Para quienes posean una mínima noción sobre cine, no escapará que Sergei M. Eisenstein es uno de los nombres propios de la historia cinematográfica. Su uso del montaje revolucionó el medio y sus películas son la prueba física que aún hoy podemos descubrir y disfrutar. Si en La huelga (Stachka, 1924), su primer largometraje, despuntaba su revolución, El acorazado Potemkin (Bronenosets Potemkin, 1925) la confirmó de pleno: en la yuxtaposición de planos había poesía y distancia respecto al montaje clásico. Pero ¿habría sido el mismo cineasta y la misma poesía sin su amor por los libros? Lo ignoro, pero quiero pensar que su pasión por ellos marcaron distancias entre el director que pudo haber sido y el gran cineasta que fue, el que marcó un antes y un después. Mi deseo nace de reconocer y compartir su pasión, aunque nunca podría expresarla como él hizo en estas líneas de sus Memorias Inmorales:
Las aves bajan volando sobre algunos santos (Asis).
Los animales corren hacia algunos personajes legendarios (Orfeo).
Las palomas se apegan a los ancianos de la plaza de San Marcos, en Venecia.
Un león se apegó a Androcles.
Los libros se aferran a mí.
Bajan volando hacia mí, corren hacia mí, se me pegan. Los he amado durante tantos años: grandes y pequeños, gruesos y delgados, ediciones raras y libritos baratos, de sobrecubiertas chillonas o cuidadosamente envueltos en cuero sólido, como blancos zapatos.
No deben ser muy pulcros, como trajes recién salidos de manos del sastre, ni fríos como pecheras almidonadas. Pero es claro que no tienen que estar en jirones grasientos. Un libro debe reposar en la mano como una herramienta bien armada.
Los he amado tanto, que al final comenzaron a amarme a su vez. Los libros estallan en mis manos como frutas maduras, y abren sus pétalos como flores mágicas, portadores de una línea de pensamiento fertilizante, una palabra estimulante, una cita confirmadora, una ilustración convincente.
Soy caprichoso en lo que se refiere a elegirlos. Y vienen hacia mí de buena gana. Soy presa de ellos en forma fatídica.
En una época se entendía que una sola habitación de mi casa estaría destinada a los libros. Pero paso a paso, cuarto tras cuarto, comenzaron a revestirse de libros. Y así, después de la biblioteca, el estudio resulta víctima de ellos; después del estudio, las paredes del dormitorio...1
1.Sergei M. Eisenstein. Memorias inmorales (traducción de Jorge Bertevoro), pág. 261. Torres de papel, Madrid, 2004
Siempre aportaciones especiales, en las que nos acostamos más sabios cada día con tus artículos.
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