viernes, 7 de octubre de 2011

El jinete pálido (1985)



En la década de 1980, el western no atravesaba por su mejor momento comercial. El fracaso de la monumental y amputada (para su distribución en las salas) La puerta del cielo (Heaven’s GateMichael Cimino, 1980) parecía condenarlo definitivamente al ostracismo, pero Clint Eastwood no se arrendó ante esa especie de maleficio que, en los últimos tiempos, parecía hacer del popular género un lugar cinematográfico maldito. En cierto modo, se arriesgó y acertó de pleno al ofrecer uno de los mejores westerns de finales del siglo XX, pues El jinete pálido (Pale Rider, 1985) posee el atractivo suficiente para mantener la atención del público dentro de la historia que plantea, en su suspense, en la posibilidad de que el encuentro entre predicador y comisario ya se haya producido con anterioridad. La aparición y desaparición del protagonista resulta similar a la de Shane en Raíces profundas (ShaneGeorge Stevens, 1953), también las sensaciones de la familia que le acoge, lo que vendría a corroborar la inspiración de 
Eastwood y su intención de dotar a su western de un tono espectral e intimista que lo identifica, humaniza y engrandece. El jinete aparece cuando más se le necesita, quizá como consecuencia de la oración que reza Megan (Sydney Penny) ante la tumba de su perro acribillado en el último asalto de los hombres de LaHood. Ayuda a Hull Barrett (Michael Moriarty) cuando su carreta está a punto de ser quemada; él es quien unirá a unos mineros que empiezan a rendirse, ¿pero quién es en realidad? Un hombre con seis cicatrices de bala en su espalda, a la altura de los pulmones, heridas a las que nadie habría podido sobrevivir; sin embargo, está ahí, ante ellos. Todos le han visto y pronto sabrán que es un predicador, pero uno muy distinto a los que han conocido. La pequeña comunidad ha recuperado parte de su autoestima gracias a la presencia de ese extraño que ha plantado cara a Josh LaHood (Christopher Penn) y al gigante que le acompañaba (Richard Kiel). Ahora, con el respaldo del milagroso aparecido, se sienten valientes, orgullosos y decididos a no aceptar la oferta de LaHood (Richard Dysart) para que abandonen el terreno que el dueño de la zona desea para sí.


De alguna manera, El jinete pálido (Pale Rider, 1985) es un western fantasmal, antecedente de lo que será Sin perdón (Unforgiven, 1992), que incluso  coquetea con la fantasía en la figura del predicador, cuya presencia resulta inexplicable y plantea si realmente se trata del milagro por el que Megan ha rezado o de alguien que llega por casualidad; que es aquello que no sucede por milagro, sino por imprevisto e inesperado. Aunque las palabras del comisario Stockburn (John Russell) apuntan hacia la primera opción: la del espectro, puesto que él conocía a un hombre como el que le describe LaHood, pero descarta la posibilidad. Dice que no puede ser, ya que aquel tipo está muerto. Clint Eastwood consigue equilibrar el tono espectral con la acción; sin renegar a la intimidad de los personajes. Así, muestra los miedos, las frustraciones y los deseos de aquellos entre quienes se instala el aparecido, quien, en cierto aspecto, y más allá de que ambos estén interpretados por Eastwood, asuma un atractivo similar al del protagonista de El seductor (The Beguiled, Donald Siegel, 1970); ambos despiertan el deseo femenino y precipitan en conflicto, en este caso, entre madre (Carrie Snodgress) e hija. Sienten una atracción inevitable hacia el predicador que les proporciona seguridad. Encuentran en el un valor distinto al no violento que se descubre en alguien como Hull; porque el valor no se encuentra en las armas, sino en las elecciones de cada uno, algo que Hull asume cuando convence al resto de sus compañeros para que permanezcan trabajando las tierras donde han enterrado a su familiares, su hogar. Sin embargo, la desaparición, a la mañana siguiente de la votación en la que han decidido luchar, del predicador provoca que también desaparezca la confianza de unos hombres que se encuentran desvalidos tras su marcha. La llegada al pueblo de Stockburn, un comisario que se vende al mejor postor, acompañado por seis ayudantes de gatillo fácil, es un presagio de que la violencia no tardará en desatarse.

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