<<Por suerte para mí, La verdad sobre el caso Savolta no apareció hasta pasado un tiempo, concretamente hasta el 23 de abril de 1975, con ocasión del Día del Libro. Ahora bien, en estas fechas el país atravesaba por un momento de febril expectativa: un sistema que parecía inamovible se resquebrajaba a ojos vista y el cambio, aunque incierto, era inminente. Debido a estas circunstancias, la población vivía en un estado de perpetua alerta, no solo por lo que se refiere a los acontecimientos de carácter político, sino a cualquier cosa; la opinión pública tenía, por así decir, la sensibilidad a flor de piel; a diferencia de lo que había venido ocurriendo en las décadas anteriores, los periódicos y revistas eran leídos con avidez y reflexión. El que las criticas a La verdad sobre el caso Savolta fueron favorables le dio, en aquel momento especial, una difusión que de otro modo no habría tenido.
Transcurrido tanto tiempo, me es muy difícil enjuiciarlo, entre otras razones, porque no lo he vuelto a leer. Le tengo, desde luego, un gran cariño, ya que me proporcionó un lugar respetable en el mundo literario, donde aún vivo, en parte, de esas rentas. Pero sobre todo, le tengo un gran cariño porque recuerdo su elaboración como una época especialmente intensa de mi vida literaria, llena de ilusiones, de esfuerzos angustiosos y resultados sorprendentes, de decisiones que en mi inexperiencia eran transcendentales. Podría decir que me jugaba el todo por el todo, o que puse toda la carne en el asador, dos frases hechas cuyo significado no acabo de entender muy bien.>> (1) Al menos, tres años antes de que La verdad sobre el caso Savolta viese la luz pública, Eduardo Mendoza iniciaba su escritura sin sospechar que esta le posibilitaría, como el mismo reconoce, situarse dentro del panorama literario y dedicarse de lleno a la literatura. Mal no le ha ido desde entonces; no me refiero a cuestiones monetarias, sino a las literarias, al ser uno de los autores en lengua castellana más influyentes de finales del siglo XX gracias a novelas como esta o como El misterio de la cripta embrujada, La ciudad de los prodigios, el diario extraterrestre Sin noticias de Gurb o La aventura del tocador de señoras, esta ya publicada en el XXI. Su voz es reconocible, su estilo, también…
Humor, intriga, drama, unos personajes bien definidos y la lucha entre clases sociales, son algunos de los aspectos que Eduardo Mendoza maneja para dar forma a una gran novela; La verdad sobre el caso Savolta. El autor se sirve de distintos recursos narrativos (narrador en primera persona, artículos periodísticos, documentos) para representar y avanzar un relato que muestra los cambios que se producen en una época dominada por la alta burguesía (grandes patronos e industriales), consecuencia de la aparición de grupos anarquistas y movimientos sindicales que abogan por un nuevo orden (la C. N. T. se funda en 1910 y la historia, en su mayor parte, abarca el periodo entre 1917 y 1919). Mendoza divide el texto en dos partes diferenciadas. La primera le sirve para presentar hechos (la muerte de Savolta, la investigación en la que se encuentra involucrado Miranda) y personajes (Javier Miranda, el protagonista forzoso que se deja utilizar, de manera inconsciente, por Lepprince, a quien se podría calificar de antagonista). La segunda desarrolla las incógnitas planteadas en la anterior, hasta alcanzar la inevitable conclusión. Miranda, recién llegado a Barcelona, se encuentra solo y siente la necesidad de contacto humano, de relacionarse, y lo encuentra en la amistad que le ofrece Lepprince, un individuo un tanto enigmático, poco fiable, que persigue el ascenso social y, por tal motivo, contrajo matrimonio con la hija del fallecido. Arribista y amoral, para Lepprince el fin justifica los medios. No duda en utilizar a quien necesite para alcanzar sus propósitos. Sin embargo, la presencia de Maria Coral, mujer de quien se enamora, trastoca sus planes y es ahí donde se aprovecha de Javier, el protagonista involuntario de la trama (pues no es hasta el final cuando descubre su verdadera situación). De este modo y emulando la “cornamenta” del pícaro de Lázaro, este solitario se convierte en esposo de la amante de Lepprince, situación que permite descubrir la evolución de los personajes, que se encuentran en contacto con otros de gran importancia para el transcurrir de un relato que se releva entre varios narradores, circunstancia que aporta velocidad y cierto aire de renovación. Así, pues, se puede encontrar a Javier Miranda como guía (cuando se encuentra presente), para dejar paso a los documentos que Mendoza emplea como recursos narrativos. Así, juega con el espacio y el tiempo, pues algunos de los documentos son las transcripciones del sumario celebrado en Nueva York (años después de los hechos que se investigan), donde Miranda responde a las preguntas, relacionadas con Lepprince, que le formula un juez, así como se muestran pruebas relacionadas con el turbio asunto (artículos de prensa o las cartas de inspector Vázquez). Otra característica perfectamente utilizada por el escritor barcelonés son los saltos temporales. No existe una linealidad cronológica (sobre todo en la primera parte), por lo tanto se presentan hechos futuros que dan paso a otros anteriores. En la segunda parte, se deja de lado el juicio, permitiendo que sea la voz del protagonista y la voz en tercera persona las que se sucedan hasta llegar al desenlace y corroborar lo ya sabido desde entonces, que con La verdad del caso Savolta, Eduardo Mendoza aportó frescura y un estilo propio a la narrativa castellana, un estilo marcado por la ironía y el humor, no exento de crítica, reconocible en posteriores novelas…
(1) Eduardo Mendoza, del prólogo de La verdad del caso Savolta. Editorial Seix Barral, Barcelona, 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario