viernes, 12 de agosto de 2011

Una reflexión novelada: El árbol de la ciencia


Posiblemente es el libro más acabado y completo de todos los míos, en el tiempo en que yo estaba en el máximo de energía intelectual” confesó Pío Baroja acerca de El árbol de la ciencia, obra publicada en 1911 y una de las mejores novelas de la literatura española del siglo XX. En sus páginas se descubre una excelente reflexión crítica-filosófica que profundiza en las características del alma humana y en ciertos sinsentido de la sociedad de la época. Andrés Hurtado, personaje con evidentes rasgos autobiográficos, es su joven protagonista, un muchacho que no encuentra su lugar en el mundo, lo cual acentúa su pesimismo ante aquello que observa y le rodea. Su vida carece del sentido que le dan quienes únicamente persiguen fortuna, prestigio y comodidad. Las posicionan por encima de cualquier otra cosa, quizá padeciendo una ceguera que les impide profundizar y plantearse cuanto acontece a su alrededor y en su interior. Las relaciones de Andrés con los demás se comprenden incompletas, insatisfactorias, vacías. Necesita encontrar respuestas que calmen sus inquietudes. La carrera de Medicina ha sido su elección profesional y personal, podría ser un paso en el camino del conocimiento de algunos de los interrogantes que se plantea. Sin embargo, lo único que consigue es comprobar cuan diferente es al resto de sus compañeros, al menos a los miembros de su grupo de camaradas, con quienes no llega a congeniar y en quienes observa anhelos diferentes a los suyos. El relato fluye sin florituras que lo entorpezcan, característica del estilo narrativo barojiano, vivo y las descripciones se escriben escuetas, porque son innecesarias para comprender las sensaciones que viven en la mente del personaje principal, a quien trasladan a un pueblo de provincias tras la conclusión de unos estudios que no le han proporcionado ni calma ni respuestas. El joven médico encuentra en su nueva ubicación nuevos signos que le convencen del dominio de la ignorancia sobre la sabiduría, ya que observa en los vecinos del pueblo a seres que han hecho de la primera su modo de vida. Andrés encuentra en las conversaciones con su tío una especie de enfrentamiento con su propia alma. Este Hombre, de pensamiento más amplío y tolerante que el de su sobrino, pues ha aprendido a aceptar las diferencias que existen entre las personas que ven y aquellas que mantienen los ojos cerrados, pone en conocimiento del muchacho el constante enfrentamiento que se produce entre el árbol de la ciencia y el árbol de la vida. Con un estilo sobrio, testimonio social, en el que abundan personajes secundarios que se presentan a lo largo de una ininterrumpida sucesión de acontecimientos, Pío Baroja regala parte de su pensamiento a ese Andrés Hurtado que sufre porque ve, y no acepta aquello que le rodea, porque profundiza sobre ello, cuestión que le causa malestar y aislamiento, porque aquello que comprueba no sería más que la necedad de una sociedad dominada por la ignorancia, que se ha impuesto a uno de los principales motores humanos: su necesidad de conocer y de explicarse —otros motores imprescindibles del comportamiento son el deseo y los estímulos emocionales. Así pues, este muchacho sufre un constante dilema ético-moral que no encuentra en quienes conoce, personas que han aceptado vivir en una ceguera que les proporciona la ilusión de una vida plena y satisfactoria, a pesar de ser un inmenso absurdo (al menos ante sus ojos). El árbol de la ciencia supuso para su autor la satisfacción de haber realizado la que, para él y para la mayoría, sería su mejor novela. Un clásico de la literatura castellana que profundiza, como lo hacen todas las joyas narrativas, en las cuestiones que afectan al alma humana desde la sinceridad y a la reflexión.



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