miércoles, 11 de marzo de 2020

Un gran reportaje (1931)


Las hojas de un periódico introducen los créditos de Un gran reportaje (The Front Page, 1931), lo hace a partir de la contraportada donde luce bien grande el nombre de Howard Hughes y en menor tamaño el de Lewis Milestone. Vuelto el diario, en la primera página se leen los de Ben Hecht y Charles MacArthur. Previo a su irrupción en el ámbito teatral, ambos habían ejercido el periodismo en Chicago. De hecho, su exitosa The Front Page, llevada a la gran pantalla en al menos cuatro ocasiones, encontró su inspiración en individuos y circunstancias reales. La pareja los satirizó, satirizó su antiguo oficio, y, en su corrosiva burla, apuntaba la ausencia total de ética profesional de un grupo de reporteros que, en lugar de informar, se decantan por el sensacionalismo, por el póker y las falsas noticias. Tres años después del estreno de la ácida comedia de Hetch y MacArthur, Milestone asumió el reto de trasladarla al cine, a un "reino mítico" donde se citan periodismo y política, e incluso la sociedad de la época. El espacio imaginario prácticamente se reduce al edificio que acoge (o insinúa) dentro de sus paredes corrupción, sensacionalismo, temor a la amenaza roja, pena de muerte, desempleo, cuestiones raciales, competición electoral -las elecciones están a la vuelta de la esquina-, caricatura del psicoanálisis, vileza generalizada o inocencia, que se individualizada en Molly Molloy (Mae Clarke), la víctima de un periodismo que inventa o altera hechos para impactar con dudosos titulares y primeros párrafos, puesto que, como Walter Burns (Adolphe Menjou) hace ver a Hildy Johnson (Pat O'Brien), <<¿quién diablos lee el segundo?>>. La primera imagen de este idílico paraje de "justicia", "verdad" y "humanidad", de la cual presume el shérif Hartman (Clarence Wilson), introduce el cadalso a donde el desorientado Earl Williams (George E. Stone) acudirá horas después, si nada ni nadie lo impide. La siguiente escena sigue a un trabajador que ultimaba los preparativos de la horca, ahora camina tranquilo por el patio hasta que se detiene frente a la ventana de una sala que cobrará el protagonismo espacial después de que Burns busque, encuentre, incendie -para que su presa salga de su escondite- e intente convencer, más bien engañar, forzar y retener, a su reportero estrella: Hildy Johnson, a quien le une una relación de atracción-rechazo, más bien atracción. Uno de los pocos peros que encuentro al film, lo hallo en la ausencia de química entre la pareja protagonista, sobre todo si establezco relación y la comparo con la de Howard Hawks en su magistral Luna nueva (His Girl Friday, 1940), más irónica, dinámica y ácida en la atracción que se establece entre Cary Grant y Rosalind Russell, los excepcionales Burns y Hildy hawksianos. Décadas más tarde, con menor fortuna que Hawks, la inestimable presencia de Jack Lemmon y Walter Matthau salvaría a Billy Wilder y a su Primera plana (The Front Page, 1974) del desastre. Omitida la cuarta adaptación, regreso a Milestone, que por aquellos primeros años del sonoro se había convertido en uno de los cineastas de mayor prestigio de Hollywood, no en vano había realizado un año antes Sin novedad en el frente (All Quiet in the West Front, 1930), cuyo éxito le reportó un estatus ventajoso a la hora de escoger y realizar posteriores proyectos. En varios momentos de Un gran reportaje, sobre todo antes de ubicar la acción en la sala de prensa del edificio del Tribunal de Justicia, se observa el afán de Milestone por liberar la cámara y borrar cualquier rastro de teatralidad. El responsable de Sin novedad en el frente establece o fuerza las distancias entre cine y teatro, lo consigue mediante travellings que siguen el movimiento de los personajes, en la calle o en el rotativo, o a través de un primer plano de la horca y el retroceso de la cámara para ampliar el marco de la acción. Pero, una vez ubicada la trama en el edificio donde Williams aguarda su ahorcamiento, los planos se acortan y, en ocasiones, sale al exterior para generar mayor movilidad: la fuga de Williams o los planos de las patrullas que salen en su busca. En el interior presta atención a los personajes, a los diálogos y a los comportamientos que se suceden en ese espacio cerrado donde la sátira señala que en el "reino mágico" la fantasía de los periodistas generan la noticia mientras acosan a Molly, la única en la sala que conserva valores éticos; los políticos abrazan sus intereses, confunden comunismo con anarquismo —existe un enfrentamiento entre capitalismo y comunismo—, u ocultan el indulto, puesto que poco les importa llevarse por delante a alguna que otra vida humana, si esto eleva el número de votos. Esta perspectiva crítica convierte a El gran reportaje en uno de los primeros largometrajes que señala sin disimulo la manipulación del periodismo, del mal periodismo, su influencia en la opinión pública o su capacidad de poner y quitar administraciones; en definitiva, señala que las ventas justifican los medios, justifican la invención y la adulteración de los hechos, así como la ilusión de la alcaldía justifica las acciones del shérif y del alcalde (James Gordon).

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