La soledad del corredor de fondo (1962)
La renovación propuesta por el free cinema no se reducía a una cuestión de formas cinematográficas que rompiesen con el cine británico de la época, sino que tenía un carácter social, de ahí que sus protagonistas asuman la condición de soñadores frustrados, frustración que aviva su rechazo, en apariencia irracional, a la razón dominante (que desvela la racionalidad del individuo frente a lo irracional del orden establecido), así como su pertenencia a las clases desfavorecidas. Colin Smith (Tom Courtenay), el protagonista de La soledad del corredor de fondo (The Loneliness of the Long Distance Runner, 1962), es uno de los jóvenes más representativos de este tipo de cine y, consecuente a su origen, su rechazo implica distanciamiento de la realidad en la que vive y de la que intenta escapar corriendo.
Colin corre contra todo tipo de autoridad, corre sin meta, corre por instinto de supervivencia y de resistencia. Corre en soledad, para huir del cerco invisible que lo atrapa en la parte baja de un sistema social que propone e impone a los "descarriados" la condición de <<si jugáis a nuestro juego, nosotros jugaremos al vuestro>>. Pero el solitario corredor de fondo no acepta el juego ni fuera ni dentro del reformatorio adonde llega encadenado y donde debe cumplir su condena por el robo de 71 libras. Lo hace en apariencia, pero es precisamente en ese centro reformador donde cobra conciencia del por qué de su rebeldía y le reafirmar en su negación, al encontrarle sentido pleno en la carrera final, cuando se le exige continuar avanzando hacia una meta impuesta que no es la suya. En ese instante, comprende que si da un paso más en la dirección señalada habrá perdido, habrá dejado de ser el soñador de larga distancia que corre en el presente durante el cual el director del reformatorio (Michael Redgrave) señala que allí les convertirán en ciudadanos honrados y trabajadores. Aunque no con palabras, les está anunciando que borrarán rebeldías, espíritus críticos y resistencias para convertirlos en piezas del engranaje.
En su narrativa anacrónica, Tony Richardson intercala una y otra vez presente y pasado para mostrar la cotidianidad familiar y en cautiverio del protagonista, su vitalidad juvenil, las relaciones con su madre (Avis Bunnage), con su amigo Mike (James Bolam) o con Audrey (Topsy Jane), su novia, así como la falta de aspiraciones, más allá de seguir resistiendo. Las escenas en tiempo pretérito, que en su mayoría asumen el desenfadado juvenil del protagonista, desvelan carencias afectivas y materiales, ausencias a las que Colin está acostumbrado desde su nacimiento. El protagonista de La soledad del corredor de fondo toma el testigo de su homólogo en otra producción de Richardson, Mirando hacia atrás con ira (Look Back in Anger, 1959), pero, su carrera en soledad, le permite alejarse de la decepción que a Jimmy, el personaje interpretado por Richard Burton, le genera saber que las promesas de mejora ni se han cumplido ni se cumplirán. El enfado social de este encuentra su origen en dicho incumplimiento. Mire a donde mire, Jimmy no ve el progreso humano en el que depositó sus esperanzas tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, promesas de un futuro más justo que un presente de trabajos mal pagados y de diferencias socioeconómicas que limitan el bienestar a la minoría a la que aspira pertenecer el arribista de Un lugar en la cumbre (Room of the Top; Jack Clayton, 1958). Por su parte, Colin no siente decepción ni desea trepar a lo más alto, quizá porque nunca ha creído en el sistema, al nacer en el seno de una familia obrera ahogada por la falta y la necesidad de dinero y por las consecuencias que deparan la ausencia y la necesidad. Sencillamente, antes de rechazar, Colin fue rechazado. Ni a la sociedad ni a los funcionarios del reformatorio les preocupan los Smith, la primera los aparta y los segundos los modelan hasta que acepten su realidad dentro del orden: nacer, crecer, sudar sangre por un salario irrisorio, beneficiar a la parte alta, mantener una familia sin apenas medios y morir en la miseria en la que fallece el señor Smith. Colin no está dispuesto a rendirse, aunque lo parezca cuando asume correr para el director del penal —que, en su paternalismo, le concede privilegios con los que pretende domesticarlo y obtener beneficios— en una competición donde comprende que su derrota deportiva, el negarse a continuar corriendo para quienes le condenan a correr, es su victoria moral y vital.
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