¿Cómo empezar a hablar de una película que rebosa vitalidad y necesidad de gozar de la vida? ¿Acercando un principio y un final? ¿Jugando con las antítesis? ¿Saltando de Estados Unidos a Europa, en concreto de un aeropuerto a una idílica isla frente a la hermosa costa napolitana? Es difícil no caer en lo sensiblero cuando se habla más que del amor de la liberación que implica enamorarse, ya no de una persona sino de la vida que parecía olvidada, quizá apagada por una cotidianidad laboral y personal programada desde el primer minuto hasta el último de cada día. También es complicado no caer en lo burdo cuando se satiriza el ritmo de la sociedad industrial y de quienes se han convertido en sus esclavos o quienes han vendido su tiempo a los números, a los horarios, a los beneficios empresariales, al dinero. Resulta complicado no ser soez o acaramelado cuando se critica algo y cuando se habla del amor, de su ilusión, de su nacimiento y de su promesa liberadora, quizá redentora. Billy Wilder no cae en la espina ni en el caramelo, prefiere caer en la alegría de vivir; redescubrirla en un cielo azul cuando el panorama en tierra apunta grisura y tristeza, elige dar la oportunidad de soñar a dos desconocidos que inician su relación desde el duelo que les une y la distancia que les separa. Inician su recorrido común donde disfrutaron el padre del uno y la madre de la otra. Avanti! (1972) enfrenta contrarios y apuesta por ese adelante que luce en su título original y mediterráneo, y en las ganas de un director estadounidense y centroeuropeo cuyas mayores influencias y gustos remiten al cine de su Ernst Lubitsch idealizado. Sin embargo, Wilder no es Lubitsch y gracias por ello, pues así el cine ganó dos genios capaces de desplegar ironía, diversión y elegancia, esta sobre todo en el caso del director de Ninotchka (1939); Wilder era más directo, dispuesto a largarte un derechazo en la boca del estómago; también era más canalla. No se cortaba en meterte el dedo en el ojo ni en propinar una patada en el trasero de la sociedad y destapar apariencias, vidas deslucidas, en ocasiones tristes, otras amargas, pero prácticamente todas ellas llenas de necesidades que no alcanzan o que, en el caso de la pareja protagonista de Avanti!, logrará colmar de modo similar a cómo lo habían hecho el padre y la madre fallecidos, cuyo accidente es la excusa que pone en marcha esta comedia, revitalizadora, luminosa y elegante, de ritmo suave y acompasado…
La propuesta de Avanti! es un adelante a las situaciones que se presentan, situaciones que siempre son únicas y que pueden ser maravillosas, también lo contrario. ¿Pero cómo saberlo, si por miedo o por costumbre se dejan escapar? Más preguntas, el cine y la vida están llenas de cuestiones, y una de tantas parece ser si se alcanza la plenitud o simplemente se acepta el transcurrir del tiempo, que impide al personaje de a Lemmon plantearse si está haciendo lo que desea o lo que otros esperan de él. Wendell se responde a medida que va descubriendo que su padre fue más dichoso en esos breves interludios de amor que en toda su otra (y más larga) existencia, aquella en la que Wendell creía, aquella en la que formó su manera de entender la vida y a sí mismo, la misma que le ha impedido dar el paso adelante, ese avanti! que significa disfrutar de un instante durante el cual puede ser él mismo. Avanti! es un acierto para los sentidos, rodada con delicadeza, humor y elegancia, además de la inteligencia característica que se descubre en el cine de Billy Wilder; su ritmo fluye a través de unos personajes inolvidables. Juliet Mills, sin duda en el papel de su vida, refleja esa personalidad inestable, delicada y con enormes ansias de vivir (aunque el miedo la ha frenado hasta su llegada a Ischia), que se ven ampliadas al encontrarse en el mismo idílico paraje donde su madre había sido tan feliz. Por su parte, Jack Lemmon demostró una vez más que era uno de los mejores actores de su época, capaz de mostrar, con aparente facilidad, un lado divertido e irónico, pero también un rostro en el que se percibe cuanto sucede en su interior. Y no me olvido a Carlo Carlucci (Clive Revill), personaje fundamental en el desarrollo de la historia. En él recae gran parte de los momentos más irónicos; su visión del mundo, de cuanto le rodea y observa, resulta mucho más abierta y completa que la de cualquier otro personaje; y claramente es el más wilderiano de la película. ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?, siempre mejor Avanti!, va creciendo en alegría para ser una maravillosa combinación cinematográfica de sutileza, ironía y sátira, una comedia que plantea mucho más de lo que parece, pues Wilder no perdió la oportunidad de mostrar una mirada maliciosa hacia la moralidad, moral mal entendida (si es que lo moral puede llegar a entenderse, ej lugar de establecerse), y hacia la monotonía a la que se condenan personajes que podrían ser el reflejo de una sociedad incapaz de encontrar su plenitud, porque ella misma se encarga de que así sea.
Una película infravalorada, excesivamente larga, con dos actores iluminados por la gracia y el sol mediterráneo, y la mano de un dios desconocido tras la cámara. "Senza fine" suena todo el tiempo. Gino Paoli, su autor, estaría contento. Conclusión: obra maestra
ResponderEliminarCoincido. Una maravilla. Cada vez que la veo, recargo las células de alegría, con esa pareja que apuesta por el “adelante”, con esa música y ese Mediterráneo que desconoce las prisas.
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