martes, 4 de febrero de 2020

El rey Lear (1970)



La Locura se elogia a sí misma en un tratado sin desperdicio en el que satiriza a la sociedad contemporánea de Erasmo y Tomás Moro. En uno de los apartados hace alusión a la figura del bufón, de quien dice que <<mantienen la alegría, gracias a su ingenio y a sus pasatiempos, en cuantos le rodean; por eso se los estima tanto en los palacios, y hasta, a fuer de locos, se les consiente que sean sinceros...>>1 A buen seguro, este apunte de la locura no pasó desapercibido para William Shakespeare cuando escribió El rey Lear, obra en la que pocos son los personajes que dicen la verdad sin pagar por ello —véase el caso de Kent, cuya recompensa es el destierro. Solo el bufón parece poseer tal privilegio: el de hablar con la lucidez de aquel a quien toman por tonto, pero que, entre tonterías y risas, reflexiona con sentido y, protegido por la imbecilidad que le atribuyen, apunta verdades y desatinos. El personaje critica a propios y a extraños, tanto al monarca, que divide su reino y entrega las partes a sus hijas mayores, como la deslealtad exhibida por estas agraciadas hacia el regio mentecato que las ha criado y favorecido. De una forma u otra, la locura es constante en las tragedias shakespearianas. La desatan celos (Otelo), venganza (Hamlet), el amor-odio (Romeo y Julieta) o la ambición desmedida (Macbeth). En El rey Lear también cobra su protagonismo, no solo en el personaje bufonesco, sino en la regia estampa, en su caída de lo más alto a la bajeza más hiriente, donde descubre y comparte el dolor de los desesperados. El bufón (Oleg Dal) es testigo y compañero de su señor (Juri Jarvet) por un camino de dolor que ha encontrado sus mejores sendas cinematográficas en Akira Kurosawa y Grigori Kozintsev, aunque el primero lo disimule trasladando la tragedia de Inglaterra a Japón y cambiando a hijas por hijos enfrentados en los campos de Ran (1985). En la ubicación geográfica y en los personajes, Kozintsev se mantiene fiel al texto (a la traducción al ruso de Boris Pasternak), pero logra algo similar a Kurosawa, logra una obra fiel al dramaturgo y plenamente cinematográfica, poniendo el gran despliegue de medios con el que cuenta al servicio de la trama y de los temas que quiere tratar. Seis años antes, el pionero y precoz realizador soviético —su debut en la dirección se produjo en 1924, a los 19 años— había mostrado su capacidad de adaptar a Shakespeare en su espléndido Hamlet (Gamlet, 1964), de la que El rey Lear (Korol Lir, 1970), su último largometraje, hereda parte de la estética exhibida en aquella y su equilibrio entre las secuencias interiores y exteriores. Lo cual no deja de ser lógico, y no fruto de la intervención de la locura, presente en HamletEl rey Lear.


Admirador y experto en la obra shakespeariana, Kozintsev, de nuevo con la colaboración de su amigo Iosif Shapiro, entiende y abraza el texto del autor isabelino —lo había escenificado con anterioridad sobre las tablas— y enfrenta al monarca a la verdad hiriente, ante la cual reacciona con ira y con la autoridad que le concede el trono donde habría vivido entre la adulación y el poder. <<No deberías haber sido viejo hasta que no hubieras sido cuerdo>>,2 expresa el bufón en la obra. Su creencia de ser el más importante del reino ha nublado su juicio mucho antes de que exija a sus hijas que expresen con palabras su amor hacia él, en la sala donde se inicia su drama, su tragedia. En ese instante, solo quiere escuchar lo que desea oír, lo cual depara que reniegue de Cordelia (Valentina Shendrikova), la única de sus hijas capaz de no decir nada, aunque sí capaz de reflexionar y concluir que <<estoy segura de que mi amor tiene más peso que mi lengua>>,3 para, una vez se le exige, expresar sinceridad y lealtad, aunque el padre no lo comprenda. <<Amo a Vuestra Majestad conforme a mi vínculo, ni más ni menos>>.4 Al contrario que sus hermanas, la más joven no miente. No afirma un amor exclusivo que sabe que no podrá mantener una vez casada; dice que entonces su amor tendría que repartirse entre padre y marido. La lógica de sus palabras son entendidas como un insulto, como el desprecio de una hija ingrata hacia el padre que no duda en desheredarla en beneficio de Goneril (Elza Radzina) y Regan (Galina Volchek), aduladoras cuando el viejo es poderoso y despreciables cuando este las visita sin más riqueza ni compañía que los caballeros que desatan las criticas de la primera (y después de la segunda). El padre se siente despojado, ya no del poder y de los bienes entregados para evitar desmanes futuros, sino del sentimiento que las mayores expresaron en falso. Comprenderlo, provoca que la locura salga a relucir en su vertiente amarga, locura que lo distingue del loco dulce (el bufón) y del no loco Edgar Gloucester (Leonhard Merzin) -que asume la locura como disfraz tras la traición de su hermanastro Edmond (Adomaitis Regimantas), cuya ambición desmedida, unida a la pasión que desata entre las hijas mayores del viejo rey, deparará el trágico desenlace-. Así comprende Lear, que de monarca ha pasado a menos que bufón, pues el suyo conserva intacta su lúcida alegría, la de saber que nada tiene que perder ni que ganar, porque siempre ha sido y será a quien todos señalen como imbécil; pero no más loco que él: el anciano que comprende que en <<este gran teatro de locos>> nunca ha prestado atención más que a sí mismo y a las aduladoras voces cuyas palabras ocultan dobleces que no existen en las de su fiel y alocado compañero:

<<El que sirve por la paga
y sigue por la apariencia,
en cuanto llueve, se marcha
y te deja en la tormenta.
Pero yo, el loco, me quedo:
que el cuerdo escape por piernas.
Bribón que huye, es más que loco:
el loco no es sinvergüenza>>5


1.Erasmo. Elogio de la locura (traducción Antonio Espina). RBA, Barcelona, 1995
2,3,4,5.William Shakespeare. El rey Lear (traducción José María Valverde). RBA, Barcelona, 1994

1 comentario:

  1. Otra lección de análisis de una adaptación cinematográfica de un texto clásico. Shakespeare en Rusia. Kozintsev fue un excelso intérprete de Shakespeare

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