Es innegable que Taxi Driver es una película de Martin Scorsese, pero también es indudable que lo es de su guionista: Paul Schrader, ya que en ella se percibe ese universo sórdido desarrollado en otros de sus guiones. Racismo, violencia, incomunicación, soledad, degeneración o redención, son características que forman parte del mundo por el que Travis-Schrader transita en su vehículo amarillo, las mismas que le provocan rechazo y alteración. Es un ser herido, consecuencia de su estancia en el ejército y de su no ubicación en una ciudad que resulta el reflejo de la corrupción e ineptitud de algunos líderes políticos. Armarse hasta los dientes, entrenar y ensayar ante el espejo, es su forma de manifestar una disconformidad que roza la locura, sensación esta que se ve aumentada cuando la cámara de Scorsese enfoca una habitación llena de fotos del senador Palantine, quien semeja la nueva obsesión de Travis. ¿Será su víctima? ¿Borrará la inmundicia eliminando al político que admira? ¿Quién sabe? Lo único que se puede decir a favor de este taxista sería que es un hombre con buenas intenciones, sobre todo cuando pretende que Iris (Jodie Foster), una prostituta de trece años, regrese al hogar de sus padres, aunque sus métodos sean más expeditivos de lo usual para conseguir su propósito, ya que su mente se encuentra incapacitada para distinguir la líneas de no retorno, porque, para él, cuanto hace estaría justificado. Iris representa a esa amiga que necesita, porque ella le permite sentirse útil, poder ayudarla, sacarla de la putrefacción y alejarla de Matthew (Harvey Keitel), un macarra de tres al cuarto que la prostituye como si únicamente fuese mercancía.
sábado, 25 de junio de 2011
Taxi driver (1976)
Es innegable que Taxi Driver es una película de Martin Scorsese, pero también es indudable que lo es de su guionista: Paul Schrader, ya que en ella se percibe ese universo sórdido desarrollado en otros de sus guiones. Racismo, violencia, incomunicación, soledad, degeneración o redención, son características que forman parte del mundo por el que Travis-Schrader transita en su vehículo amarillo, las mismas que le provocan rechazo y alteración. Es un ser herido, consecuencia de su estancia en el ejército y de su no ubicación en una ciudad que resulta el reflejo de la corrupción e ineptitud de algunos líderes políticos. Armarse hasta los dientes, entrenar y ensayar ante el espejo, es su forma de manifestar una disconformidad que roza la locura, sensación esta que se ve aumentada cuando la cámara de Scorsese enfoca una habitación llena de fotos del senador Palantine, quien semeja la nueva obsesión de Travis. ¿Será su víctima? ¿Borrará la inmundicia eliminando al político que admira? ¿Quién sabe? Lo único que se puede decir a favor de este taxista sería que es un hombre con buenas intenciones, sobre todo cuando pretende que Iris (Jodie Foster), una prostituta de trece años, regrese al hogar de sus padres, aunque sus métodos sean más expeditivos de lo usual para conseguir su propósito, ya que su mente se encuentra incapacitada para distinguir la líneas de no retorno, porque, para él, cuanto hace estaría justificado. Iris representa a esa amiga que necesita, porque ella le permite sentirse útil, poder ayudarla, sacarla de la putrefacción y alejarla de Matthew (Harvey Keitel), un macarra de tres al cuarto que la prostituye como si únicamente fuese mercancía.
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