jueves, 27 de febrero de 2020

Mi hijo profesor (1946)


No todo el cine italiano realizado en la inmediata posguerra fue neorrelista o encajaba dentro del 
neorrealismo ortodoxo, aquel practicado de forma dispar y magistral por Rossellini en Paisà (1946), De Santis en Caza trágica (Caccia tragica, 1947), De Sica en Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948) o Visconti en La terra trema (1948). Mi hijo profesor (Mio figlio professore, 1946), la cuarta película de Renato Castellani, es un ejemplo. Al principio, la voz que introduce la historia advierte que el film <<no tiene pretensiones sociales>> ni busca <<generar polémica de ningún tipo>>, lo cual mitiga la intención realista de mostrar al individuo en y frente a la realidad social del momento, para, entre otros temas, hablar del distanciamiento paterno-filial y del paso del tiempo, de <<la humilde historia de un hombre humilde>> sin entrar en una confrontación directa con los contextos históricos de las etapas que se suceden durante el metraje. Castellani lo hace de manera amena, deteniéndose en momentos puntuales de la vida de su protagonista, sin insistir en fuerzas externas que, sin duda, condicionan tanto al personaje como al entorno escolar donde habita.


El realizador de
Bajo el sol de Roma (Sotto il sole di Roma, 1948) muestra el devenir de Orazio Belli (Aldo Fabrizi) durante casi tres décadas que transitan a la par del crecimiento del hijo y que se acumulan en las marcas temporales que Orazio observa en su reflejo en el espejo, en los recuerdos que atesora en una caja de cartón, en el retrato de su esposa fallecida o en su "finis" final, con el que el buen conserje se despide de las aulas del liceo que ha sido su hogar durante todo ese tiempo. Castellani no persigue conflicto ni verismo, ni los provoca, aunque ambos existen en el colegio donde se desarrolla la práctica totalidad de la historia o en las emociones del bedel protagonista, en su amor paterno, en su nostalgia, dolor, temor, ilusión, sacrificio o esperanza, que encuentran su razón de ser en el hijo, principio y fin de la existencia y del pensamiento del héroe humilde interpretado por Fabrizi. Así lo ve Castellani, como un héroe sencillo y humano. Y en él interioriza, alejándolo del conflicto histórico.


Sin pretender ajustar cuentas con el pasado, ni exponer las complejidades del presente de 1946,
Castellani se decanta por el fondo emocional de la existencia sencilla, la del anónimo sencillo a quien observamos entregado en cuerpo y alma al "profesor", apelativo cariñoso que el hijo recibe desde la cuna, y en su cotidianidad laboral en el liceo donde, sutil, el realizador introduce aspectos de la realidad que se vive fuera y, en cierta medida, afecta dentro —el exilio del profesor Cardelli (Mario Soldati), por su ideología; la diferencia de clases, que provoca que el muchacho sea consciente de su origen humilde y dude del futuro trazado por su padre; o el tráfico de influencias en el gobierno fascista cuando, sin él saberlo, Orazio Belli hijo (Giorgio De Lullo) es trasladado a Roma gracias a la intervención de Giraldi (Mario Pisu), antiguo profesor de gimnasia y en ese instante alto cargo fascista. Lo hace con comicidad, aunque sin rehuir el dramatismo de ciertas situaciones y momentos, pero, sobre todo, el cineasta asume que la interpretación de Fabrizi es la película, pues desde este entrañable personaje fluyen las emociones, cercanas y reconocibles, y la dimensión humana que se proyecta en la pantalla. Señalada su intención, la de no buscar un conflicto histórico (político y social), Mi hijo profesor cuenta la historia del conserje desde el día del nacimiento de su hijo hasta que, convencido de que es el único (y el más doloroso) sacrificio que le resta hacer por aquel, abandona el centro escolar para dejarle vía libre, para que el hijo deje de ser el niño y sea el hombre que él admira, el mismo hombre quizá asfixiado por los actos y la incondicional entrega paterna. El recorrido temporal comienza en 1919, con el bedel feliz por el alumbramiento de quien se convierte en su centro vital, cuando ya decide que su vástago será profesor de latín. Dicho deseo desvela su pensamiento y su intención: pretende para su hijo una vida mejor y, como solo conoce la del centro escolar, la mejor opción es ser profesor. Orazio padre anhela que su niño progrese donde él no pudo; quiere ofrecerle algo más que la periferia escolar donde él saluda a los docentes o ejerce sus funciones de subalterno. Así, pues, proyecta su ilusión en el recién nacido, pero no contempla que le niega o dificulta escoger su propio camino; aunque lo hace inconsciente o con la buena voluntad del padre que pretende el "bien" para su hijo "profesor".

No hay comentarios:

Publicar un comentario