La magia del cine se proyecta en la pantalla, pero nace en la mirada y fluye en la mente de quien lo descubre y se ilusiona; de ahí que no sea universal sino personal, puesto que no todos ven la misma fantasía, ni la encuentran en las mismas películas. La primera proyección pública del cinematógrafo data de 1895, cuando los hermanos Lumière exhibieron La salida de los obreros de la fábrica Lumière (Le sortie de l’usine Lumière à Lyon). Fueron apenas cincuenta segundos, aunque suficientes para señalar un antes y un después en la historia de quienes fueron testigos del invento, de quienes por primera vez se ilusionaron con las imágenes en movimiento. Transcurridos más de setenta años, el cine se había impuesto a nivel mundial. En ese instante, ya era un arte popular e industrial, las proyecciones eran habituales, pero todavía existían lugares donde solo eran un eco en la distancia o una imagen indefinida en las mentes de quienes, conscientes de la existencia de las películas, nunca habían asistido a su proyección.
En 1967, al igual que los Lumière en 1895, Octavio Cortázar fue testigo de otra edad de la inocencia: la de los niños y niñas cuya ingenuidad ilumina Por primera vez (1967) y la de los adultos que, como los menores, desconocen y fantasean cómo será el cine, que llega a "Los Mulos" gracias a la Unidad Móvil del ICAIC. El cineasta cubano introduce su documento con una pregunta, <<¿Qué labor realiza un cine móvil?>>, y deja que sean los proyeccionistas ambulantes quienes primero respondan el interrogante. Hablan de su función, la de <<llevar películas a poblados campesinos>> en su camión, <<que tiene un equipo de cine dentro>>. Comentan que <<por el día trabajamos en las escuelas y por la noche proyectamos en los lugares señalados: poblados, granjas y asociaciones de campesinos>> ubicadas en localizaciones de difícil acceso, entornos rurales y montañosos donde nunca antes se ha proyectado un film. Pero la mejor respuesta, aquella que emociona y transmite la magia de lo humano, se encuentra en los seres reales que, previo a su bautismo cinematográfico, imaginan qué y cómo puede ser el cine, puesto que todavía carecen de una referencia concreta que les permita precisar aquello que desconocen.
Durante ese instante virginal una niña dice <<yo no sé lo que es el cine, tampoco>> o varias mujeres intentan dar respuesta desde la imagen que intentan construir en sus mentes: <<puede ser alguna cosa de importancia>> o <<una fiesta, un baile o una cosa así>>. Es un momento de expectativa, de curiosidad, de respuestas inconcretas que se unen a sus rostros para testimoniar el instante que antecede a la primera proyección de sus vidas; una proyección al tiempo maravillosa y premonitoria. Maravillosa porque la película que disfrutan, Tiempos modernos (Modern Times; Charles Chaplin, 1936), les maravilla; y premonitoria porque el título y el contenido anuncian el fin de una era y el comienzo de otra. Con el cine, la modernidad llega a las montañas de Baracoa, llama a las puertas de estas personas que, hasta entonces, desconocían el celuloide que les divierte y acorta las distancias con el exterior al que rara vez han tenido acceso. <<Hermosísimo documental donde se muestran las reacciones de un grupo de campesinos enfrentados por primera vez a una proyección cinematográfica>>1 García Borrero sintetiza a la perfección el film de Cortázar, un documento que, con exquisita sensibilidad y humanidad, capta la inocencia de un instante único, que nunca podrá repetirse, pero también señala un modo de vida en extinción, aunque sus protagonistas reales todavía no lo intuyan o no lo comprendan. El antes, el durante y el después de la proyección son tres tiempos vivos: la emoción del antes de descubrir; la ilusión del momento —¿quién mejor que Chaplin para hacer reír, soñar y descubrir el cine?— en el que ven al cómico hablando del ser humano que, en su ingenuidad, singularidad y humanismo, se niega a sucumbir ante el progreso mecanizado que amenaza sustituirlo o transformarlo en una parte del engranaje; y lo que no se ve en la pantalla, la vuelta a la realidad, pero a una realidad transformada por la experiencia. El documento de Cortázar es tan breve como excepcional; vive y muestra vida, una que, sin ser del todo consciente, vive el final de la inocencia, de imaginar el objeto sin conocerlo, y el inicio del nuevo periodo que se abre tras la proyección cinematográfica, símbolo del imparable avance tecnológico que, poco a poco, también para los protagonistas de Por primera vez se haría familiar.
1.García Borrero, J. A.: Cine cubano de los sesenta: mito y realidad. Festival de Cine Iberoamericano de Huelva/Ocho y Medio, Libros de Cine. Madrid, 2007
Es asombrosa esa primera mirada al celuloide. Este film es un tesoro y tú un zahorí
ResponderEliminar¡Gracias por tu generosidad, Francisco! Esa inocencia e ilusión en la mirada me dejó pasmado y aún lo hace. Es un film muy humano, tierno y hermoso, lleno de esperanza y de esa misma ilusión ingenua e infantil (incluso en los adultos) que nos invita a formar parte del instante. En fin, me conquistó desde su primera imagen. Y claro, estoy totalmente de acuerdo contigo: es un tesoro.
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