La acción de Traidor en el infierno (Stalag 17) transcurre íntegramente en el interior del campo de prisioneros alemán donde alrededor de seiscientos sargentos estadounidenses han sido ubicados en los diferentes barracones que conforman el complejo-prisión. No es un lugar para el descanso, tampoco para esperar a que la guerra concluya, sino un lugar del cual evadirse, y la noche es el momento ideal para poder hacerlo. Sin embargo la fuga que abre el film sale mal y los dos fugitivos son acribillados por varios soldados alemanes que los estaban aguardando. ¿Qué ha fallado? ¿Cómo se han enterado? La única respuesta posible para sus compañeros implica la existencia de un traidor entre ellos. Esta sospecha germina de inmediato, pero ¿quién puede ser? Las circunstancias y el comportamiento de Sefton (William Holden) lo convierten en el principal sospechoso, para sus vecinos no existe la menor duda, él es el delator. ¿Cómo si no iba a conseguir las provisiones o el material que guarda en su baúl? Septon es un superviviente que ha aceptado su reclusión y pretende pasarla lo más cómodo posible, por ello no duda en negociar con sus carceleros, de quienes consigue alimentos y objetos inalcanzables para el resto de retenidos. No obstante, niega ser el delator, aunque sus compañeros continúan convencidos de lo contrario, algo que le hacen saber mediante la agresión física y las amenazas de muerte. La paliza despierta al falso culpable, lo pone en guardia y cambia su comportamiento inicial. Su prioridad ya no es la de sentirse a gusto, ni disfrutar de su encarcelamiento del mejor modo posible, sino la de encontrar al verdadero culpable. Su búsqueda se convierte en su obsesión, acaparando por completo su pensamiento, incluso está dispuesto a dejar su vida en su nuevo empeño. La historia de Traidor en el infierno tiene su origen en una obra teatral que Billy Wilder adaptó y dirigió ofreciendo una perspectiva cínica, divertida, por momentos tierna e inquietante, de una situación límite en la que los reclusos se encuentran atrapados, no por el perímetro delimitado por la alambrada, sino por las dudas, miedos y sospechas que se apoderan de sus mentes para crear sensaciones más peligrosas que las que surgen de su contacto con los carceleros, quienes parecen conocer cuanto se dice y se prepara en el recinto. Por este motivo se ha dejado de lado a Sefton, el más odiado entre los sargentos, incluso alguno de los suyos no dudaría en asesinarle. La comodidad a la que Sefton estaba acostumbrado ha dejado paso a una situación insostenible y peligrosa, por ello debe encontrar al verdadero culpable. Él es el único que conoce la verdad, porque sabe que no es el traidor, una ventaja sobre el resto de sus compañeros, que han caído en el error de las apariencias, que señalan al sargento como culpable. Sin embargo, Wilder no se centró en exclusiva en la intriga, porque lo importante reside en el aspecto humano de los personajes, privados de libertades y comodidades, ubicados en un entorno que les condiciona y donde se muestran las relaciones que se producen entre ellos. Por el escenario de Traidor en el infierno campan personajes tan excepcionales como Sefton, el sargento alemán interpretado por Sig Ruman, el resentido y refinado jefe del campo a quien dio vida el cineasta Otto Preminger, o Harry (Harvey Lembeck) y Chimpancé (Robert Strauss), indispensables a la hora de dotar a la trama de una acertada dosis de humor. Los diálogos y las personalidades de presos y carceleros permiten disfrutar de una película llena de momentos tan wilderianos como la escena en la que los convictos emplean un telescopio de fabricación casera que les acerca a las prisioneras soviéticas, a quienes solo pueden observar desde las lentes, aumentando de este modo la sensación de lejanía y falta de libertad que se repite en la fiesta de Navidad, cuando la nostalgia se apodera de ellos y desvela en toda su dimensión la humanidad de personajes que nada tienen de héroes.
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