sábado, 29 de octubre de 2011

Midnight in Paris (2011)



La introducción del recorrido parisino y temporal de
Midnight in Paris (2011) evoca la declaración de amor de los primeros compases de Manhattan (1979), pero sustituyendo la fotografía en blanco y negro de Nueva York por las imágenes de un París de colorido donde, planos después, la lluvia cae porque, para el protagonista, embellece la ciudad que idealiza, en la que desearía vivir y en la que vivirá la experiencia más increíble y fascinante de su vida. El misterio, la imaginación, el atractivo irreal de los artistas evocados, el humor, el buen gusto, la música, la relación de pareja y la idealización de París son ingredientes que Woody Allen mezcla con gracia y elegancia en esta comedia que rompe barreras temporales para escapar del presente y buscar en el pasado un tiempo mejor: el imposible al que se aferra Gil (Owen Wilson) durante su huída al siglo XX. Pero ninguna época anterior fue mejor, ni peor; fue distinta e igual de imperfecta que cualquier presente y cualquier futuro posible. Él todavía no lo comprende, fascinado con la edad de oro que imagina en los años veinte, porque, como escritor estadounidense, admira a la Generación Perdida que se encuentra en el París bohemio, surrealista, fascinante y vitalista al que inexplicablemente tiene acceso cada medianoche. En ese instante mágico, el protagonista aparca dudas y preguntas de su presente, y siente en sus viajes bohemios un encanto curativo que le brinda confianza, aventura, ilusión y la posibilidad de escapar de su insatisfacción, de su frustración y de su relación con Inez (Rachel MacAdams).


Gil se lamenta de su presente y habla de su fascinación por los años veinte parisinos, cuando la capital francesa desbordaba una vitalidad intelectual y artística que atraía a todos aquellos que aspiraban a desarrollar su talento y a vivir en el centro cultural del mundo. Sin embargo, pertenece al tercer milenio y vive entre la duda y la insatisfacción, salvo en los instantes que puede corregir a Paul (
Michael Sheen), el pedante sabelotodo que ejerce cierta influencia en Inez y del que él prefiere alejarse. Gil camina solitario por calles parisinas hasta que se detiene y suena la medianoche en la campana. En ese instante mágico, un automóvil de aquel Paris soñado le permitirá recorrer ese ambiente idealizado donde puede tutear a sus referentes culturales, convirtiéndose en uno más entre ellos. Gracias a ese continuo ir y venir temporal, descubre aspectos que no había imaginado con anterioridad, al tiempo que plantea, como personaje de Allen, las cuestiones que le preocupan, encontrando las más diversas opiniones entre genios caricaturizados con simpatía.


El derroche de ingenio y fantasía de Allen convierte París en la ciudad mágica donde es posible viajar al pasado fantaseado, el presente de Scott (Tom Hiddleston) y Zelda Fitzgerald (Alison Pill), Josephine Baker (Sonia Rolland), Cole Porter (Yves Heck), Ernest Hemingway (Corey Stoll), Gertrude Stein (Kathy Bates), Salvador Dalí (Adrien Brody), Pablo Piccaso (Marcial Di Fonzo Bo), Man Ray (Tom Cordier) o Luis Buñuel (Adrien De Van), a quien, robándole la idea de El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962), le ofrece la idea que hará posible la película, aunque, en ese instante, el joven cineasta no comprenda que no existe respuesta lógica para el porqué los personajes no pueden salir del salón. Pero, sobre todo, se encuentra con Adriana (Marion Cotillard), quien, a su vez, también tiene su pasado idealizado, el de la Belle Époque, al que querrá huir porque dice que su presente es aburrido. Adriana es musa de artistas y, en su condición de escritor, Gil encuentra en ella a la musa que despierta su pasión y le agudiza sus dudas respecto a su relación con Inez. Ahora se pregunta si es posible amar a dos mujeres a la vez, cuando, quizá, la pregunta es si ama a alguna de las dos, ya que parece que la atracción por Adriana es fruto del deseo y de la fantasía, de la fuga de su monotonía, mientras que permanecer con Inez implica negarse a sí mismo. Finalmente, Gil comprende que el presente es insatisfactorio porque la vida es insatisfactoria y lo sería en cualquier pasado y, por tanto, no existe mejor opción que aceptar vivir en el presente con la valentía necesaria para decidir su camino.


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