La velocidad narrativa de Atraco Perfecto (The Killing, 1956) resulta vertiginosa y hace que sea una de las películas más tensas y precisas de Stanley Kubrick, que, por raro que parezca, vista su filmografía posterior, solo necesita ochenta minutos para realizar una obra plena, brillante crónica cinematográfica negra en la que una voz en tercera persona asume ser la cronista que se encarga de presentar a los personajes y los intervalos temporales en los que se desarrolla la acción. El uso de un narrador omnisciente, ajeno a los hechos que se observan en la pantalla, le permite volver al mismo momento, pero en diferentes personajes, sin que exista el riesgo de confundir al público. En esa escasa hora y media que dura su tercer largometraje, el más ambicioso hasta entonces y uno de los más directos y menos ornamentales de su exitosa carrera, el joven cineasta muestra las intenciones de sus personajes, de quienes se podría decir que son unos tipos sin suerte que pretenden abandonar de una vez por todas una vida entre la amargura, la ausencia de dinero y la mala racha. Kubrick observa si logran o no su objetivo y nos invita a ser observadores de una realidad que nos atrapa. Su lección de contar con imágenes el plan de Johnny (Sterling Hayden), ex-convicto y el único profesional del quinteto que pretende dar el golpe maestro en el hipódromo, es un espléndido ejercicio narrativo. Al igual que el plan de Johnny, la película presume de una planificación perfecta y de unos diálogos —firmados por Jim Thompson— a la altura. En la escenificación de Kubrick no quedan cabos sueltos; en la de Johnny, el azar.
A pesar de haberlo preparado a conciencia, nadie puede prever el imprevisto ni el factor humano. Para llevar a cabo el golpe, el ex convicto se ha aprovechado de los malos momentos por los que atraviesan dos empleados del hipódromo que pretende asaltar y de un policía corrupto que patrulla por los alrededores del recinto hípico. Se trata de Randy (Ted de Corsia), un agente de policía que debe tres mil dólares a un prestamista que amenaza su vida. En circunstancias favorables, estos hombres no formarían parte del atraco, pero su situación es desesperada: Mike (Joe Sawyer), el barman, está casado con una mujer enferma, cuyo mal la retiene en el lecho sin vistas a poder abandonarlo, salvo que consiga dinero para pagar buenos médicos; George (Elisha Cook, Jr.) es uno de los cajeros del hipódromo, pero también se descubre como el eslabón más débil de la cadena, quien por momentos parece venirse abajo, al estar sometido a Sherry (Marie Windsor), que lo maneja a su antojo y le exige dinero, joyas y demás comodidades prometidas por aquel. Por otro lado, se encuentra Marvin (Jay C. Flippen), el mayor del grupo y quien financia la operación, pero también quien se descubre en soledad, abrumado por la edad, desengañado o tal vez embargado por una sensación de inutilidad que puede con él. Este personaje tiene en alta estima a Johnny, quizá vea en él a una especie de hijo o a un amor platónico; en todo caso, el delincuente es su único nexo con el mundo que le rodea. Por su parte, también Johnny persigue el dinero como medio para un fin, es decir, el dinero como sueño de felicidad; en su caso la que podría ofrecerle una vida millonaria junto a Fay (Coleen Gray). Para lograrlo, es vital la precisión, que el plan no se desvíe lo más mínimo.
Aparte del protagonismo de Sterling Hayden, existen paralelismos entre Atraco perfecto y La jungla de asfalto (Asphalt Jungle, John Huston, 1950). Al igual que la magistral película de Huston, la de Kubrick concede el protagonismo a “perdedores” que acarician la victoria; quizá desesperados ante su última oportunidad para lograr el bienestar que les proporcionaría el dinero, el cual, por distintas razones y por exigencias de una sociedad en la que tal bienestar tiene precio, es el principio y fin de los personajes. Asimismo, Kubrick expone la puesta en marcha del plan, qué les mueve a participar y cuáles son sus relaciones personales; sobre todo, se detiene en la relación de George y Sherry, quien, ante el descubrimiento del plan, no puede resistir la tentación de acudir a su amante (Vincent Edwards) y proponerle hacerse con el botín. Así pues, se planifica otro atraco paralelo. Sherry es una mujer sin suerte, amoral y manipuladora, una mujer que somete a George y se encuentra sometida a su amante. Su ambición y su facilidad para manipular, la emparentan con las mujeres fatales de la década anterior y le permiten manejar a George a su antojo. El control sobre su “víctima” es total. Atraco perfecto continua trepidante, los hechos se suceden según lo planeado, pero se presagia un final distinto al deseado por los atracadores de este vibrante, ágil y moderno ejercicio narrativo de Kubrick, que, con tan solo dos largometrajes de bajo presupuesto en su haber, en este tercero, apuntaba muy alto. Y no pasó desapercibido en Hollywood, como parece corroborar que Kirk Douglas y su productora Byrna Productions le ofreciesen un contrato para rodar tres películas; aunque, finalmente, por diferencias creativas y supongo que por choque de egos con el actor, solo filmó dos: Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957) y Espartaco (Spartacus, 1960)
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