miércoles, 24 de agosto de 2011

Uno Rojo, división de choque (1980)


Cuando Samuel Fuller dirige Uno Rojo, división de choque (The Big Red One, 1980) tiene a sus espaldas cuatro décadas dedicadas al periodismo, a la narrativa y al cine, en guiones para otros y películas que él mismo dirigió. Entre estas últimas, media docena son bélicos en los que acerca la intimidad y padecimiento de los soldados a la devastación y a la irracionalidad a las que se ven condenados sin saber por qué luchan, matan y mueren. ¿Qué sentido tiene la guerra? ¿Existen de liberación y de ocupación o todo se reduce a cuestiones económicas y de poder, de política de una minoría, incomprensibles para los prescindibles que en ella dejan su inocencia, cuando no sus vidas? ¿Son evitables? ¿Quién las quiere? Hay tantas preguntas sin respuestas concretas, pues las que puedan darse se encuentran repletas de condicionales y de intereses que se escapan y que los soldados de la Uno Rojo no se plantean. Sencillamente, estos van donde les manda y allí aguardan sobrevivir o caer. Ignoran qué les espera, salvo las arcadas y los vómitos en las lanchas de desembarco.


El propio Fuller tuvo experiencia de combate durante la Segunda Guerra Mundial, la misma contienda en la que, en sus primeros dos años, los Estados Unidos se negaba a apoyar abiertamente a las democracias europeas, debido a su política de aislacionismo, una guerra que británicos y franceses posibilitaron con su permisividad hacia los totalitarismos que se asentaban en Europa. Inexplicablemente, al menos para muchos, se consintió sin apenas una reprimenda simbólica la conquista italiana de Abisinia, el rearme alemán y la anexión al Reich de territorios soberanos —obligando incluso a Checoslovaquia a ceder ante los caprichos y demandas del líder nazi al que no pocos medios y políticos del “mundo libre” habían ensalzado—, o la participación por todos conocida de alemanes e italianos en la guerra civil española, apoyando a los rebeldes; un par de meses después, los soviéticos entrarían con sus armas, su política y sus asesores en apoyo del otro bando, pero, igual que los otros dos totalitarismos, siempre priorizando sus propios intereses. Sin olvidar el trato de segunda de las potencias occidentales hacia Japón, cuando este quiso jugar en su liga imperialista, ni el temor ni el total rechazo de las democracias capitalistas hacia el imperio soviético de aquel zar de acero que, en 1939, envió al del “cocktail” a firmar el hoy conocido pacto Ribbentrop-Molotov. La firma de aquellos papeles selló el destino inmediato de Europa y de millones de personas, al implicar que la Alemania nazi y la Unión Soviética se repartiesen Polonia. Dos semanas después, la realidad ya era la guerra. Pero en sus bélicos Fuller no plantea estas cuestiones políticas e históricas, sino que se decanta por las humanas, pues su paso por el conflicto le supone el contacto directo y, consecuentemente, el haber sobrevivido y el saber de qué habla cuando aborda la situación en el frente y se centra en grupos reducidos en plena lucha o a la espera de entrar en combate. En cualquier caso, envueltos en la guerra: en la de Corea —Casco de acero (The Steel Helmet, 1951) y A bayoneta calada (Fixes Bayonets!, 1951)—, en la de Indochina —Corredor hacia China (China Gate, 1957)— o en la Segunda —Verboten! (1959), Invasión en Birmania (Merrill’s Mereuders, 1962) y Uno Rojo, división de choque—; en el bando alemán —Verboten!— o en el estadounidense —Invasión en Birmania—, cuando las relaciones dentro de los pelotones, que sería algo así como el núcleo familiar de un conjunto más grande, se establecen en la brevedad que puede durar las vidas de sus miembros en campaña…


El grupo que interesa a Fuller, para desarrollar su discurso, está liderado por el veterano sargento al que da vida Lee Marvin. Al inicio del film, el suboficial ignora que la Gran Guerra (1914-1918) acaba de finalizar. Entonces, mata a un soldado alemán, pensando que todavía es su enemigo, pero ha dejado de serlo cuatro horas antes. Curioso, inquietante, extraño, de pesadilla como el ambiente que le envuelve. La acción avanza veintidós años y se centra en ese mismo sargento, pero, además, Uno Rojo, división de choque se interesa en los cuatro soldados que, desde su origen, forman el pelotón que aquel dirige. Uno de esos jóvenes, el interpretado por Robert Carradine, bien podría ser la imagen y la voz de 
Fuller, se erige en el narrador que recuerda a sus compañeros y las distintas etapas que vivieron, desde el desembarco en Túnez hasta su avance por suelo europeo: Sicilia, Normandía, Alemania, Checoslovaquia... Son momentos de la Uno Rojo de infantería, fuerza de choque se convierte en la punta de lanza del ejército estadounidense en el norte de África, en Italia, en Francia y así hasta Alemania, un recorrido durante el cual sus miembros se dejan la piel y la vida en una serie de batallas cruciales y demenciales en las que la desesperación, el miedo y la muerte se convierten en inseparables compañeras de viaje.


