Entre el documentalismo inicial y el drama que se impone, Luis Alcoriza detalla en Tiburoneros (1963) los hábitos, el trabajo, el primitivismo, las relaciones humanas. En definitiva, sus imágenes exponen la cotidianidad y la labor pesquera, la que permite, además de dinero, el respeto de una comunidad reducida, dentro de la que cada uno encuentra su posición según su valía y su trabajo, pero también por su sexo —la mujer se descubre supeditada al hombre, víctima de un sometimiento socialmente aceptado—, pero aun así todos parecen más libres (y no están alienados) que en el mundo civilizado de donde procede Aurelio (Julio Aldama). En ese lugar, alejado de la capital y donde las disputas se arreglan sin otra intervención que la de los implicados, no hay más ley que la de los tiburoneros. <<Tiene derecho>>, afirma una voz a la mujer que llora y suplica por su marido —que está siento brutalmente golpeado—, quien la noche anterior había sido arrollado por el barco de Aurelio, al descubrirlo este intentando robar donde faena. Tiburoneros cuenta la historia de este pescador, Aurelio, que lleva tres años alejado de su familia y que se dedica a la pesca del tiburón en la costa tabasqueña, en el sureste del Golfo de México.
Aurelio se siente a sus anchas en un mundo que conoce y donde se le respeta; un mundo pequeño y cerrado que se rige por unas normas no escritas, pero de las que todos son conscientes; de este modo, sus comportamientos son acordes con las reglas de la comunidad a la que pertenecen y en la que se sienten integrados. Aurelio busca cubrir parte de las necesidades que ha dejado tras de sí, por ello mantiene una relación con Manela (Dacia González), una joven que se siente fuertemente atraída hacia él y que le proporciona momentos de evasión y de felicidad. Manela desea que el tiburonero se implique, que comparta con ella una relación marital, porque necesita saber que su unión es importante y que Aurelio le pertenece. No obstante, Aurelio no pretende comprometerse, únicamente encuentra en la joven a esa mujer que puede proporcionarle placer, pero sin compromiso, porque para eso ya tiene a su familia. Como él mismo dice: me llega con una mujer. Para el pescador, la familia representa el objeto, una excusa, de su estancia en el lugar —que le libera de responsabilidades y compromiso familiares—; a ellos envía gran parte de sus ganancias. Asume que por ese motivo se encuentra en la costa, para que sus hijos y su mujer puedan tener todo cuanto precisen, pero sus acciones y la ausencia de conflictos hablan de otro modo. Además de su relación con Manela, Aurelio mantiene la paterno-filial con un huérfano que le admira, le quiere y le necesita, porque en su día a día ha creado en torno a la figura del tiburonero la imagen del padre que no tiene. Solo cuando Aurelio regresa a México D.F. comprende el valor de cuanto tenía en un lugar alejado de la sociedad moderna y aburguesada que encuentra en la capital. En el espacio “primitivo”, Aurelio se siente útil, admirado y libre, alejado de los convencionalismos y de la amenaza de la vejez y de la pérdida de utilidad que siente al lado de su familia, cuando regresa a un espacio “civilizado” alienado. Respecto a esto resulta esclarecedora la conversación que mantiene con su madre, una conversación que determina la elección del protagonista y con la que Alcoriza invita a la reflexión. En definitiva, comprende que la ciudad no es su sitio. No se encuentra, en nada ni en nadie encuentra la vivacidad de Manela y del huérfano. En su mente, recuerda, compara los espacios e idealiza la vida que había llevado en un lugar donde se le valoraba y donde podía gozar de una libertad que en su entorno familiar no encuentra. La familia y la sociedad en general representan para él una prisión, dos instituciones que no le permiten desarrollar sus capacidades, que le mantienen sin saber qué hacer, algo que jamás le había ocurrido dentro de la pequeña sociedad de pescadores. Este descubrimiento le replantea su existencia, le produce malestar y recuerda a las personas con las que compartía cada jornada.
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