sábado, 27 de agosto de 2011

Horizontes de grandeza (1958)


Dieciocho años llevaba William Wyler sin pasearse por el oeste, pues dudo que La gran prueba (Friendly Persuasion, 1956) pueda considerarse un western propiamente dicho. La última ocasión había sido El forastero (The Westerner1940), pero quien tenía más de treinta westerns a sus espaldas no iba a olvidar como se cabalga. Y no lo olvidó. Solo hay que ver a Gregory Peck domando a “Trueno” o la pelea entre antagonistas, “homérica”, diría aquel. Pero aparte de la doma, del enfrentamiento entre colosos y patriarcas y de la admirable y reconocible partitura de Jerome Moross, Horizontes de grandeza (The Big Country, 1958) tiene una narrativa de aplauso, una lección visual y del uso de los espacios —en planos que enfatizan la grandeza espacial y la sensación de insignificancia humana—, apoyada en la excelente fotografía de Franz Planer y secuencias magistralmente planificadas y rodadas por Wyler, como las desarrolladas en el Cañón Blanco. Obviamente, también en su reparto, que está espléndido. El resultado hace honor a su título, es grande y otra lección cinematográfica de Wyler, que dota de épica a su western y concede el protagonismo a un caballero del este. Atípico y refinado héroe del oeste, el personaje de Gregory Peck posibilita al director de La carta (The Letter, 1940) enfrentar apariencias opuestas, aunque quizá no tan distantes como se pueda suponer en un primer momento.


Desde su comienzo, el film apunta su grandeza, la que se encuentra en su desarrollo de temas universales y la “lucha” de opuestos, sin perder de vista la perspectiva del cine espectáculo, un tipo de cine que Wyler dominaba, sin duda, como reafirmó en su Ben-Hur (1959), film que alcanza grandes cotas, pero cuyo ritmo me resulta más irregular y pesado que el aquí logrado. La apertura de Horizontes de grandeza conquista antes de dar a conocer la existencia de James McKay (Gregory Peck), antiguo capitán de barco que llega a las grandes extensiones, lo cual introduce la antítesis mar-tierra, y de saber que ese “gran país” es un hermoso y amplio espacio de lucha entre dos familias que no saben o no quieren limar asperezas. Me gana desde sus créditos iniciales. Por momentos, me siento un poco McKay, quizá porque Wyler acerque su postura a la del recién llegado, ya no por el equilibrio que representa, sino para señalar que tanto él como el público somos ajenos a ese espacio que haremos nuestro.


La irrupción de McKay introduce en escena un comportamiento refinado, a la manera de Baltimore, que los oriundos del lugar encuentran amanerado. Sus maneras elegantes, su dicción, su vestuario, en definitiva, cuanto es externo, chocan con el medio agreste que parece exigir decisión, rudeza y fuerza bruta, las cuales resaltan en Steve (Charlton Heston), el capataz de los Terry. McKay vs Steve es uno de los enfrentamientos del film, aunque diferente al que mantienen los dos clanes protagonistas. Ambos núcleos se decantan por el uso de la violencia cuando ven su poder amenazado; en el caso del Mayor Terry (Charles Bickford), su violencia se esconde o busca justificación tras la palabra justicia. La postura de Rufus Hunnassey (Burl Ives) resulta más sincera, ajena al adorno de su rival. Pero en ambos patriarcas, el fin justifica los medios empleados, en el caso de Hunnassey, obligado por sus necesidad de conseguir “Valverde” y el agua que le niega el mayor cuando envía a Steve y sus hombres al río. El de los patriarcas es un enfrentamiento sin solución aparente, uno que heredan los jóvenes de uno y otro lado; y en medio Jim y Julie Maragon (Jean Simmons), la maestra, pero también el símbolo de equilibrio del lugar. Ella es la única que presenta un pensamiento neutral, contrario al partidismo también rechazado por el hombre de Baltimore, quien ya desde el primer momento choca tanto con el espacio como con sus habitantes; sobre todo choca con el capataz. Steve, enamorado de Pat (Carroll Baker), con todas las virtudes que ella desearía para Jim, inicialmente minusvalora, envidia e incluso odia a McKay. Sin embargo, no tardará en descubrir, en sus propias carnes, el verdadero espíritu de ese aparente petimetre inglés en quien ve a alguien que llega para quitarle lo que él desea. Ese cambio de actitud en Steve, fruto de su aprendizaje, el que le posibilita el conocimiento de su rival, le llevará a plantearse las decisiones de su patrón y a reconocer que en un país grande hay sitio para todos.


Es un país grande, pero no tan grande como los océanos que ha recorrido; los habitantes con quienes se encuentra son gente ruda, incluso violenta, pero no más que los hombres que campaban a sus anchas en los puertos más peligrosos del mundo. Sus nuevos vecinos le provocan porque sienten la necesidad de demostrar a los demás la valentía y seguridad que James McKay no necesita mostrar a nadie, porque él es un hombres seguro de sí mismo, consciente de su valor y de la inutilidad de demostrarlo ante todo aquel que le provoque. Por dicho motivo (rechazar los enfrentamientos y no emplear la violencia) es considerado un cobarde, incluso por su prometida, Pat, a quien conoció en Baltimore, ciudad donde se enamoraron y se prometieron. Sin embargo, la personalidad de James le ha obligado ha no precipitar la boda, porque desea realizar las cosas de modo correcto, y esto significa celebrar el enlace en el hogar paterno. Éste es el motivo por el cual se encuentra en un país grande, dominado por el padre de Pat, el mayor Terry, terrateniente condicionado por un sueño de grandeza, y, sobre todo, por una obsesión que disfraza constantemente: destruir a los Hannassey, familia que considera una lacra con la que debe acabar. En el rancho de los Terry, James descubre la verdadera naturaleza de un hombre que se considera justo, que disfruta con la sensación de poder y de superioridad hacia sus vecinos; al tiempo que se encuentra con el rechazo de unas gentes que ni le comprenden ni lo intentan. Estas dos circunstancias le ofrecen la oportunidad de entender la verdadera naturaleza de su futura familia política y de la situación que se vive en el país grande, en el que sólo dos personas parecen valorarle en su justa medida: Ramón (Alfonso Bedoya), empleado de la hacienda, quien observa la evolución del marino y quien comprende su verdadero valor, osadía y firmeza; y Julie, amiga de Pat y dueña de Valverde. Las tierras de Julie son las más ricas de la zona, porque en ellas hay agua, por lo que resultan el objeto del deseo tanto del patriarca de los Hannassey como del mayor Terry. El enfrentamiento entre las dos familias está servido, en medio de esta lucha se encuentran Julie y James, su posicionamiento es neutral, saben que de lo contrario la sangre llegará al río; por ello, James McKay propone a la maestra que le venda sus tierras, porque él desea regalárselas a una novia que no le comprende y que no valora su verdadero yo. La promesa de Jim de que el agua será para todos los vecinos convence a Julie, aunque también puede que le haya influido el amor que empieza a sentir hacia el hombre de Baltimore, aunque no desea reconocerlo, porque Jim pertenece a otra mujer.



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