El regreso de Orson Welles a Hollywood dio como fruto esta magistral muestra de cine negro, así como de su enorme capacidad narrativa para crear un universo sórdido y amenazante donde el espectador queda atrapado desde la omisión de los títulos de crédito, cuando estalla la bomba que da inicio a Sed de mal (Touch of Evil, 1958), hasta el fundido en negro que concluye su sombrío viaje a la frontera entre Estados Unidos y México, a una ciudad bajo la jurisdicción de ambos países que no tarda en verse inmersa en el caos que genera la explosión. El vehículo salta por los aires en territorio estadounidense, sin embargo, la presencia de Mike Vargas (Charlton Heston) en el lugar de los hechos le permite presenciar la investigación a cargo del capitán Hank Quinlan (Orson Welles), un policía curtido en mil batallas, duro, en franco deterioro físico y mental, que si no encuentra las pruebas que inculpen al sospechoso las fabrica, porque no se plantea la inocencia de quienes atrapa. Este método choca con el de Vargas, también agente de policía y alto funcionario del gobierno mexicano, que desaprueba el acoso al que el capitán estadounidense somete a su sospechoso. Sin embargo, Mike no puede intervenir, excepto como observador, circunstancia que le ha obligado a dejar a su mujer en el hotel y presenciar la farsa que monta su homólogo del otro lado de la línea. Vargas descubre una prueba falsa, pero para él una prueba determinante que incrimina al sospechoso principal sin darle la oportunidad para defenderse. Pero este no es el único problema que se le presenta a Vargas, existe otro que desconoce, y que está sucediendo al tiempo que comprueba la corrupción y el grado de sadismo del viejo policía. Su mujer, Susan (Janet Leigh), está siendo acosada por Joe Grandi (Akim Tamiroff) y sus muchachos. Grandi pretende conseguir la libertad de su hermano encarcelado en México y desacreditar a Vargas forma parte de su plan, que compartirá con Quinlan, quien, conocer que ha sido acusado de falsificar pruebas, deja que su vena más perversa idee y ejecute un plan alternativo que acabe con Vargas y con todo aquel que se entrometa. El personaje de mayor peso de Sed de mal es el del policía corrupto interpretado magníficamente por Orson Welles, un ser en decadencia, que cree en cuanto hace, porque está convencido de la culpabilidad de aquellos a quienes incrimina y de la necesidad de emplear cualquier método, sea o no legal, que le permiten resolver los casos que lo hunden más y más en un pozo sin fondo que le impide reconocer el delito que significa adulterar las pruebas que pueden condenar a un presunto inocente o a un posible culpable. Quinlan es un individuo opuesto a Mike Vargas; un hombre solitario, desencantado y falto de ética, que se cree por encima de las normas establecidas por la ley, porque él hace que esta se cumpla y siempre detiene al culpable de infringirla. Vargas es joven, por lo tanto inocente en su comprensión de espacio criminal que ha marcado a su opuesto, de modo que rechaza los métodos que atentan contra las libertades y los derechos de los ciudadanos de los países libres, por ello no puede mirar hacia otro lado y exige, más que solicita, la colaboración del sargento Menzies (Joseph Calleia) para desenmascarar a un policía sin escrúpulos, a quien el sargento admira y en quien siempre ha creído, lo cual genera un nuevo frente psicológico en una película que ahonda en los comportamientos humanos desde una perspectiva pesimista y desencantada, quizá la imagen del propio Quinlan o de aquel que lo interpretó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario