lunes, 27 de junio de 2011

La fiera de mi niña (1938)



Suele referirse su fracaso comercial y su fría acogida, pero la ceguera y el ninguneo del ayer no quitan que 
La fiera de mi niña (Bringing up, Baby, 1938) brille hoy en la memoria cinematográfica como lo que es: uno de los más vivos y alegres exponentes de screwball comedy, cuyo máximo apogeo se produjo entre la segunda mitad de la década de 1930 y la primera de 1940. En este estilo de comedias, las confusiones y los enredos toman en control absoluto de la situación. Y partiendo de tan estimable absurdo, un desenfadado Howard Hawks invita a la diversión de un instante cinematográfico alocado que encuentra su guía en el guion de Dudley Nichols y Hagar Wilde. Así, Hawks camina sobre terreno que le gusta y filma su primera gran comedia, contando con el protagonismo de una pareja en estado de gracia (Katharine Hepburn y Cary Grant), un dúo cuya complicidad —química, quien así lo prefiera— es un regalo para la comedia, y fundamental para que el enredo funcione desde el instante mismo en el que sus vidas se cruzan para no poder alejarse; a pesar de que David (Cary Grant), paleontólogo inmerso en su mundo de huesos de dinosaurios, desee deshacerse de Susan (Katharine Hepburn), sobrina de la posible mecenas del museo.


David encuentra una constante fuente de problemas en Susan, ya que para el científico representa la amenaza del desastre más absoluto. Sin embargo, el amor o capricho que su erudito particular despierta en ella la obligan a idear una serie de estratagemas que le permitan mantenerlo a su lado, y de ese modo evitar la boda que aquél tiene planeada desde tiempo atrás. Uno de los pilares de este tipo de comedia de situación y enredo serían los actores de reparto, fundamentales para dar réplica a esa pareja que mantiene una lucha de opuestos-complementarios tras la que esconden su deseo; en La fiera de mi niña, los personajes secundarios se convierten en excelentes caricaturas como el coronel, la tía de Susan, el jardinero, el sheriff o el psiquiatra, todo ellos capaces de aportar altas dosis de comicidad porque eso es lo que se espera de ellos, su función es la de hacer reír y proporcionar un momento de evasión que sirve de contrapunto al dúo de enamorados de la que posiblemente sea la mejor comedia de Howard Hawks —responsable de las también inolvidables Bola de fuego, Luna nueva o La novia era él. 
En La fiera de mi niña, el personaje de Cary Grant, que inicialmente es pasivo, debe pasar a la acción obligado por el torbellino Hepburn, para igualarse con ella o, al menos, poder compartir en igualdad de condiciones. Ese es Hawks, el cineasta que apura al límite a sus personajes y les hace dar el paso que los pone en movimiento, aunque dicho movimiento sea en espacios acotados como Río Bravo (1959) o en una comedia alocada como esta; quizá más si cabe en una comedia alocada como esta, ya que es en esa locura y lucha de sexos donde se desata la agudeza y la agilidad de personajes que de ese modo rompen con lo convencional y, como consecuencia, ven su cotidianidad puesta patas arriba. Dicha agilidad hace de La fiera de mi niña el ejemplo perfecto para comprobar la capacidad y el talento narrativo-cinematográfico de Hawks, y el vitalismo que da ritmo a una comedia que aúna la acción y la elegancia, tanto del ambiente como de esa inolvidable pareja de enamorados que parece rechazarse, porque la parte femenina rompe la pasividad en la que hasta entonces ha vivido la masculina, y alcanza la hilaridad en numerosas situaciones, a cada cual más alocada, que se producen alrededor de un felino llamado Baby y de su gemelo menos refinado.

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