<<Sobrevivir es la única gloria que uno puede conquistar en la guerra>>, concluye el soldado, escritor y narrador de Uno Rojo, división de choque. La afirmación del alter ego cinematográfico de 
Fuller resulta acorde con lo que se ve en la pantalla, desde el desembarco en el norte de Africa hasta el final del conflicto, en la nocturnidad del bosque donde la historia del sargento parece repetirse. Para el autor del film, la guerra, en su sinsentido e irracionalidad, hace que matar no sea asesinar, sino que legaliza el crimen y hace de las matanzas algo cotidiano, como si fuese un trabajo, aunque uno en el que la vida, la propia y la ajena, parecen valer nada. La mirada de Fuller, de las más humanas y críticas que haya visto en el cine bélico, en su caso antibelicista y antimilitarista, carece de cualquier intención de espectacularidad; y ya no digamos de crear héroes. Imposible en un cineasta que sabe, por experiencia propia, que la guerra podrá ser cualquier cosa, pero nunca heroica ni un espectáculo, como sí la exhibe Steven Spielberg en su desembarco de Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) o como Lewis Seiler la llena de héroes estadounidenses en la recreación del conflicto en Día D, hora H (Breakthrough, 1950). La historia narrada por Fuller, es un relato ficticio que como anuncia al inicio de Uno Rojo División de choque se basa en la realidad que él vivió durante la contienda <<Esta es la vida de ficción basada en la muerte real>>. Fuller, director de carácter independiente y ex-soldado condecorado, desarrolló su historia en torno al grupo del veterano sargento; Griff (Mark Hamill), Zab (Robert Carradine), Vinci (Bobby Di Cicco) y Johnson (Kelly Ward) son los cuatro miembros originales del pelotón y han sido testigos de las muertes de sus compañeros y de los sustitutos de estos. Pero también han matado, asesinado dicen en algún instante; aunque el sargento les corrige y les dice que ellos no asesinan, matan. Esta constante les conduce a mostrar un desinterés absoluto hacia sus nuevos compañeros, no desean saber sus nombres, ¿para qué si pronto estarán muertos? Lo único que les importa es no ser los siguientes. Por ello, para continuar con vida, no hay nada mejor que permanecer al lado de ese sargento, hombre curtido en mil batallas, de las que ha salido indemne, que semeja por encima de todo y todos. Este sargento se convierte en el alma del grupo, un soldado de verdad, no un niño como los hombres que manda. Se muestra duro, leal, experimentado, intuitivo, pero también desencantado, consciente del inútil sacrificio que significan las numerosas pérdidas humanas, pero asume su posición y no duda en enviar a sus hombres a la muerte, si es preciso, del mismo modo que no dudaría en matar a quien intentase desertar o a quien no acatase las órdenes recibidas, por muy suicidas que sean. Sobrevivir es lo primero y para ello deben matar al enemigo, ellos no asesinan, son soldados y se encuentran en guerra con un enemigo que les planta cara y que les amenaza constantemente, tampoco sus enemigos lo hacen porque comparten los mismos pensamientos.


Desembarco tras desembarco la guerra avanza, las batallas se suceden y van quedando atrás lugares como la costa del norte de África, Sicilia, Italia e incluso Normandía hasta adentrarse en una Europa en la que resiste el ejército alemán. Pero para aquel entonces ellos son los veteranos, los hombres que se han enfrentado a la muerte, al enemigo y a sí mismos, y, por suerte, más que por méritos, continúan con vida.
Uno Rojo división de choque no es una película bélica sin más, es un film que respira honestidad y, por ello, no recrea un espectáculo, sino que se adentra en una cotidianidad marcada por la fortuna de sobrevivir, la única gloria posible en cualquier guerra. La experiencia bélica y vital de Fuller está ahí, en la pantalla, para presentar la terrible cotidianidad a la que se ven expuestos los soldados, muchos de ellos inexpertos, casi niños, que saben que su vida puede terminar en cualquier momento. Este conocimiento, duro y cruel, les afecta y marca sus comportamientos y sus relaciones. No son héroes, ni quieren serlo, y si por ellos fuese, tampoco estarían bajo el fuego enemigo. Sin embargo, no les queda otra y, de mala gana, asumen su condición de prescindibles y la cercanía de la muerte. Constantemente, son enviados a luchar, a tomar la iniciativa y a exponerse al peligro letal que significa ser los primeros en avanzar por territorio enemigo. Son hombres que no creen en nada más que en continuar con vida, porque es la única realidad a la que se pueden aferrar. Sobrevivir es la verdadera victoria, heroicidad que Fuller, narrador cinematográfico de carácter y de gran talento, expuso sin tapujos en su Uno Rojo, división de choque.

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