ya siento amenazadora. Nervioso, bromeo mirando las flores: <<Cosa rara, si no soy alérgico. Acaso ¿es hoy San Valentín y quieres conquistarme?>> Imposible saber si ríe o si frunce el ceño, si me mira o si llora, pero, apenas un tiempo indeterminado después, me contesta algo así: <<no estoy enamorada de ti, sino de un ideal, y hoy, 23 de abril, no es 14 de febrero, es el Día del Libro>>. No se lo puedo discutir, ganas no me faltan, pero le digo que me parece genial que lo sea, como también me lo parece que se celebren como tal los otros trescientos sesenta y cuatro...
Sin dejarme acabar la frase, me replica que <<trescientos sesenta y cuatro, si no es bisiesto, porque, de serlo, los humanos tendríais un día más para celebrar que sabéis leer, aunque sean frases cortas, las pintadas de los baños o los anuncios en los exteriores del bus y de los taxis. Así que haced un más difícil todavía y tomad uno de esos libros que tenéis por casa o en la biblioteca cercana, de los ya desesperanzados que todavía aguardan vuestra atención, y abrid sus primeras páginas. Tal vez sobreviváis y si todavía continuáis enteros al llegar a la nueve, seguid pasando hojas y leyendo las líneas. Quizá no pase nada, o quizá mucho, puede que poco o lo suficiente para sentir mayor curiosidad ¿quién sabe? Solo puedo hablar por los que ya viví, porque los buenos libros se viven y en ese vivir reside su genialidad y su libertad. Puesto que no siguen patrones repetitivos como los de caballería, resultan experiencias únicas para cada persona lectora. Añado el adjetivo —me dijo en un susurro—, porque también las hay que no leen y otras que, además, presumen de no hacerlo, lo cual vendría a ser algo así como presumir de nada, creyendo hacerlo de algo>>.
Ignoró si durante su parrafada respiró, tampoco sé si yo lo hice, pues era un sueño, mas continuó hablando. Dudé si sería docente de lengua y literatura, porque le escuché decir que <<Todo verbo apunta un acción, y su negación es la inacción de la misma. Leer o no leer, era la disyuntiva que pensaba aquel príncipe, pero, por indeciso, le salió la duda existencial que trajo cola en los teatros. En todo caso, haced lo que os plazca, que es lo que siempre intentáis y nunca lográis, salvo que estéis de suerte u os dejen…>> Aquellas creo que fueron sus penúltimas palabras, las últimas, recuerdo que de despedida, me deseaban que disfrutase del resto del día o que lo sufriese como buenamente pudiese. Por mi parte, nada le dije. Había perdido las ganas de hablar y de moverme, así que continúe allí, anclado en el tiempo onírico, ignoro por cuánto más, viendo como aquella triste figura desaparecía en la oscuridad todavía reinante. No tengo otras imágenes sobre aquel sueño, si las hubo se han perdido ya, pero sigo buscándole un significado al encuentro, aunque, seguro, acabaré olvidándolo…
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