Todo es posible en Granada (1954)
Para el guion de Todo es posible en Granada (1954) Carlos Blanco se inspiró en Washington Irving, en sus Cuentos de la Alhambra, en la historia del alegre y honrado aguador Pedro Gil, más conocido por "Peregil", y el tesoro escondido, bajo encantamiento, en la Torre de los Siete Suelos. Una vez escrito se lo mostró a José Luis Sáenz de Heredia, con quien ya había realizado cuatro películas (una de ellas sin acreditar), y este aceptó dirigirlo. Fue la única ocasión en la que el guionista se sintió mal en su relación profesional con el cineasta madrileño y así lo recordaba en Conversaciones con Carlos Blanco. Un guionista para la historia: <<abandoné el rodaje a media película. Fue la única vez que me sentí mal con José Luis. [...] Primero, no me gustaba el reparto. Segundo, José Luis empezó a introducir chistes, e incluso a forzar la acción para justificarlos>>. La intención del guionista era la de enfrentar realidad y leyenda, algo que sí permanece en la película, como también se descubren los chistes a los que hizo alusión en sus conversaciones con Juan Cobos, en escenas como aquella en la que varios ejecutivos de la compañía minera insisten al vigilante para que juzgue a la protagonista femenina por su físico y no por la valía que la caracteriza. A pesar de sus irregularidades, el film de Sáenz de Heredia desarrolla ese enfrentamiento entre leyenda y realidad, aunque es la fantasía la que se impone desde su prefacio, ubicado ciento cuarenta años atrás e inspirado en la leyenda relatada por Irving en el cuento El legado del moro, cuando un antepasado de Fernando Ortega (Francisco Rabal) y un quincallero (Gustavo Re) descubren el tesoro de Boabdil. Más que influenciada por la comedia rosa italiana, puesta de moda por Luigi Comencini en Pan, amor y fantasía (Pane, amore e fantasia, 1953), Todo es posible en Granada lo estaría por el cine hollywoodiense, influencias que se dejan notar en la presencia de Merle Oberon, actriz anglosajona que había triunfado en Hollywood a las órdenes de William Wyler en Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1938) y de Ernst Lubitsch en Lo que piensan las mujeres (That Uncertain Feeling, 1941), o en el número musical que se desarrolla hacia la mitad de metraje, durante el cual el bailarín Antonio asume el protagonismo de una coreografía que bien podría haber encontrado su inspiración en las de Gene Kelly. Al colorismo dominante en esta larga secuencia central, se opone el resto del metraje, rodado en blanco y negro, cuyo tono romántico fantasioso enfrenta a un soñador y a una mujer eficaz, adaptada a la modernidad inexistente en la España donde aterriza para hacerse cargo de la extracción de uranio en la zona granadina donde su eficacia choca con la fabulación que domina en Fernando Ortega (Francisco Rabal). Este enfrentamiento entre el realismo de Margaret Faulson (Merle Oberon) y la fantasía de Fernando provoca que ella asuma un rol que hasta entonces no había interpretado, el de mujer conquistadora que debe emplear su belleza para conseguir que el octavo propietario de los terrenos acceda a la venta. A su llegada, la señorita Faulson muestra un comportamiento mezcla de Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939) y de la congresista de Berlín Occidente (A Foreing Affair; Billy Wilder, 1948) y, como aquellas, su perfección es la primera característica de su personalidad que resalta dentro de un entorno para ella desconocido. Su vestuario, su peinado, sus gafas, su manera de expresarse o su impresionante currículum profesional atestiguan que se trata de alguien que ha pasado la vida luchando para alcanzar lo más alto dentro del ámbito laboral, sin embargo, nada de esto sorprende a Fernando, que se aferra a su rotunda negativa a vender sus terrenos, aduciendo para ello mil excusas que no convencen a la recién llegada. La amenaza de expropiación que se cierne sobre el propietario provoca que se encierre con sus vecinos a la espera de ir a la guerra contra la poderosa empresa, sin embargo el conflicto armado no se produce, ya que la joven cambia su táctica a instancias de su jefe, que desde el otro lado del Atlántico le dice que emplee su belleza para conquistar a su rival. Como consecuencia se produce la transformación de la heroína, deja sus gafas, cambia su vestuario, suaviza su tono de voz y asume un comportamiento amable, ante el cual Fernando no puede más que confesar el por qué de su negativa a deshacerse de sus tierras y sucumbir ante los encantos de la mujer de quien se enamora.
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