La idea de adaptar Don Quijote de la Mancha no era nueva para Carlos Blanco, cuando decidió escribir Don Quijote cabalga de nuevo (Roberto Gavaldón, 1972). Años antes, cuando vivía en Hollywood, Gary Cooper le propuso asociarse para dar forma a una versión de la obra cervantina que él mismo protagonizaría. Pero la muerte del famoso actor impidió que el proyecto se llevara a cabo. Durante años la idea permaneció en el limbo creativo, hasta que el guionista encontró en Mario Moreno "Cantinflas" a alguien más que interesado en interpretar a Sancho Panza. La participación del actor mexicano trajo consigo la coproducción, el reparto de costes y la necesidad de adaptar la personalidad del escudero literario a la imagen cómica del Cantinflas cinematográfico, como, años antes, Blanco había pensado hacer con Don Quijote y Cooper. El guionista asturiano también sabía que era fundamental dotar de credibilidad a Fernando Fernán Gómez en su papel del inocente "caballero de la triste figura", credibilidad que el actor consiguió al hacer suya la ambigua dualidad, divertida-triste, que Cervantes, en su intento de poner fin a las novelas de caballería, concedió a su desventurado y desequilibrado protagonista.
Aunque cumplió su función, Don Quijote de la Mancha es mucho más que la crítica a los libros de caballeros andantes que nublan la mente del manchego Alonso Quijano y lo empujan hacia lo desconocido en sus tres salidas, en busca de <<desfacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal>>. Es la evolución del loco de ficción por excelencia, del iluso siempre dispuesto a escuchar las cuitas ajenas sin mostrar el menor signo de la locura que evidencia cuando se deja llevar por su sueño inalcanzable, un loco que, desde las páginas de la novela, inspiró e inspira a escritores y a cineastas de cualquier lugar para crear sus propios personajes a contracorriente, los cuales, una y otra vez, chocan con los molinos de viento que se interponen entre su idealismo y los imposibles que persiguen en una realidad donde los ideales han perdido su lugar. Esta intención idealista prima en la personal adaptación escrita por Carlos Blanco y dirigida por el realizador Roberto Gavaldón, uno de los grandes cineastas de la época dorada del cine mexicano. Su Quijote (Fernando Fernán Gómez) habita en un mundo de claroscuros donde el egoísmo y el materialismo han evolucionado de modo inversamente proporcional al humanismo utópico que el caballero andante defiende a bacía y lanza, como deja claro cuando afirma que su meta es <<hacer justicia en el mundo>> y <<hacer del hombre un ser humano>>. Como consecuencia de su cruzada, es juzgado en la plaza de su pueblo, donde su locura (idealismo) resulta incomprensible excepto para su fiel Sancho (Cantinflas), que no la contempla porque la ha hecho suya, y para el bachiller Sansón Carrasco (Ricardo Merino), quien sí la reconoce, y la admira por la generosidad y el desinterés que implica. ¿Pero quién es más loco? ¿Alguien sincero en su interpretación e intención de mejorar la realidad o quienes callan y quien lo juzga (José Orjas) en la plaza de la villa sin comprender que están juzgando una idea y no a un hombre?
La necesidad de idealistas que mejoren su entorno se encuentra presente en todo el metraje de Don Quijote cabalga de nuevo, en la que, por respecto y admiración a Cervantes, que aparece como uno de los personajes de la trama, Blanco no quiso realizar una adaptación al uso de la obra cervantina, de hecho, prescindió de cualquier frase escrita por el inmortal novelista complutense a la hora de crear el guión que Gavaldón convirtió en imágenes. Tanto en la primera parte de la novela como en la película, Don Quijote no duda de cuanto ve, pero donde en la una la locura lo conduce al idealismo y a la caballerosidad andante, en el film es el idealismo la fuente de la locura que todos le atribuyen, sin pensar que dicha locura no es sino el pensamiento que le da vida más allá de espejismos o visiones, porque, en su desvarío, ha descubierto la nula evolución de la humanidad, por la cual lucha y se entrega con devoción y sinceridad. La segunda salida de Quijote y Sancho, que en la novela sería la tercera, lleva a la pareja al encuentro fortuito con los nobles que transforman la realidad de los heroicos antihérores con el único fin de reírse de ellos. Como consecuencia nombran a Sancho gobernador de Barataria y ponen a prueba la voluntad del hidalgo, quien no tarda en sufrir el desengaño que lo derrota, aunque, a diferencia de su álter ego literario, la derrota existencial del Quijote interpretado por Fernán Gómez no se consuma, porque él simboliza una idea inmortal, cuestión que recuerda cuando la figura de su fiel escudero le reaviva la ilusión de la que ha sido despojado, una ilusión que permanecerá viva mientras haya ilusos que cabalguen hacia un horizonte inalcanzable como el que pone broche a este infravalorado canto al idealismo.
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