Las tres luces (1921)
El lirismo y la imposibilidad que dan sustancia a Las tres luces (Der müde Tod, 1921) convierten a esta fantasía de Fritz Lang en una de las referentes de su época, la del expresionismo alemán, y en espejo que influirá en futuros directores; entre quienes Buñuel se incluye cuando confiesa que esta película le decidió dedicarse al cine: <<fue al ver Der müde Tod cuando comprendí sin la menor duda que yo quería hacer cine. No me interesaron las tres historias en sí, sino el episodio central, la llegada del hombre del sombrero negro —enseguida supe que se trataba de la Muerte— a un pueblo flamenco, y la escena del cementerio.>> Hay algo trágico en el romanticismo de Las tres Luces, pero esa tragedia no es la muerte en sí, sino la muerte cansada, su imposibilidad de dejar de ser quien es: el destino y el mayor miedo de los vivos. En esta fantasía, la muerte cobra el protagonismo casi absoluto, al ser el eje principal de los sucesos que se desarrollan en la pantalla. La parca, maldita en su eternidad, desespera, cansada de un trabajo/destino que no le proporciona paz ni satisfacción, sino fatiga y la constante desdicha de tener que realizar un cometido impuesto que debe cumplir, mas que le pese. La todopoderosa no lo es tanto, al ser incapaz de escapar de su sino y verse obligada por su naturaleza mortífera a realizar su tarea en todas las épocas y en cualquier lugar.
La constante presencia de este ser omnipresente y non grato, provoca que Las tres luces se desarrolle entre la sombra macabra y los romances truncados por la segadora de vida, que acecha sin descanso desde el inicio que Lang ubica en Alemania, donde el romance se altera por la muerte de uno de los enamorados, la del joven interpretado por Walter Janssen. A pesar de este fatídico destino, la joven (Lil Dagover), desesperada, no se resigna, e intercede ante la parca (Bernhard Goetzke) por la vida de su amado. Conmovida, la muerte explica su estado de ánimo y le ofrece tres oportunidades que podrían propiciar el retorno del joven al mundo de los vivos, siempre y cuando, el amor que viven tres parejas, alejadas por el espacio y el tiempo, puedan evitar el trágico destino que les aguarda. La propuesta de la muerte introduce la posibilidad de trasladar el relato cinematográfico a distintas ubicaciones geográfica-temporales donde se muestra el amor, su imposibilidad debido a la constante presencia de ese personaje cansado de segar vidas humanas. Para exponer los hechos, Fritz Lang divide el film en cuatro episodios que encuentran su eje central en el que acontece en el pequeño pueblo de Alemania, episodio que dará paso al capítulo que se desarrolla en Bagdad, el más épico y aventurero. Posteriormente, la acción se traslada a Venecia, ciudad de intrigas, y quizá la historia más compleja de las tres propuestas; y viajando a un pasado remoto, se presenta el último intento, que se desenvuelve en China. Es el más espectacular y fantasioso del conjunto. En él, Lang da rienda suelta a la imaginación e inventiva, pudiéndose apreciar en este fragmento escenas visuales excepcionales: la aparición de un ejército en miniatura o la transformación de seres humanos en animales. Tras mostrar un fracaso tras otro, la historia regresa al periodo inicial, con el que se cierra el ciclo vital que llevará a la joven ante el enviado que trae el sueño eterno. Pero, cuando se reencuentran, la muerte cansada le concede una última oportunidad: un intercambio, conseguir una vida para salvar la de su amado. Su esperanza se presenta en forma de un pequeño grupo de ancianos que se lamentan de su vejez y de los pesares que la ancianidad proporciona a sus vidas. Hablan de su cansancio y sobre la esperada llegada del fin de sus días. Sin embargo, cuando la joven les propone el cambio, ellos se aferran al poco tiempo que les resta y salen huyendo, lo cual no deja de ser una excelente muestra del fuerte apego a una existencia que no les place, pero que, evidentemente, no desean perder.
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