El
<<nadie es perfecto>> de I. A. L. Diamond que
Billy Wilder guardaba
en el cajón, mientras ambos decidían la frase final de Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959), es
una de las oraciones más sencillas y recordadas de la historia del
cine. También es una de las más certeras, pues ¿quién puede
discutirles esas tres palabras que vieron la luz casi sin querer,
palabras que pronunciadas por Joe E. Brown definen a la
perfección la visión wilderiana del ser humano? Pero hay otra
frase, expresada por Barton Keyes en Perdición (Double
Indemnity, 1944), que define sus películas,
aquellas que descubren la imperfección humana y la proyecta en
espacios sin héroes, ni vencedores. Keyes le dice a Walter Neff que
las vidas de los hombres y las mujeres que
investiga son dramas que <<están llenos de sueños de
engaños>>. Son los individuos que reclaman su indemnización, su porción de cielo,
la mayoría manipuladores y manipulados, hombres y mujeres corrientes a quienes
el investigador descubre engañando o engañándose. Esos sueños de
engaños son los films de Wilder, que muestra a sus
protagonistas en su peor y mejor versión, pues los muestra humanos,
e insiste en ello, aunque lo haga en forma de comedia, drama o cine
negro. Sean unas u otras, en todas, salvo quizá en su peor película,
El vals del emperador (The Emperor Waltz,
1948), desvela aspectos individuales y sociales, comportamientos y
morales variables, farsas, hipocresías e ilusiones que surgen de ambiciones que,
pequeñas o grandes, deparan fracasos, éxitos momentáneos, victorias pírricas o, en el
caso del directivo de Uno, dos, tres (One, Two,
Three, 1961), la botella inesperada e indeseada. Sus comedias
divierten destapando el deseo y la crisis que la vecina de La tentación vive arriba (The Seven Year Itch,
1955) despierta en el "rodríguez" de abajo, la fidelidad del matrimonio de Bésame, tonto
(Kiss Me, Stupid, 1964) o el adelante a la vida de la luminosa dependienta y del gris
ejecutivo de Avanti! (1972) durante su breve encuentro italiano.
La mirada wilderiana es
irónica e hiriente, aunque no insensible, desnuda la imperfección de inolvidables medianías
como el generoso oficinista (y arribista) de El apartamento (The
Apartment, 1960) o las ambiciones de los periodistas sin escrúpulos de El gran carnaval (The Ace in the Hole, 1951) y
Primera plana (The Front Page, 1974). A
ninguno le cuesta engañar, mentir o dejarse engañar, ya que saben
que todo vale en sus fantasías, en sus caminos hacia el éxito o hacia el fracaso. La
mentira forma parte de ellos, de mí y de ti, y se consuelan con su
"nadie es perfecto". Ni siquiera el famoso detective de La vida privada de Sherlock Holmes (The Private Life of
Sherlock Holmes, 1970) es infalible, ni es ajeno a caprichos que escapan a su control, aunque roce la perfección que Watson ha
mitificado en sus publicaciones. Ningún personaje escapa a sus
intenciones, ni a sus sueños de engaños donde buscan placer, beneficio, amor, sexo, dinero, huir de su "condena"... y
obtienen resultados agridulces o simplemente inútiles. No hay
triunfadores, aunque el cabo de Cinco tumbas a El Cairo
(Five Graves to Cairo, 1943) venza con sus artimañas
al Rommel interpretado por un imponente Erich von Stroheim o la pareja de travestidos de Con faldas y a lo loco
escape de los mafiosos y abrace un final feliz, su sueño, al lado
de sus respectivas medias naranjas.
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